El Ejército Zapatista de Liberación Nacional, aunque no depone las armas ni se rinde formalmente, anunció el jueves pasado su propósito de impulsar un movimiento político, una campaña nacional capaz de lograr una nueva Constitución. Para buscar coincidencias y apoyos en esa dirección, con el ánimo de practicar una nueva política impregnada del espíritu de servicio y sacrificio que antaño inspiró a la izquierda, una delegación zapatista recorrerá el país, desde La Realidad hasta Tijuana.
En la convocatoria a esta movilización no se precisa tiempos (salvo la eventual reunión intercontinental a que también llama, que se efectuaría en diciembre o enero próximos) ni se detalla el procedimiento mediante el que se buscará o se consumará la metamorfosis anunciada. No se puede obviar el hecho que subsiste una declaración de guerra y que la Ley dictada para lograr la paz justa que ponga fin a la etapa bélica establece condiciones sin cuyo cumplimiento puede alegarse que los jefes zapatistas prosiguen en la ilegalidad.
Claro que la iniciativa política lanzada por el zapatismo va más allá del diálogo regulado por la Ley, pero si no se atienden los extremos legales pertinentes formalmente quedará sobre el zapatismo una amenaza de sanciones penales que debe ser superada.
Durante las dos semanas anteriores el EZLN y el subcomandante Marcos, retomaron de modo estentóreo su voz ante la sociedad mexicana. Esta vez su estrategia de difusión comenzó con un análisis severísimo sobre la clase política, en que no dejó a nadie al margen de su rasposa crítica, comprensible desde el mirador de un agrupamiento que no ha alcanzado satisfacción a sus demandas esenciales, y nada tiene que reconocer ni mucho menos agradecer a ningún partido ni a ningún poder.
Si bien unos acuerdos iniciales se firmaron en febrero de 1996, transcurrió un lustro completo de irresponsable incumplimiento gubernamental al que sucedió la aprobación de una reforma constitucional en materia indígena que no se emparentó, como era debido, con el pacto suscrito por el Gobierno y los zapatistas.
Ese deslinde, la reiteración de la ruptura del zapatismo armado con todo el espectro de la política institucional, fue como el marco en que se inscribieron los sucesos subsecuentes. Tras avisar que se habían desanudado los tenues hilos que comunidades zapatistas y sus órganos de dirección tendieron con el Gobierno estatal, el EZLN hizo cundir la alarma al decretar una alerta roja general que parecía un amago o la respuesta a una amenaza.
Tal vez por un malentendido, tal vez aprovechando la circunstancia, el zapatismo se replegó como si temiera un ataque o preparara el suyo propio. Hechos perceptibles parecieron otorgar sustento a su conducta: numerosas tropas se concentraron en el cuartel de Rancho Viejo, en las inmediaciones de San Cristóbal de las Casas, y algunas partidas parecieron internarse en las cañadas y la selva, más allá de la virtual frontera que delimita el territorio zapatista.
Con talento dramatúrgico, el subcomandante Marcos deshizo la tensión generada por la alerta roja y explicó, en un anuncio anticlimático pero que no dejó de crear suspense, que las comunidades zapatistas, y los efectivos del Ejército rebelde pondrían a consulta un nuevo paso, peligroso porque los pondría en el riesgo de perder lo alcanzado.
Más tarde ofrecería pormenores de la auscultación y sus resultados: del 22 al 26 de junio se habrían realizado asambleas en más de mil comunidades, en donde el 98 por ciento de los presentes aprobó el nuevo paso. Acaso por la relevancia de la decisión, esta vez se practicó el voto individual, siendo que el propio subcomandante Marcos había explicado mucho tiempo atrás que en las comunidades indígenas no se vota sino que se debate y debate hasta alcanzar consensos.
De la consulta brotó la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, que con el tránsito a la vía pacífica cierra el ciclo iniciado con la Primera declaración, emitida en la efusión de la insurgencia armada, el primero de enero de 1994. El nuevo documento se compuso de cuatro capítulos. El primero a su vez constó de dos apartados, en que el EZLN expuso su propia apreciación “de lo que somos” y “de dónde estamos ahora”.
En el segundo, el zapatismo habló “de cómo vemos el mundo” y “de cómo vemos a nuestro país que es México”. Y en el tercero, donde por fin explicó así fuera a grandes rasgos la índole del nuevo paso, el contenido se refirió a “lo que queremos hacer” y “cómo lo vamos a hacer”, donde incluye lo que es propiamente la Sexta declaración, en que esboza su programa de acción en el mundo y en México.
En la esfera internacional el objetivo del zapatismo se inscribe en la lucha del altermundismo por probar que “otro mundo es posible”. Anuncia actos de solidaridad con países y movimientos y bromea proponiendo que el nuevo encuentro intergaláctico posible se realice en un lugar donde haya una enorme prisión en que puedan continuar los debates en caso de que se capture a los participantes.
En el plano nacional, sin mengua de su fidelidad a los pueblos y comunidades indígenas, el EZLN anuncia la ampliación de sus horizontes para trazar un programa nacional de lucha, “que sea claramente de izquierda, o sea anticapitalista, o sea antineoliberal, o sea por la justicia, la democracia y la libertad para el pueblo mexicano”.
El EZLN llegó a esta posición por agotamiento de sus metas actuales; es de examinarse, y lo haremos, la viabilidad de las que ahora se trazan.