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Plaza pública/Precandidatos en el DF

Miguel Ángel Granados Chapa

Han comenzado en de los partidos los escarceos en torno de las candidaturas al Gobierno del Distrito Federal, una entidad donde las elecciones se mueven dentro de coordenadas diferentes de las que prevalecen en el resto del país. El PRI dejó de ser el partido dominante en la Ciudad de México desde hace varias décadas, aunque su declinación se hizo patente sólo cuando se comenzó a contar los votos con exactitud. Hoy aparece en tercer lugar en las encuestas de preferencias electorales, y en algunas de ellas la diferencia que lo separa del Partido Verde es tan breve que anuncia su riesgo de caer al cuarto sitio.

El papel de partido hegemónico ahora corresponde el PRD. Ha ganado la jefatura de Gobierno las dos veces en que ha estado en juego, en 1997 con Cuauhtémoc Cárdenas y en 2000 con Andrés Manuel López Obrador. Desde aquella primera fecha ha tenido la mayoría en la Asamblea legislativa y triunfado en casi todas las delegaciones. Actualmente tiene 37 curules, todas de mayoría (de las cuarenta que se ponen en juego) y de las 16 delegaciones gobierna en trece. Las restantes son regidas, dos por Acción Nacional y una por el PRI, en lo que no se sabe si fue una anomalía de la tendencia general motivada por factores particulares o un atisbo de la recuperación a que aspira.

Aun antes que el intento de inhabilitar a López Obrador surtiera el efecto contrario al ideado por sus autores, en la capital federal los sondeos mostraban al PRD en posición tan eminente que podía conjeturarse que con cualquier candidato obtendría la victoria, de manera aún más desahogada que en 2000. Esa tendencia se ha reforzado tras el triunfo del jefe de Gobierno sobre sus adversarios, y se ha definido con mayor nitidez en torno de Marcelo Ebrard, el secretario de Seguridad Pública depuesto por el presidente Vicente Fox y ahora secretario de Desarrollo Social. Aun esa mudanza política y administrativa ha sido un factor en su provecho, pues si sorprendía que no obstante la mala imagen de los cuerpos policíacos su jefe la tuviera favorable, hoy se comprende que administrar algunos de los programas mejor recibidos por la población mejore el asentimiento social en torno suyo.

Esa posición ventajosa y el ostensible apoyo que le brinda López Obrador han convertido a Ebrard en el candidato a vencer, dentro y fuera de su partido. En la apenas esbozada contienda interna han surgido ya, por eso, cuestionamientos a su biografía que sirven como marco a la presentación de aspirantes que se consideran dotados de mayor legitimidad.

Ebrard no carece de ella. Es verdad que perteneció al PRI, pero esa es una condición compartida por un altísimo número de miembros y dirigentes del PRD y en la mayor parte de los casos, como en el suyo, marcharse del partido gobernante significó el ejercicio de una convicción. Cercano a Manuel Camacho en sus tiempos priistas, Ebrard lo siguió y si bien en 1997 fue postulado por el Partido Verde, no se afilió a ese grupo y actuó como diputado independiente, casi siempre en la misma línea que la numerosa fracción perredista, especialmente en temas cruciales como el rechazo al rescate bancario a través del Fobaproa. Al mismo tiempo que Camacho fue candidato presidencial por el Partido del Centro Democrático, Ebrard lo fue al Gobierno de la capital, posición de que declinó en beneficio de López Obrador, en el comienzo de un claro acuerdo político que ahora se consolidaría.

Pablo Gómez quiso ser candidato hace cinco años y ahora se dispone a intentarlo de nuevo. No le faltan títulos políticos. Militó en la primera fila de la disidencia y la oposición cuando era peligroso hacerlo y entre otros costos pagó con cárcel el ejercicio de sus convicciones. Se convirtió en un parlamentario diestro, no simpático, que gana debates y obtiene su curul voto a voto en su distrito.

Nadie lograría disuadirlo de contender contra Ebrard (pero en alianzas con otros grupos acaso consiguiera cerrar el proceso interno para eliminar por esa vía al secretario de Desarrollo social), pero un destino más útil para la ciudad y su partido sería una silla en el Senado, a donde no llegó aun después de repetir en San Lázaro y haber sido asambleísta.

En Acción Nacional, segunda fuerza distante de la primera, se consuelan de su falta de figuras con la ilusión de hacer candidata a Marta Sahagún de Fox. El cálculo político de la primera dama le habrá hecho ya desechar esa idea, pues un triunfo sería remoto y la lucha por lograrlo imposibilitaría su inclusión en la lista de candidatos al Senado, donde se aseguraríá fuero e influencia.

Sólo con candor se admitiría que Roberto Madrazo obró con buena intención cuando destapó a Beatriz Paredes como aspirante a la jefatura de Gobierno capitalino. Es difícil que aun ella, una de las presencias mejor admitidas, o menos rechazadas del priismo en la Ciudad de México, lograra la hazaña de recuperar el papel dominante de su partido y encabezar de nuevo la administración del Distrito Federal. Más aún: le sería sumamente dificultoso obtener la candidatura de su partido, pues sus militantes fieles son pocos y están divididos. Las vicisitudes de María de los Ángeles Moreno, compañera de grupo de la ex gobernadora de Tlaxcala, para llegar a la jefatura del comité local de su partido ilustran las tristes condiciones que lo caracterizan hoy.

Sólo se explicaría que Beatriz Paredes se expusiera a una derrota si priva en ella una visión de mediano plazo para fortalecer a su partido.

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