De modos diversos, dos precandidatos presidenciales iniciaron este fin de semana su campaña para ser postulados por sus partidos.
Uno más, que se afanaba en ese propósito, lo abandonó para conseguir otro logro más asequible: Carlos Medina Plascencia trocó su pretensión de presidir la República por la menos ambiciosa pero más realista de encabezar su partido.
Y Andrés Manuel López Obrador, además de inaugurar el segundo piso del Periférico, recibió el sábado en Guanajuato el apoyo de un movimiento de ex priistas, incluido el candidato al que Fox derrotó en 1995.
El jueves, Cuauhtémoc Cárdenas aceptó formalizar su precandidatura en el PRD, e inició en Morelia su campaña nacional con ese objetivo. En realidad, el ex aspirante presidencial la había iniciado ya con la presentación en diversos foros de su documento Un México para todos y su reiterado anuncio informal de que buscaría de nuevo ser el abanderado perredista en la contienda de 2006.
Es la primera vez que Cárdenas se dirige a esa meta sin la certidumbre de alcanzarla. En 1988 su lanzamiento fue indiscutido, surgió como una consecuencia natural de su papel en el cuestionamiento al autoritarismo priista y su política económica empobrecedora de los ya empobrecidos y de la clase media. De ese modo se convirtió primero en candidato del PARM, luego de otros partidos y al final del Frente Democrático Nacional. Seis años más tarde, ya constituido el PRD, del que fue primer dirigente, no tuvo necesidad de enfrentar a otro precandidato, pues Porfirio Muñoz Ledo, quien se suponía con derecho a la postulación, presidía entonces el partido y prefirió esperar.
En 1999, en cambio, sintió llegada su hora y esbozó una precandidatura que no llegó a formalizar, por la claridad con que el PRD se inclinaba una vez más hacia Cárdenas. Derrotado sin luchar, Muñoz Ledo se marchó del partido que había contribuido a fundar e inició un camino errático -fue candidato presidencial de un PARM distinto del que apoyó a Cárdenas doce años atrás y practicó una declinación útil, en el sentido del voto así adjetivado- que, sin embargo, no lo ha hecho perder de vista un fin central, el de la Reforma del Estado, al que vuelve hoy mismo, este lunes, al presentar un nuevo proyecto sobre ese tema crucial.
Sólo con mezquindad y torpeza se puede objetar la presentación de Cárdenas como precandidato. El que tres veces antes haya participado en la lid por la Presidencia no es obstáculo sino ventaja, pues esa experiencia le permite aprender de sus errores. Es una presencia relevante, no determinante en su partido, aunque haya perdido los apoyos estructurales con que contó y hoy aparezca lejano de las corrientes dominantes en él, como Nueva Izquierda, encabezada por el senador Jesús Ortega; e Izquierda Democrática, la tendencia que en los hechos aún encabeza René Bejarano. Pero esa distancia no es necesariamente una pérdida para Cárdenas, pues resulta así una de las pocas figuras eminentes de ese partido que no han quedado manchadas o salpicadas por la crisis moral provocada por un romo pragmatismo y un acrílico apego al dinero, cualquiera que sea su origen.
Al rehusarse a la jubilación, Cárdenas hace un servicio a su partido. Desde ningún mirador es conveniente para un partido el dominio avasallador de una sola presencia, como la que ahora ostenta Andrés Manuel López Obrador. Es útil que haya opciones, como las hubo en 1997, cuando Cárdenas mismo contendió con Muñoz Ledo por la candidatura a la jefatura de Gobierno del DF. Es muy importante que el PRD no limite sus posibilidades a la sola precandidatura de López Obrador, sobre el que se cierne una amenaza que podría inhabilitarlo.
Y aunque en esa eventualidad ese partido tendría que plantearse el dilema de participar o no, para no legitimar con una candidatura alterna el golpe de mano que significaría eliminar de ese modo al jefe del Gobierno capitalino, si la opción escogida fuera la de hacer una nueva postulación -para no completar la maniobra gubernamental con una disminución de la presencia electoral perredista—, la de Cárdenas cobraría gran sentido.
Subrayada por los círculos en torno de ambos una distancia que es sólo la natural entre personalidades poderosas con visión propia, la diferencia real entre Cárdenas y López Obrador dista de ser un enfrentamiento. Y mucho menos el anuncio de una división del PRD.
Cárdenas formuló en Morelia el compromiso de apoyar a López Obrador si éste lo supera en la contienda interna. Con altura de miras y recordando la lección de ética política que en su propio provecho ofreció Heberto Castillo al declinar su postulación presidencial en 1988, Cárdenas podría sumarse a la de López Obrador aun antes de una votación interna, para entregarle íntegro su prestigio y ascendiente sobre numerosos sectores del partido.
Por su parte, precandidato en los hechos aunque no declarado todavía, Roberto Madrazo decidió no continuar recibiendo impasible la impugnación de quienes se han reunido para enfrentar su eventual postulación, e hizo aparecer a sus partidarios. Cinco gobernadores lanzaron el sábado una cruzada a favor del dirigente. Es seguro que a Jorge Carlos Hurtado, de Campeche; René Juárez, de Guerrero; Ulises Ruiz, de Oaxaca; Joaquín Hendricks, de Quintana Roo y Manuel Andrade, de Tabasco, se sumen otros gobernadores, como el de Puebla, Melquíades Morales, quien conservará esa adhesión en su fuero interno, para no afectar su posibilidad de encabezar el PRI cuando Madrazo salga del clóset.