Francisco Mendes, Chico como en muchos lugares se llama a quienes en otros sitios son nombrados Pancho o Paco, fue un líder ecologista brasileño asesinado el 22 de diciembre de 1988. Como se lo impuso su origen, desde niño recolectó caucho en el estado de Acre, en la Amazonia brasileña. Era, pues, un seirengueiro. Organizó a sus compañeros en defensa de sus derechos laborales (tomó parte en la fundación del Partido de los Trabajadores, junto a Lula) y luego cobró conciencia que la preservación de su medio de vida dependía de impedir la deforestación que avanzaba con rapidez en esa comarca, con graves consecuencias para el equilibrio ambiental inmediato y en el mundo en general. Los estancieros que se supieron en riesgo por el activismo de Chico Mendes ordenaron eliminarlo. Estaba por cumplir 44 años cuando fue ultimado.
No murió del todo. No sólo prevaleció la lucha sindical y social de que fue protagonista, sino que el Sierra Club Internacional, una de las agrupaciones ambientalistas de mayor antigüedad, presencia y prestigio en todo el mundo, estableció en 1989 un premio que lleva su nombre y se otorga a quienes arriesgan su vida y su libertad en defensa de los recursos naturales. En el año 2001 ese galardón fue asignado por primera vez a un mexicano, Rodolfo Montiel, un ecologista de la sierra de Petatlán, en Guerrero, preso entonces junto a su compañero Teodoro Cabrera, acusados en falso y en realidad reprimidos por su afán de evitar la explotación forestal depredadora en aquella comarca. Ethel Kennedy, miembro de la famosa familia, entregó el premio a Montiel en el penal guerrerense en que se hallaba recluido y donde permaneció hasta que fue indultado (junto a Cabrera) por el presidente Vicente Fox. El entonces secretario del Medio Ambiente, Víctor Lichtinger, convencido de la legitimidad del esfuerzo de Montiel y Cabrera, indujo en buena hora la decisión presidencial.
De nuevo ahora el Sierra Club ha discernido el premio Chico Mendes a mexicanos. Anteayer y ayer fueron entregados a los tres destinatarios. Como hace cuatro años, uno de ellos lo recibió en la cárcel. Y otro se hizo representar por su esposa, ya que él, herido en un atentado hace tres meses, no se presenta en público para evitar ser aprehendido o asesinado.
Felipe Arreaga recibió en el penal de Zihuatanejo el premio del Sierra Club Internacional. Se le procesa desde noviembre del año pasado por un asesinato cometido en 1998. Un hijo del cacique maderero Bernardino Bautista fue ultimado a balazos, y éste señaló a un grupo de integrantes de la Organización Ecologista de la Sierra de Petatlán como responsables del crimen. La acusación carecía notoriamente de fundamento, pues incluía a personas fallecidas previamente al delito señalado. Eso no obstante, y cuando menos lo esperaba pues no se sabía incluido en la lista de órdenes de aprehensión que la Procuraduría de Justicia de Guerrero administraba políticamente, Arreaga fue capturado en Las Mesas, un poblado donde también se hallaba el día y la hora en que fue cometido el homicidio que se le imputa, según lo declararon testigos presenciales, que confirmaron sus dichos.
No actuaron así, en cambio, testigos de la acusación, que no volvieron nunca después de ofrecer su testimonio. Algunos han admitido extraoficialmente que fueron presionados para acudir la primera vez al juzgado donde se lleva la causa, donde se practica una extraña complacencia con los deudos de la víctima. Han sido citados en tres ocasiones para ser careados con los testigos de la defensa y se han abstenido de presentarse. Así ocurrió el dos de agosto, por lo cual la audiencia respectiva se aplazó nuevamente, esta vez al 25 de este mes.
No obstante la falta de ese careo, el ministerio público se apresta ya a emitir conclusiones acusatorias. Claro que es preciso castigar el asesinato del joven Bautista, pues debe reprobarse el crimen que le arrebató la vida, pero para ello es indispensable capturar a sus verdaderos homicidas.
La razón última por la que Arreaga fue acusado es su activismo en defensa de los bosques de Petatlán. Él y sus compañeros (entre los cuales se hallaban Montiel y Cabrera) consiguieron la cancelación de concesiones predatorias, con lo que han causado perjuicio a propietarios de bosques que irresponsablemente prefieren la ganancia inmediata aunque la riqueza forestal se pierda en mediano plazo y se agudicen los problemas de falta de agua en esa serranía. Para contribuir a que eso no ocurra, y en una acción paralela a la defensa del bosque, la Asociación de mujeres ecologistas de Petatlán ha repoblado la zona con decenas de miles de cedros.
La presidenta de esa organización, Celsa Valdovinos, esposa de Arreaga, recibió también el premio Chico Mendes. Fue la única galardonada a quien la presea le fue entregada en la Ciudad de México. La señora Reyna Mojica recibió el que corresponde a su esposo, Albertano Peñalosa, resguardado porque puede ser aprehendido u objeto de un atentado.
Ya sufrió uno, gravísimo, el 19 de mayo pasado. Una balacera que quiso matarlo arrancó la vida de dos de sus hijos, que lo acompañaban, un niño y un joven que prácticamente murieron en brazos de su madre, que atestiguó el momento en que la muerte se abatía sobre los suyos. El propio Albertano quedó gravemente herido, y no pudo ser llevado a un hospital público para su atención porque forma parte del grupo de personas acusadas por el asesinato que tiene preso a Arreaga.