Es añeja la pugna entre Arturo Montiel y Roberto Madrazo. El gobernador del Estado de México apoyó en 2002 a Beatriz Paredes en la contienda por la presidencia partidaria, contra el tabasqueño. Y aunque la dirigente tlaxcalteca depuso ya su rivalidad ante el líder nacional, Montiel la mantiene porque son antagonistas en pos de la candidatura presidencial.
En algunos episodios de su disputa, Montiel se ha hecho representar. Isidro Pastor, su amigo de infancia, a quien elevó al liderazgo de los diputados locales y del PRI, y luego defenestró, convirtió en reyerta la distancia entre su gobernador y Madrazo y hasta esbozó una suerte de autonomía priista mexiquense, actitud que un viejo militante de las asperezas, Dionisio Pérez Jácome llevó al extremo de llamar traidor a Madrazo, en nombre de Montiel aunque lo disimulara. Las tensiones que así se expresaban fueron suscitadas por el proceso local de marzo de 2003 y el federal de julio siguiente, en que el poder de Montiel pareció disminuido por decisiones del líder nacional de su partido.
En mayo de aquel año, en el prólogo de una reunión de la Conago en Aguascalientes Montiel se sujetó a Madrazo. Pero en realidad sólo esperaba su propia sucesión para cobrarse tal sometimiento. En aplicación de la nueva lógica priista de que los gobernadores deciden quién será su candidato a reemplazarlos, Montiel anticipó su propósito de que ese papel recayera en Enrique Peña Nieto, su hechura. Madrazo buscó que el protagonista fuera Carlos Hank Rohn, y a la postre pudo más el gobernador que el dirigente nacional. Engallado por esa victoria, Montiel resolvió desafiar claramente a Madrazo, reprochándole las recientes dificultades del PRI en Veracruz y Oaxaca y la derrota de Guerrero. El reproche era simétrico al autobombo del tabasqueño por los triunfos de su partido, que ha buscado capitalizar como propios.
Montiel escogió para ese propósito un foro que generara resonancias. Unidad Democrática resolvió presentarse en sociedad la semana pasada. Se trata del grupo del que forma parte el mexiquense, y que está integrado por aspirantes a la candidatura presidencial (los ex gobernadores de Veracruz y Tamaulipas, Miguel Alemán y Tomás Yarrington; los que lo son todavía en Hidalgo y Coahuila, Manuel Ángel Núñez y Enrique Martínez; y el líder senatorial Enrique Jackson) y por quienes simplemente se oponen a Madrazo: los gobernadores Eduardo Bours de Sonora y Natividad González Parás, de Nuevo León; y el ex candidato Francisco Labastida.
Organizaron una comida en el Casino Militar y ante un público ralo (pues no acudieron las esperadas figuras del más alto relieve, y ni siquiera todos los convocantes) hablaron cuatro de los auto nombrados presidenciables.
Jackson, Martínez y Núñez salieron del compromiso de última hora con una improvisación sin consecuencias. Pero Montiel llevaba consigo un texto (no obstante que la previsión original era que ninguno de los aspirantes hablara) y lo leyó. De creerse en la sinceridad de sus palabras hubiera parecido un ejercicio autocrítico. Pero en realidad era una acusación a Madrazo, que no vaciló en acusar el golpe y en responderlo por interpósitas personas.
Lo hizo de varias maneras. Su secretario de elecciones, César Augusto Santiago, salió a refutar los señalamientos de Montiel sobre la postración y fracaso del PRI en las elecciones locales. Pero las precisiones eran lo de menos, pues no se trataba de un debate académico, sino de un intercambio de dardos. Dijo Montiel, por ejemplo, que peor que el engaño es el autoengaño y Santiago respondió que de eso, engaño y autoengaño, quizá el gobernador hablaba basado en su propia experiencia. Más sustantivamente, le endosó las derrotas del PRI en los municipios conurbados con el DF.
La respuesta de Santiago era en realidad de Madrazo. Lo indicaba el tono y lo confirmó el que la carta se publicara profusamente como inserción pagada cuyo responsable fue Sergio Martínez Chavarría, vocero del comité nacional. El mensaje, además, prefiguró el virtual rompimiento de Madrazo con Montiel. Fueron retirados los nuncios del comité nacional en el Estado de México: primero Rafael Rodríguez Barrera, Luis Martínez Villicaña y Manuel Garza González (que dejó vacante la presidencia estatal del PRI), y luego doce delegados más. Pero el golpe principal, contundente aunque no definitivo para la suerte de ese partido en esa Entidad, fue la ausencia de Madrazo en la protesta de Peña Nieto. No acudió nadie de sus cercanos. Y tampoco se presentaron los miembros de la Unidad Democrática (salvo los candorosos Labastida y Núñez), que no quisieron hacer suyo ese pleito.
Madrazo se retirará pronto de la presidencia priista, apenas la IX Asamblea Nacional haga posible, el cuatro de marzo, que no lo supla la secretaria general. Quienquiera que lo reemplace, recibirá la herencia madracista a beneficio de inventario, es decir no prorrogará los conflictos de Madrazo. Y el comité nacional posterior a la asamblea apoyará a Peña Nieto. Y se consolidará la coalición con el PVEM, conveniente a ambas partes, y perderá sentido la ausencia también del líder verde. Pero nada de eso significará que el PRI queda indemne de esos episodios, ni de la expulsión de Pastor, echado con prisa de su partido por una comisión de justicia que se muestra parsimoniosa en sus decisiones. Si como consecuencia de su despido Pastor hace armas contra Peña Nieto, puede acentuarse su fragilidad como candidato inexperto y dependiente.