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Pobre del pobre que al cielo no va

Carlos Monsiváis

El determinismo: ?No te esfuerces porque de pobre sólo saldrás en la fosa común?.

Sicológica y socialmente, tal vez el más ominoso de los rasgos culturales de los años recientes sea la inermidad asumida ante el poderío de la televisión. Suscribirse al cable equivale a declarar ?la de Independencia? ante la televisión abierta, actitud adoptada por las clases medias y las clases impopulares, para ya no usar ?burguesía?, término que la derecha políticamente correcta ya asocia con las amenazas de Hugo Chávez o con un simposio sobre actualidad del marxismo de la UNAM. Pero a los pobres ?¿qué hacemos con ellos??, la caridad cristiana, o su equivalente cultural, los imagina alrededor del aparato, allí conversan, comen, lloran, buscan reproducirse, se desfogan, educan como pueden a los hijos, se pelean durante los comerciales (uno, a veces, supone que la razón de ser de los comerciales es darle a las familias oportunidades de existir), devoran los chismes de los ?famosos? y los comentan como la mejor de las telenovelas. Y los pobres no discrepan en demasía del modelo propuesto aunque, por lo que se sabe, nunca acatan al pie de la letra lo propuesto en la televisión. Como se ha visto y se verá cada vez más, la docilidad perfecta no existe.

No obstante el desastre educativo, que por lo demás alcanza a todas las clases sociales, no se justifica esta condena desdeñosa a la posibilidad de alternativas entre los pobres. En esto, la mayoría de los intelectuales están convencidos: en efecto, los jodidos lo serán ab eternum porque hasta allí, hasta la persistencia de sus límites, les alcanza el salario. Si el factor económico es de una importancia suprema, sus consecuencias paralizantes no son ?ley divina? ni destruyen el valor de las ideas y los estímulos. Pese a todo, la gente (ese término del que siempre se excluye el que lo emite) puede desarrollarse culturalmente.

II

A los pobres, por serlo, se les niegan en la práctica derechos básicos y no sólo en lo concerniente a la distribución del ingreso. Convertir la pobreza en el equivalente totalizador de la fatalidad es técnica y manía del poder. ?Pierde toda esperanza tú, que de donde estás no sales?, es la inscripción dantesca a las puertas de estos infiernos. ?En la pobreza no hay democracia?, insiste durante su gobierno Carlos Salinas de Gortari, al justificar su auspicio de la concentración de las riquezas, que luego, alguna vez se repartirán, lo que equivale a decir: ?En la pobreza no hay cultura en el sentido de disfrute espiritual, ni sicologías individualizadas, ni derecho a escoger. En la pobreza sólo hay seres que consideran natural la abolición de la esperanza?.

Es muy arduo implantar valores democráticos en sectores desinformados (lo que incluye la ignorancia de los derechos colectivos y personales), y las alternativas no les resultan convincentes a quienes extraen de la televisión abierta su repertorio de alborozos. Pero la expulsión radical de la democracia y la cultura es una descalificación clasista de largo alcance. Y esto se inicia y perfecciona con el mito de la escolaridad tan bien observado por Iván Illich, el mito que ha convencido durante dos siglos a los pobres de lo inevitable de su destino: ?si fracasas en la escuela, ya fracasaste en la vida?. De allí el uso por largo tiempo del verbo destripar como sinónimo de fracaso escolar. Sólo los profesionistas pueden aspirar a la condición de personas íntegras, sería la conclusión no dicha pero prevaleciente en el ánimo. Sólo el título (antes) y el posgrado (ahora) certifican la existencia de cualidades indispensables. ?Si no terminaste la primaria, ya eres por eso mismo persona y ciudadano de tercer orden?.

III

Al determinismo lo renueva la teoría que divide el mundo en globalizados y locales, separación que continúa otras divisiones inexorables: metropolitanos y periféricos, desarrollados y subdesarrollados, primermundistas y tercermundistas, colonialistas y colonizados. El esquema no varía: se exhibe lo innegable (el abismo entre países ricos y países pobres) y el hecho se eleva al rango de verdad teológica. Con celeridad se va más allá del darwinismo social: el jodido es aquél que nunca abandona el punto de partida. ?Si aquí naciste, veo difícil que te alejes del lecho materno?. En rigor, la promoción de estas claves del abismo no obedece en lo mínimo a un realismo descriptivo, sino a la conversión de lo real en lo fatal. ?Nunca dejaremos de ser subdesarrollados?, se dijo hace 40 años con el énfasis que hoy se aplica a las variantes del localismo. Así, ¿qué escritor o qué pintor o qué cineasta o qué arquitecto o qué actor pueden globalizarse en el sentido de triunfar fuera? Unos cuantos lo consiguen, pero a los demás se les recuerda la escritura en la pared: ?¿a dónde vas que más valgas? Hagas lo que hagas, siempre serás local?. Hace todavía unos años, se diseñó un título nobiliario para los asilados en el Arca de Noé de la fama internacional: ?latinoamericanos universales?. Hoy se les podría decir globalizados de ring side.

IV

La pobreza y la miseria son situaciones altamente determinantes, pero el determinismo, la ideología que eterniza y profundiza las desventajas económicas, genera sus resultados de antemano: ?Como no tienes opciones, no te importará la concentración extrema de la riqueza, te dará igual divertirte con lo que te ha divertido (una carcajada o una sonrisa son ecos de las anteriores; las lágrimas que provoca el melodrama son la continuidad del trato familiar), entenderás que abandonar la secundaria es renunciar al progreso en la vida, y así sucesivamente?. Sin necesidad de verbalizar lo anterior, los habitantes de la pobreza lo saben perfectamente, y por eso el clásico de Ismael Rodríguez, Nosotros los Pobres (1974), es un filme perfecto a su manera al contener y describir una mitología cerrada, sin fisuras, donde todo empieza y termina en la vecindad, el sinónimo del Ángel Exterminador entre los pobres.

Al final de la extraordinaria obra de teatro de Sergio Magaña, Los Signos del Zodiaco (1950), los habitantes de la vecindad buscan en vano la llave (la salida), no la encuentran, y no la podrían hallar. El fatalismo es simbólico y es real, y esto, al interrumpirse de un tajo en México la movilidad social, sólo admite el escape a través de las migraciones a Norteamérica, del deporte (unos cuantos), del talento excepcional de la delincuencia (no tan pocos) y de la mala suerte, ese elemento que sigue llamándose así por los dispositivos de la injusticia social.

Escritor.

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