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Política a la mexicana

René Delgado

Hay ideas y palabras que, por su origen, desgaste e historia, se antoja desfigurarlas. Deshacerlas. Expulsarlas del vocabulario por lo que culturalmente significaron o tristemente significan. Política a la mexicana es una de ellas. Esa expresión era y es el eufemismo para encubrir las peores prácticas: la transa, la corrupción, los arreglos bajo cuerda, la incongruencia entre el discurso y la praxis y, obviamente, el recurso para regatearle a los ciudadanos su mayoría de edad para participar en la política.

Relevar aquel concepto, al menos en el campo electoral, supuso un enorme esfuerzo. Hoy, hablarles a las nuevas generaciones de urnas embarazadas, relojes adelantados, tacos de votos, carruseles o ratones locos, es explicarles una vergüenza.

Decirles cómo votar o no votar daba lo mismo. Y es una fortuna que ese concepto, al menos en ese rubro, no forme más parte de su vocabulario. Da pena que haya estado en el diccionario de los usos y costumbres de la política electoral.

Sin embargo, asombra cómo el concepto de política a la mexicana persiste en el lenguaje. Increíblemente, la élite política multicolor insiste en conservarla y desde luego, en avalar su turbio significado. Y, hasta hoy, la ciudadanía no ha encontrado la puerta, la chapa y la llave para desfigurarla y expulsarla. En la política-política, la política a la mexicana prevalece. Cambio de vestido, pero sigue siendo la de antes.

*** Parece una locura, pero los políticos no creen en la política. No creen en la negociación dentro del marco de las instituciones, como el instrumento privilegiado para resolver las diferencias y darle oportunidades de realización al país y a la ciudadanía. No creen en la combinación de organización, fuerza e inteligencia política para construir acuerdos o tomar decisiones. En el mejor de los casos, creen en esa combinación pero para destruir acuerdos o impedir decisiones. Desde hace tiempo los políticos mexicanos no hacen, deshacen la política.

No se trata de un simple juego de palabras, se trata de la más torpe conducta que podrían asumir quienes deberían esmerarse en el cuidado de ese recurso. Bajo disfraz distinto o con supuesto renovado discurso, el perredismo, el panismo y el priismo insisten, pues, en hacer política a la mexicana.

*** Si se voltea a ver a la izquierda mexicana, impresiona cómo el sector pretendidamente progresista corre a apuntarse en la lista del neoconservadurismo mexicano. La izquierda no se cansa de demostrar que no cree en los partidos, ni siquiera en los que ella misma construye. Basta revisar el discurso que ahora alientan a favor de los movimientos y en buena medida, en contra de los partidos. Del sub comandante Marcos al jefe del Gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, pasando por Cuauhtémoc Cárdenas, la constante es esa: todos presumen el afán de renovar la forma de hacer política, todos aseguran que mantienen su interés por participar activamente en la política, pero todos quieren hacer política por fuera de los partidos. Los tres convocan a armar un movimiento que es, en realidad, tres movimientos, en lugar de consolidar un partido cualquiera que éste sea.

Construir, así, una democracia es un simple deseo. Llámese Campaña Nacional para la Construcción de Otra Forma de Hacer Política, como sofisticadamente lo denomina el sub comandante Marcos, en la sexta declaración de la Selva Lacandona. Llámense Redes Ciudadanas, como lo presenta Andrés Manuel López Obrador que, en el fondo, debilita al Partido de la Revolución Democrática y lo reduce al registro para poderse anotar en la competencia.

Llámese Nueva Opción: Un México para Todos, como bautiza Cuauhtémoc Cárdenas al movimiento que convoca y de paso, divide al partido que fundó. Todos esos movimientos pasan, sin querer o adrede, por la demolición o el debilitamiento de la institución partidaria que es, si así se quiere ver, el mal necesario de toda democracia.

Del sub comandante Marcos puede, no sin dificultad, aceptarse que pase de la idea de un ejército a la de una caravana y de la de una caravana a la de un movimiento. No cree en los partidos pero tampoco, por mucho que vista el uniforme, en la guerrilla ni en la política de la que, lo acepte o no, sobrevive.

Pero de López Obrador y de Cárdenas llama la atención que construyan y militen en un partido para que, de a tiro por oportunidad o elección, pasen a menospreciarlo y reducirlo. Los partidos son para ellos el instrumento prescindible, útil si acaso para tener registro en las contiendas y millonarias prerrogativas para, increíblemente, no hacer política o, peor todavía, para hacer prevalecer aquel viejo estilo de hacer política a la mexicana, al margen de las instituciones.

*** Llama poderosamente la atención, por ejemplo, la aguda crítica de Cuauhtémoc Cárdenas al perredismo. Se queja de las desviaciones del Partido de la Revolución Democrática y critica “las alianzas ideológicamente contradictorias” de esa fuerza. Hablar de los desvíos sin aludir a la herencia que Cárdenas dejó en la jefatura del Gobierno capitalino, es síntoma de pérdida de la memoria o de cínica omisión. Si Rosario Robles y su equipo no representan una de las peores desviaciones de esa fuerza, quién sabe entonces a qué se refiere Cárdenas. La desviación podría llegar a explicarse pero, como tuvo por sello de agua el de la corrupción, es difícil que el padrino de esa lideresa pueda lanzar críticas sin ni siquiera mirarse en un espejo.

Asimismo, criticar “las alianzas ideológicamente contradictorias” sin explicar por qué con su candidatura presidencial de 2000, le dio vida y oxígeno a organizaciones que simple y sencillamente medraron con los recursos públicos y agraviaron a la ciudadanía, es convertir el olvido en el mejor recuerdo. Si Gustavo Riojas y su familia, a través del Partido de la Sociedad Nacionalista, amasaron una fortuna que ahora lo tiene en fuga, fue gracias a la Alianza por México que fomentó Cuauhtémoc Cárdenas en el afán de fortalecer su candidatura.

Y si de censurar la incompatibilidad ideológica de las alianzas de hoy se trata, qué decir que en aquella Alianza por México estuviera el olvidable Partido Alianza Social, donde se refugiaron ex sinarquistas y ex panistas.

¿En aquel entonces, la ideología de Cárdenas daba para aliarse sin contradicción con aquellos activistas? Todo esto sin mencionar, desde luego, que el propio Cárdenas al dejar el priismo encontró que el mejor nicho para asegurar su candidatura presidencial en 1988 fue, en primera instancia, por la vía del parmismo.

Insignes políticos como Celia Torres o Ignacio Castillo Mena fueron compañeros que marcharon del brazo del Ingeniero aunque, después, al menos en el caso de Castillo Mena, los despidieron arrojándoles monedas. ¿No había incompatibilidad ideológica, en aquel entonces? Hacer crítica sin autocrítica política, es hacer política a la mexicana.

*** En el descreimiento de su propio partido, Andrés Manuel López Obrador empata su práctica y pensamiento político con Cuauhtémoc Cárdenas aunque, curiosamente, ambos se empeñen en demostrar cuán diferentes son. A su paso por la dirigencia nacional del perredismo, López Obrador entendía al Partido de la Revolución Democrática como un movimiento. Lo decía en sus discursos pero, cuando afloró la verdad de Perogrullo de que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, López Obrador corrigió: el PRD resultó ser un partido en movimiento. Y, desde entonces o probablemente desde antes, López Obrador descree de su propio partido. Más lo entusiasman los movimientos y la permanente convocatoria a la movilización, que a la consolidación de una fuerza organizada que, a su vez, fortalezca a la política institucionalizada.

Ahora mismo, la apuesta a las Redes Ciudadanas deja ver que el partido quedará limitado a poner el registro y las prerrogativas en su campaña. El mismo texto pergeñado sobre la idea de un proyecto alternativo de nación, deja en claro que el partido no aportará nada al proyecto o, acaso, el aparato de distribución de las ideas de Andrés Manuel sobre lo que debe ser la nación.

Ni por asomo el debate de las ideas forma parte del credo lopezobradorista. Que se dé de santos el partido por el simple hecho de que Andrés Manuel lo escogió para que lleve su registro al Instituto Federal Electoral. Tan dado a citar a debate a todo aquel que le conviene exhibir, López Obrador no da muestras de querer debatir sus ideas con su propio partido o con sus supuestos compañeros de izquierda.

Lo llama a debatir Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador responde que le tiene respeto al Ingeniero. Lo llama a debatir el sub comandante Marcos, y Andrés Manuel López Obrador replica: peace and love.

López Obrador está dispuesto a debatir sólo aquello que él quiere debatir, cuando quiere debatir. Lo demás es evasión, o bien, ejercicio de frivolidad para determinar dónde debe vivir y despachar el próximo presidente de la República, para decidir ampliar el bosque de Chapultepec sobre Los Pinos o cambiar la denominación de los impuestos por el de contribuciones. El debate serio, profundo, no aparece en el código de su conducta política y menos aún aparecen la crítica y la autocrítica como una forma de enriquecer las ideas y las decisiones. Renunciar al debate y al partido político es una forma del conservadurismo, una forma del autoritarismo, es una forma de hacer política a la mexicana.

*** Curiosa e indudablemente los tres personajes en cuestión han hecho aportes al desarrollo de la democracia mexicana y curiosa e indudablemente los tres están tentados por la idea de echar al cesto de la basura esa aportación.

La epidemia que afecta a la clase política mexicana también los ha tocado. Por distintas puertas, los tres han traspuesto el umbral de la historia y por momentos mandan mensajes de su deseo de darse la vuelta y regresar al lugar que proponían dejar. Los afecta la enfermedad que vulnera a los inteligentes, pierden el oído y la vista, además del equilibrio. Sostienen un discurso que no amparan en una práctica política renovada y entonces, se anotan en la lista del neoconservadurismo: hacen política a la mexicana que es una forma de deshacer política. Ya habrá oportunidad de analizar cómo panistas y priistas tampoco creen en la política.

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