Ahora que está próxima la fecha de la celebración del inicio de la Revolución Mexicana y próxima también la campaña para presidente de la República es justo recordar a los caudillos, bandidos, héroes y traidores que fueron protagonistas en esta gesta (Revolución 1910-1920) y desde entonces la lucha por la Presidencia ha sido la prioridad, un condumio estigmatizado sólo permitido para la clase privilegiada y líderes carismáticos.
La silla del águila ha sido una de las comodidades más tentadoras y sólo el caudillo del sur, Emiliano Zapata no se quiso sentar en ella, Villa sí lo hizo -Pa’ ver qué se sentía- y qué lástima que ninguno de los dos revolucionarios no se haya quedado sentado, porque en mucho hubiese (el hubiera no existe) cambiado nuestro destino de nación sobre todo por la aplicación de la Ley a su manera, que aunque brutal en el caso de Francisco Villa que por un simple robo de unas mazorcas de maíz o de un caballo al ladrón se le pasaba por las armas o se le colgaba, con ese ejemplo y la continuación en la procuración de los delitos de esa forma ya nos podemos imaginar cómo la corrupción y otros delitos estarían a la baja o en su caso, las personas incluyendo los funcionarios públicos lo pensarían muchas veces para robar tan descarado como ahora lo hacen.
Los aspirantes a la silla tienen que sortear y gambetear temporales dentro y fuera de sus partidos, cual torneo de gallos a picotazos y navajazos se van eliminando uno a uno, los revolucionarios lo hacían a balazos, ahora está peor, se lleva a cabo con injurias, enconos y una cascada de difamaciones que van desde ser huérfanos, bastardos, pasando por canallas, rateros, traidores hasta llegar a inventarles una homosexualidad reprimida, incluyendo partirse la madre a madrazos entre los grupos antagonistas y protagonistas en esta carrera de obstáculos, donde hasta la esperanza de la nación es subastada y se le vende al pueblo para levantar a los deprimidos y miserables, ya que según parece y tan sólo en menos de un siglo los políticos mexicanos en aras de silla del águila vendieron e hipotecaron todo el país, desde las olas y crepúsculos de Acapulco hasta las lágrimas de los que sobreviven al día, a tal grado que la esperanza es ofrecida por lenguas redentoras y con frases heladamente calculadas pretenden conquistar el tabernáculo nacional.
Poco les interesa a estos personajes apropiarse de nuestros y sus antepasados a los que se invoca brutalmente (el caso de Madrazo a su padre don Carlos Madrazo, López Obrador a Benito Juárez y Calderón a los precursores de la democracia en México), semejante exhibición de delirio tétrico provoca escalofríos por la ferocidad incontrolada de su ensaña, sobre todo cuando se pretende justificar lo injustificable a sabiendas que millones de habitantes se debaten entre la miseria y la pobreza que causa el desempleo y la corrupción de los funcionarios públicos.
Pero más allá de los perversos rituales que se siguen en la política nacional de la que sólo queda la sociedad perpleja, “videorresignada” y espasmódica con líderes que roban ideas y tiempos y sumergen a la sociedad en atroz incertidumbre y mequetrefes que velan los verdaderos intereses de los políticos que no se tientan el alma para perforar los cerebros de muchas buenas personas con un fin oscuro y el ancestral instinto depredador con el única meta de sentarse en la silla del águila.
Lejos quedaron los discursos demagógicos y retóricos con los que se alzaban los políticos, ahora están las implacables acusaciones, la venenosa calumnia, se trata de métodos atemorizantes, la técnica habitual del nacionalismo totalitario, con asfixiantes consignas propias de las tribus que forman los partidos políticos, donde el cultivo de valores, la reunión colegiada y académica y las reglas de urbanismo están extraviadas, esta es la sucia realidad de la cochina política y de nuestros (la mayoría) ambiciosos políticos en México.
En México desde hace mucho tiempo los políticos representan la desfachatez sin el mínimo decoro ético y siempre ahogándose en el asco que provocan sus acciones, el caso de Madrazo, Montiel, Gordillo, López Obrador, Calderón, Creel y todo el cardumen que les rodea tratando de comerse o tragarse la silla del águila, eso sí, siempre garante la banda presidencial en el pecho, el lábaro patrio será inclinado hacia el ungido y no faltarán los discursos nacionalistas, un nacionalismo de reconstrucción y reconciliación política más falsa que un billete de siete pesos.
Sin embargo, el otro discurso, el tangible, el callado el que se realiza con actos de corrupción toda una obra lasciva, es el discurso apabullante, autoritario, el que desgarra al pueblo por la impotencia de las mismas instituciones que en su campaña juró y perjuró componer, que vemos y se dejan sentir cuando los funcionarios llegan a un puesto y ya no se diga los encumbrados a la silla del águila, por la que ahora andan muchas tribus y clanes desaforados, peleando como perros de malos vecinos.
Y lo que más causa lástima, es que todo esto, la carrera, los pleitos y todas las aberraciones, usufructos que se hacen para lograr la Presidencia se hace con dinero del pueblo.
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