¿Qué lleva a un hombre de 78 años de edad, cansado por el arduo trabajo intelectual y de autoridad llevado a cabo a lo largo de una prolífica vida, aceptar un cargo de enorme trascendencia y responsabilidad y del cual no podrá renunciar así esté enfermo o cansado, o deseoso de retirarse a una vida más tranquila y de oración?
¿Qué mueve a un hombre que ha entregado en plenitud su vida al servicio de los demás a seguir sirviéndolos inevitablemente, hasta el momento mismo de su muerte?
Leamos a continuación parte del texto que el Papa Benedicto XVI pronunció a un grupo de compatriotas suyos a los pocos días de haber sido elegido, y que desgraciadamente no ha sido reproducida por diferentes medios informativos a pesar de su interés.
En esas palabras se responde a las interrogantes iniciales de este artículo y además se vuelve a manifestar la humildad y sencillez del Romano Pontífice: “Ante todo, debo disculparme por el retraso. Los alemanes son famosos por su puntualidad. Al parecer, ya me he italianizado mucho. Pero hemos tenido un encuentro ecuménico con los representantes de todas las Iglesias y comunidades eclesiales y de las demás religiones. Ha sido un encuentro muy cordial.
“Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la guillotina caería sobre mí, me quedé desconcertado. Creía que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días.
Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes. Pero me impactó mucho una breve carta que me escribió un hermano del Colegio cardenalicio.
Me recordaba que durante la misa por Juan Pablo II yo había centrado la homilía en la palabra del Evangelio que el Señor dirigió a Pedro a orillas del lago de Genesaret: ¡Sígueme! Yo había explicado cómo Karol Wojtyla había recibido siempre de nuevo esta llamada del Señor y continuamente había debido renunciar a muchas cosas, limitándose a decir: Sí, te sigo, aunque me lleves a donde no quisiera.
Ese hermano cardenal me escribía en su carta: “Si el Señor te dijera ahora “sígueme”, acuérdate de lo que predicaste. No lo rechaces. Sé obediente, como describiste al gran Papa, que ha vuelto a la casa del Padre”.
Esto me llegó al corazón. “Los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco hemos sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes, para el bien. “Así, al final, no me quedó otra opción que decir sí. Confío en el Señor, y confío en vosotros, queridos amigos. Como dije ayer en la homilía, un cristiano jamás está solo. Al morir el Papa, en medio de tanto dolor, se manifestó la Iglesia viva. Resultó evidente que la Iglesia es una fuerza de unidad, un signo para la humanidad”.