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¿Por qué cree?/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Suele suceder que el político recurra a promesas que sabe que no podrá cumplir. Lo hace porque eso le permite captar la atención del público y los votos del electorado.

Pero, ¿por qué el ciudadano común le cree? En uno y otro caso, en la mente del político y en la del ciudadano, se producen fenómenos distintos, aunque de alguna manera coincidentes.

El político sabe que está mintiendo al formular una oferta política de difícil cumplimiento; sin embargo, en su fuero interno existe la convicción de que es posible lograrlo y llega por esa vía al extremo de engañarse a sí mismo.

El ciudadano a su vez puede pensar que le están mintiendo. Pero quiere creer que es posible que aquella promesa se cumpla, sobre todo si el político la formula con convicción y firmeza.

Usted se preguntará ¿a qué vienen estas lucubraciones? ¿Porqué está haciendo este aprendiz de escribidor tales conjeturas?

Las respuestas son sencillas. En este asunto me puse a pensar al escuchar al presidente Vicente Fox decir en Chiapas que “el zapatismo está quedando prácticamente en el pasado”.

Porque en realidad no es mentira lo que ahora dice el presidente. El zapatismo, con Marcos a la cabeza se quedó encapsulado en la selva chiapaneca. Lo que se pudo hacer en materia de reformas constitucionales se hizo en su momento aunque no fueran del agrado de los zapatistas y sus seguidores. Los acuerdos de San Andrés quedaron ahí como parte de un documento histórico que no puede convertirse en Ley porque riñe con el texto constitucional.

No es ahora cuando el presidente miente. Lo hizo en febrero de 98 cuando dijo que si llegaba a la Presidencia le bastarían 15 minutos para llegar a un acuerdo con Marcos. Lo hizo cuando en abril de ese mismo año cuestionó al entonces presidente Ernesto Zedillo afirmando que éste debería reunirse con Marcos, porque el conflicto ya llevaba cuatro años y era “un problema que puede resolverse en 15 minutos”.

Fue entonces cuando Fox faltó a la verdad. Como también lo hizo cuando afirmó que México podía crecer al siete por ciento anual.

Luego, ya en el poder (diciembre de 2003) Fox aceptaría que lo que dijo cuando andaba en campaña no podía ser, pero que ya había “pagado el precio bastante amplio a través de estos tres años con ese señalamiento, una y otra y otra y otra vez. Está bien -añadió- ya está pagado en precio”.

Pero para cuando eso declaraba, Fox cumplía tres años sentado en la silla presidencial.

Lo de los 15 minutos y el crecimiento económico en el porcentaje que él afirmaba, así como otras cosas, como su empecinado argumento de que todo lo que existió antes de su llegada a la Presidencia era malo, fueron sólo parte de una propuesta política para lograr un objetivo muy concreto: lograr el poder.

En ese sentido, si Fox mintió, para él eso es lo de menos. Lo de más es que logró el objetivo que se propuso y esa es una verdad incuestionable.

En la otra vertiente está el asunto del por qué el ciudadano cree en ese tipo de mentiras.

Para dilucidar esta cuestión es necesario que partamos de la base de que es el nuestro un pueblo urgido de líderes y de esperanzas.

Hace mucho tiempo que no llega a la Presidencia de la República un verdadero líder. Quien en su momento se acercó más a esa figura, querámoslo o no, fue Carlos Salinas. Pero el método que utilizó para fincar su liderazgo estaba más cercano al temor que al convencimiento.

El ciudadano común busca líderes. No importa si mienten en sus propuestas de campaña. Lo que le importa es que sean carismáticos, firmes en su discurso, seguros de sí mismos, llanos en su hablar y que les brinden la esperanza de que las cosas pueden cambiar, que pueden ser mejores.

Por ello, el político, en su búsqueda de la aceptación popular, no se detiene a considerar si lo que está ofertando es realmente posible. A él sólo le interesa que el pueblo le crea; porque de esa manera ganará votos y las elecciones se ganan con votos. Ésa es la vía para acceder al poder público que viene con los cargos de elección popular.

La mentira como tal es para el político un pecado venial si está convencido (y comúnmente lo está) que desde el poder puede cambiar su entorno.

La ética del ciudadano común y la ética del político no son iguales. Pero, pero...dejemos la pluma en el tintero.

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