En este día, víspera de la Natividad de Jesús Cristo, quisiera sentirme bien en todo y con todos antes de honrar la efeméride más importante en la historia del hombre; pero contra el espíritu de amor que debe presidir la celebración universal siento que en México, igual que en todo el mundo, de las alcantarillas trasciende un tufillo de discordia, rijosidad, ambición y desesperanza.
Y es que si nosotros, pasajeros del siglo XXI, no logramos reconciliar al hombre con el hombre, como lo deseaba el Mesías, menos podríamos comprometer a los soberbios países hiperdesarrollados en un supremo sentimiento por el bienestar y la paz universal. ¿A qué, entonces, ponernos discursivos y echar de nuestro ronco pecho sentidos mensajes de época, semejantes a los que ya empezamos a escuchar en labios de los líderes religiosos y de nuestros hombres públicos con motivo de las fiestas navideñas?
Año tras año los ministros de todas las religiones reafirman que el 25 de diciembre debe ser el día de la conciliación universal. Celebrar el nacimiento del Niño Jesús con profundo sentido cristiano debería concitar a los hombres y a las naciones a vivir en paz con los vecinos, adversarios y sometidos; pero tales expresiones sonarán vacuas y sin eco alguno en los centros de poder, y para todo fin inútiles. No por dichos pronunciamientos cederá la ambición estadounidense en Irak, ni se apaciguará el estado de violencia impuesto por el Gobierno de Estados Unidos en Oriente Medio. Y mucho menos los líderes de Palestina e Israel van a sacrificar sus móviles históricos para sellar con la paz y la buena vecindad los terribles actos de terror y muerte que han diezmado a sus pueblos en el penoso devenir de sus seculares conflictos...
Día de la caridad, también dicen que es el 25 de diciembre; pero las noticias de la prensa y los medios electrónicos destacan a cada minuto cómo mueren miles de niños, ancianos, hombres y mujeres víctimas del hambre, la desnutrición y las enfermedades endémicas en casi todos los países del continente Africano y en la mayor parte de las naciones subdesarrolladas del mundo. Combatir al hambre y sus consecuencias en esos pueblos no es cuestión de llenar un avión con algunos comestibles allá de cuando en cuando o enviar una brigada sanitaria para que las epidemias no se propaguen en los países “civilizados”. Se necesitaría comprometer a los ocho países más ricos del orbe en una tarea de educación y desarrollo permanente para beneficio de esos desheredados del mundo. Los óbolos, y menos los casuales, no curan las hambrunas.
La fecha de la Natividad del Señor debe motivar a un solidario esfuerzo de amor, justicia y paz, proclaman los sacerdotes en las iglesias cada 25 de diciembre; pero el odio racial, los fundamentalismos, las injusticias contra los débiles y todo género de conflictos interpersonales son plagas recurrentes que afligen a la humanidad en cada comunidad humana, en cada estado, en cada nación...
En la primera hora de cada día 25 del doceavo mes de cada año se festeja un aniversario más del advenimiento de aquel niño Jesús, líder moral indiscutible pero desoído del mundo, pues los valores humanos que propuso, practicó y defendió hasta la muerte, hoy estarán ausentes, más que nunca, en la celebración anual de la cristiandad. La filosofía humanista, o lo que conocemos como vida espiritual o religiosa, ceden sus espacios a la electrónica, la cibernética, la robótica, la genética, la astronáutica y perecen, impotentes, ante las muestras de un fatuo racionalismo. Ahora nadie se cuestiona con las inquietudes existenciales que preocuparon a los filósofos griegos en los primeros tiempos de la humanidad: el ser y cómo ser, el qué hacer, el origen y el destino del hombre devienen interrogaciones sin respuesta en un mundo racional y tecnológico, exento de esperanza.
Esto que llamamos vida ¿qué es en realidad? ¿Representa algún sentido ético o apenas constituye una pasajera ficción puramente estética? Para qué sirve a los fines éticos del hombre el invento de la comunicación telefónica celular si los aparatitos sólo son zafios transmisores de ventas y de consumismo. ¿O acaso ha escuchado usted, alguna vez, un mensaje positivo en el audífono de su móvil? Gracias a la tecnología estamos mejor comunicados que nunca, pero jamás hemos estado tan tristes, tan solos y tan aislados de la realidad social en que vivimos.
El Niño Dios nacerá mañana y como ha sucedido cada año de nuestras vidas tocará a la puerta de nuestros solitarios corazones para convocar a la paz interior, a la concordia con nuestros hermanos, a la urgente paz del mundo. ¿Le abriremos, lo escucharemos y comprenderemos su mensaje esencial?... o seguiremos en la egoísta sordomudez en que nos recluyen la estridencia del mundo moderno, su afán por un progreso sin sentido moral, sus histerias y sus paranoias... por ahora este columnista desea, queridos lectores, que todos tengamos una feliz y reflexiva Navidad...