PORTO, Portugal (AP).Cuando uno sube por el muelle de esta ciudad medieval, pasa por la torre barroca octogonal de la iglesia de los Clérigos del siglo XVIII y el recargado palacio de la Bolsa del siglo XIX, se topa con un espectáculo futurista notable.
La audaz modernidad de la nueva Casa de Música de Porto contrasta ruidosamente con su entorno en una ciudad que antecede la conquista romana y precia sus monumentos de siglos.
Diseñada por el aclamado arquitecto holandés Rem Koolhaas, la recientemente inaugurada sala de conciertos es un alarde de osadía arquitectónica. Está embutida en una ciudad atestada cuyo diseño refleja el vertiginoso desorden del comercio del siglo XIX en vino y textiles.
La Casa de Música, un alarido de modernidad, se alza sobre una plataforma de piedra de color bronceado como una joya tallada.
Desde una base estrecha se alza en forma diagonal, sugiriendo un bloque cincelado de cemento blanco.
Una iluminación discreta embellece su calidad espacial en medio de los habituales atosigamientos del tránsito a su alrededor.
Al igual que la pirámide de cristal de I.M. Pei a la entrada del Museo del Louvre en París, o el museo Guggenheim de titanio en Bilbao, los residentes temían que el proyecto moderno afectara el encanto de su entorno histórico.
Pero Koolhaas tuvo en cuenta las sensibilidades locales. Y cada vez más, los residentes se enorgullecen del nuevo edificio.
Franklin Barros, un trabajador textil retirado de 75 años que ha vivido en este sector antiguo de la ciudad durante toda su vida, dijo que sus amigos y vecinos al principio veían con suspicacia la modernidad de la Casa de Música.
"Pero ahora que la gente puede entrar y mirar, ha empezado a apreciarla", agregó. "Es única. Uno no puede ver nada igual en ningún sitio".
Luego de trasponer la entrada en forma de muesca, el vestíbulo se abre a un espacio de gran tamaño.
Pilares angulares atraviesan perpendicularmente el interior con escalinatas de metal y muros de cemento ladeados.
La perspectiva suele desorientar. Impide hacerse una idea mental del interior y transmite la impresión de que el edificio es un ser vivo y moviente.
La Casa de Música ha sido anunciada como una de las mejores obras de Koolhaas en una carrera distinguida que le ha valido el Premio Pritzker, el galardón más prestigioso de la arquitectura, y el premio Mies van der Rohe de la Unión Europea.
La magnífica sala de conciertos deja boquiabiertos a muchos visitantes. Las hileras de asientos plateados están flanqueadas por paredes de madera ornadas con hebras de oro.
A cada extremo del espacio rectangular, las ventanas onduladas aseguran integridad acústica. Su tonalidad turquesa también recuerda que el Río Duero, que llega de España, se confunde con el Océano Atlántico al final de la calle.
Los corredores serpentean alrededor de la sala central. Ventanales altos y amplios ofrecen vistas de la ciudad y ayudan a la Casa de Música a acoplarse con su entorno incongruente: una vieja ferretería, un cafetín, un comercio polvoriento, una carnicería.
Las ventanas panorámicas son parte de la réplica del arquitecto al interrogante de cómo insertar una pieza arquitectónica del siglo XXI en una ciudad antigua.
La respuesta obvia a ese acertijo es que en muchos sentidos la Casa de Música no combina con sus alrededores, pero ¿por qué habría de hacerlo?
La Casa de Música se propone ser algo fuera de lo común.
Aun así, Koolhaas ha tenido en cuenta al vecindario.
El edificio, de altura equivalente a seis pisos, concuerda con la escala de lo que lo rodea.
Y el arquitecto dijo que escogió un exterior de cemento en blanco porque no quería restar colores al vecindario: el parque de vegetación exuberante cruzando la calle, las fachadas de piedra de los edificios locales y sus techos de terracota.
El artista holandés y las autoridades también quisieron que la Casa de Música fuese un templo del sonido, que abarcase distintos gustos musicales sin exclusiones.
Una sala de conciertos más pequeña, con butacas púrpuras y muros anaranjados, puede despejarse para dejar una sala de baile en la que actúen bandas de jazz o disc-jockeys invitados.
En otra sala, grupos de colegiales y familias pueden explorar Hyperscore, un programa de computación diseñado en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Trazando líneas de colores y formas en una pantalla, los usuarios sin entrenamiento musical pueden elaborar sus propias melodías y oír su ejecución.
La contratación de Koolhaas para este proyecto fue un golpe maestro.
El cercano Museo de Arte Contemporáneo de la Fundación Serralves, diseñado por el arquitecto portugués Alvaro Siza Vieira _también ganador del Pritzker_ había sido la única otra pieza arquitectónica moderna de la ciudad.
"Porto ahora posee sedes culturales de gran prestigio para Portugal y motivo de orgullo para esta ciudad", afirmó el alcalde Rui Rio.