El trabajo lo obliga a despertarse más temprano que el mismo sol. Ceder ante los poderosos influjos de la cama es un lujo que le está prohibido, pues un retardo le puede costar una sanción. Llega a su oficina y, de pronto, una avalancha de problemas y pendientes le dan los buenos días. La mañana comienza y la tensión también.
Sin saber por dónde empezar, toma los primeros papeles, hace algunas llamadas y uno a uno va resolviendo diversos asuntos, pero es imposible terminar con tantos pendientes.
El reloj marca las once de la mañana y usted no ha parado un solo instante. Quiere tomarse un cafecito pero la tremenda carga laboral lo tiene amarrado a la pata del escritorio. Pasan las horas, disminuyen las fuerzas y se incrementa el estrés. El día se hace cada vez más pesado y lo único que puede hacer para descansar es levantarse y asomar la cara por la ventana de la oficina para respirar aire fresco y liberarse de la pesada atmósfera en la que ha estado inmerso todo el día.
Entre bostezos reanuda su jornada y, de pronto, timbra el teléfono de su oficina. Al colgar, brinca de su asiento sin poder ocultar la preocupación. Algo terrible ocurrió por su culpa. Intenta remediar la situación como puede, mientras su jefe lo insulta diciéndole que su pequeño descuido costará miles de pesos a la compañía.
Ha cumplido con sus ocho horas de trabajo, sin embargo, las jornadas extras se han vuelto ya una costumbre desde hace meses. Su cuerpo le aconseja que ya se vaya a su casa a descansar, pero su mente le ordena quedarse hasta resolver todos los problemas.
Por fin llega el momento en que se atreve a dejar la oficina y sube al automóvil para dirigirse a su casa. Al llegar, los niños están dormidos ya y lamenta que haya pasado otro día sin poder verlos. Al acostarse comienzan a desfilar por su mente todos los pendientes que ha dejado en la oficina y elabora mentalmente la agenda del día siguiente el cual no será más relajado que el que acaba de terminar.
Y a pesar de todos sus esfuerzos y sacrificios, no ha llegado el día en que su jefe lo llame a su oficina y, lleno de cordialidad, le anuncie que gracias a su dedicación durante los últimos años en la empresa, ha decidido darle un bono especial de más de 300 mil pesos. Eso es un sueño prácticamente inalcanzable, aunque usted dedique su tiempo a su trabajo.
Sin embargo, hay personas que pese a realizar el mínimo esfuerzo, de darse el lujo de faltar con el pretexto de estar realizando gestiones, o de estar sentados todo el tiempo sin tener una mayor aportación que la de levantar la mano cuando lo hagan los demás, reciben miles de pesos como compensación por cumplir con la delicada labor de no hacer absolutamente nada: los diputados.
La sombra del desempleo es fatal. A nadie le gusta saber que dentro de unos meses expirará su contrato laboral y que no tiene un nuevo empleo en el cual poder seguir ganándose la vida. Es cierto que muchos de nuestros diputados están ahora muy nerviosos, pues no han agarrado todavía un hueso para seguir viviendo a expensas del erario público, sin embargo, eso de ninguna manera justifica la aprobación de bonos desmesurados.
Me llama la atención que los diputados hayan decidido otorgarse un bono que supera los 300 mil pesos por haber cumplido con su trabajo. ¿Acaso esa no es su obligación?
Da coraje saber que para muchos legisladores es un mérito asistir a todas las sesiones del Congreso, que muchos de ellos lo único que hacen es levantar el dedito para mostrar su aprobación a tal o cual iniciativa, y que, encima de todo, se dignan a recibir un dinero que en realidad no merecen.
¿Qué hizo la actual legislatura? Convertirse en un instrumento de poder del Gobierno del estado. No hubo iniciativa del gobernador Enrique Martínez que cuando menos se hubiera cuestionado. Dejando a un lado los intereses de aquellos que pagamos su sueldo e incluso los bonos extraordinarios, los diputados se olvidaron de las necesidades de los ciudadanos. Hoy, gracias a su falta de trabajo, en Coahuila no están penados delitos como el secuestro exprés, pues no existe una figura legal que lo sancione.
Dar a los diputados un bono, es premio injusto, sobre todo cuando incurrieron en un incumplimiento de funciones al olvidarse de su obligación con los ciudadanos y al haberse dedicado únicamente a satisfacer los intereses de su partido, y, claro está, del gobernador del estado.
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