Estamos ya francamente perfilados hacia las celebraciones navideñas, que por cierto cada año parecieran quererse adelantar más, como tratando de anticipar un remanso de paz y cordialidad ante las vicisitudes del planeta y las de nuestro propio país, y ya no digamos las tensiones que experimentamos día con día los habitantes de la Ciudad de México.
Por eso yo también quiero anticiparme al 24 de diciembre y adscribirme al ánimo fraternal, pero sin dejar de referirme a varias situaciones críticas que hemos padecido durante el presente año.
Una de ellas es la inseguridad pública, que para todos es palpable, más allá de las cifras oficiales. Porque las autoridades insisten en afirmar que la delincuencia va en descenso, al menos en algunos rubros (de ser verídica esa información, deberemos reconocerla), aunque bien sabemos que son tantos los delitos que se cometen en nuestras calles, y es tal la impunidad con la que se llevan a cabo, que los ciudadanos, descreídos ya de las autoridades, ni se toman la molestia de denunciarlos. Pero más allá de las estadísticas, el caso es que en la percepción ciudadana los resultados son magros porque hay abundantes pruebas de que nada ni nadie es capaz de detener la embestida de la delincuencia.
Por desgracia, casi en todas las familias hay por lo menos un miembro que ha sido vejado en su persona o robado en sus bienes. Lo digo con conocimiento de causa pues recientemente en un lapso de tan sólo una semana viví de cerca dos casos de familiares que fueron agredidos por delincuentes a plena luz del día, en lugares públicos con gran concentración de personas.
Otro de los grandes problemas que tenemos en nuestra ciudad es la falta de empleo, que afecta a innumerables personas de todas las edades, quienes no encuentran opciones para conseguir un medio de vida digno y remunerativo. Está tan extendido el desempleo, que ya es habitual ver el desfile de solicitantes para entregar currículos en oficinas de todo tipo –ya sean públicas, de empresas privadas o del sector social–, y que prácticamente siempre se encuentran con la inequívoca respuesta: “no hay vacantes”.
A propósito, a mí me inquieta desde hace tiempo tanto la deserción escolar como la gran cantidad de jóvenes que no logra ingresar a la educación media, y también la situación de los muchachos que cada año egresan de universidades, tecnológicos y otros centros de enseñanza media y superior, para toparse en su mayoría con la triste realidad de la falta de empleo. Este menosprecio social hacia nuestra juventud, a la que vamos relegando cada día más, puede ser un detonante de la inestabilidad social, además de constituir una práctica injusta y vergonzosa al no crearse un puente generacional bien sustentado, confiable y equitativo.
Además, hay por supuesto otros problemas que no quiero particularizar en esta ocasión como lo hice en varios de mis artículos anteriores, pero que están ahí frente a nosotros, complicándonos con frecuencia la vida personal y colectiva, ya sea que se trate del ineficiente y caótico transporte público en el Distrito Federal, la falta de agua, la insuficiencia en la energía eléctrica, la cada día mayor saturación vehicular (peor aún en época navideña), la pérdida de áreas verdes y en general el anárquico desarrollo urbano.
Y por si una plaga más nos hiciera falta, ya desde este año hemos atestiguado las luchas descarnadas por el poder político, los despilfarros propagandísticos, síntomas de descomposición social y política, entre otros males a los que sin excepción debemos ponerles un alto ¡ya!
Pero no se trata de hacer un catálogo de indicadores apocalípticos. A pesar de los fuertes argumentos para el escepticismo, me sitúo del lado de quienes están convencidos que hay soluciones y podemos cambiar las cosas para bien si nos unimos en aras de transformar tantas inercias negativas de nuestra historia reciente. Asimismo, debemos reconocer que se registran algunos avances y estar conscientes de nuestro gran potencial, que de aplicarse plenamente como un compromiso de todos, nos serviría para prosperar y hasta para ser más felices.
En todo caso, como ocurre al finalizar un año, urge darle ya la vuelta a la hoja del calendario y renovar la voluntad, la energía y el compromiso con nosotros mismos y con los demás.
Por eso, les envío felicidades anticipadas con mi deseo ferviente de que el año que viene, con todo y la complicación electoral, sea para todos mejor que este 2005.
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