Los verdaderos demócratas aman la democracia por sí misma, como sistema y no sólo como una forma de acceder al poder político mediante el respaldo popular. Y ya se sabe que a lo que se ama no se le daña.
En ese sentido, quien actúa en política con verdadera convicción democrática constriñe su conducta a aquellos actos que tiendan a fortalecer el sistema democrático y como consecuencia de ello es posible que acceda al poder.
Pero si por alguna razón el electorado no vota a su favor mayoritariamente no se siente defraudado, porque sabe que actuó haciendo lo correcto y su actuar contribuyó al fortalecimiento de la democracia.
En cambio, quien se obsesiona con el poder y lo busca por lo que éste le puede representar, no le importa que para lograr su insano objetivo lesione o vulnere el sistema democrático. No le importa tampoco burlar o defraudar la voluntad popular. Piensa en forma mezquina, egoísta.
No es extraño entonces que haya candidatos, como Rubén Mendoza, que compite por la gubernatura del Estado de México, que con una facilidad asombrosa trata de justificar su ilícito proceder con falsos argumentos e incluso mentando madres a sus adversarios y diciendo vulgaridades, pues a él como a otros (y los hay en todos los partidos) no le importa cómo llegue al cargo, sino que lo verdaderamente importante es llegar.
Es imposible pedir que los políticos adopten una conducta uniforme. Pero sí debemos aspirar a que cuando menos un número significativo de ellos lo haga apegándose a la verdad y a los principios democráticos.
En las condiciones actuales tal parece que la mayoría de los que actualmente pretenden un cargo de elección popular están empeñados en conseguir el poder a costa de lo que sea.
De ahí también que se privilegie en ciertos casos el dinero por encima de las ideas.
Cierto es que la política se hace con dinero. Pero cuando la lucha electoral se funda sólo en eso, indiscutiblemente se pervierte.
En Coahuila no es tiempo aún de ofertar programas de Gobierno. Sin embargo, no por ello resulta saludable que sólo estemos viendo precandidaturas apoyadas fundamentalmente en el dinero.
Esa forma de hacer campaña distorsiona la visión del electorado al tiempo que erosiona el sistema democrático.
Si a ello le sumamos que no hemos logrado satisfacer las demandas más sentidas de la población, llegaremos a la conclusión de que la gente puede preferir la seguridad y estabilidad que le brinda un sistema dictatorial que lo que le pueda ofrecer uno democrático, aunque para otorgarle esa seguridad y estabilidad aquél cancele sus libertades.
Lamentablemente así lo revelan algunos estudios elaborados por las Naciones Unidas sobre la democracia en América Latina. “No hay malestar con la democracia, hay malestar en la democracia”, se afirma en el estudio.
Y añade: El 54.7 por ciento de la población del área (latinoamericana) estaría dispuesta a sacrificar la democracia en aras de un progreso socioeconómico real.
Esos porcentajes, esa visión del electorado nos debe preocupar. Porque en un país como el nuestro, en el que se está viviendo una etapa de transición, si permitimos que la democracia se vulnere y no sea ésta el medio para dar respuestas satisfactorias a las demandas de la población, estaremos contribuyendo a que la gente pida a gritos un cambio... Pero de sistema.
Nadie duda que Vicente Fox ganó la elección del dos mil. Pero muchos dudan que el PAN pueda conservar la Presidencia de la República, en razón de la forma en como él ha gobernado.
Desde luego que ese hecho resultaría intrascendente si no se añadiera a él la forma en que estamos haciendo política en el país. Porque la estamos haciendo de manera denigrante, diría que hasta antidemocrática.
Las armas que con mayor frecuencia se utilizan son el dinero, el chantaje, la compra de conciencias, la descalificación del adversario mediante la calumnia y la difamación y por supuesto el engaño.
Por esas vías no se forma al electorado. Se le deforma.
De esa manera no se fortalece a la democracia. Se le debilita.
Lo que está sucediendo en el país nos debe preocupar a todos. Ahora, cuando estamos aún a tiempo de corregir el rumbo.
Mañana, puede ser demasiado tarde para lamentar el no haber sido capaces de cuidar y preservar nuestro sistema democrático.