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Prohibido prohibir

Adela Celorio

El mito de los alimentos afrodisiacos -de Afrodita, diosa griega de amor que surgió desnuda de la espuma del mar-, se difunde ya por los años 2200 1700 a de C.

En principio se trataba de plantas y alimentos con formas parecidas a los órganos sexuales masculinos y femeninos o que compartían los mismos olores de las secreciones sexuales.

Los antiguos griegos y romanos “aderezaban” su vida sexual con tragos de satirión, obtenidos de una especie de orquídea con bulbos en forma de testículos humanos.

En la Edad Media se comía cebolla para prolongar la erección y aumentar la esperma. Esta propiedad la compartían el ajo, el rábano y el nabo. Giácomo Casanova confiaba en el chocolate caliente, ostras, caviar, trufas y una ensalada de huevo con salsa de salvia, hierbabuena, cebolla, pimienta negra y vinagre; para sus maratones amorosos.

A través del tiempo se han desarrollado toda clase de pócimas para apuntalar la frágil seguridad de algunos varones. Conscientes del poder que otorga una sexualidad vigorosa, hombres y mujeres de todos los tiempos y todas las culturas han buscado pócimas y alimentos para potenciarla.

El último grito de la tecnología al servicio del sexo power es el infalible Viagra. Yo por mi parte no creo que exista mejor afrodisiaco que la mente y la química que eventualmente se da en la pareja. El olor, la vista, el tacto, el sabor del cuerpo: morder, chupar, oler, tocar, acariciar... Pero en fin, como decía Za Za Gabor “yo qué voy a saber de sexo si siempre he estado casada”.

Pero no sé cómo me perdí del tema, si a lo que yo quería referirme al principio de esta nota, es al supuesto poder afrodisiaco que se le atribuye a los huevos de tortuga, y que ha motivado una poderosa campaña en la que en cientos de pósters y mantas gigantes costeadas por una organización estadounidense de conservacionistas, aparece la imagen de una joven muy sugerente diciendo algo así como “Mi hombre no necesita huevos de tortuga porque sabe que no lo hacen más potente”.

Además de mover a risa, me parece que más que hacer conciencia de las tortugas en peligro de extinción, dicha campaña publicitaria difunde y promueve el supuesto poder vigorizante de los huevos de tortuga.

A semejanza de los amores que se nos resisten, algunos alimentos cuando finalmente los conseguimos, nos dan un placer especial. Amores y alimentos prohibidos se vuelven irresistibles, basta recordar lo que sucedió con la manzana en el paraíso.

No sería difícil que a partir de la ridícula campaña, los huevos de tortuga se convirtieran el un oscuro objeto de deseo y surja todo un mercado negro para su comercialización. Incluso podrían aparecer pronto los huevos de tortuga “piratas”.

adelace@avantel.

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