CAMBIO DE VALORES
Por higiene mental decidí que ahora que quitaron el sistema de cable que tenía contratado iba a descansar de la tele para dedicarme a la lectura de varios libros que, por “atraparme” la televisión, había dejado pendientes de leer.
Pues bien, a la hora de la comida, un canal de México está exhibiendo una serie de películas protagonizadas por Marga López, probablemente porque su salud está muy deteriorada. Estos films son de los años 50’s. y en esa época tenían clasificación “C” por lo que no contábamos con permiso para verlos, además de que, en realidad, no acostumbrábamos ver películas mexicanas excepto las de Cantinflas por ser cómicas. En esta ocasión coincidieron mis alimentos con la proyección de Divorcio, co-protagonizada por Carlos López Moctezuma, Raúl Farell y Elda Peralta.
No quiero hablar de la película para decir si era buena o mala; sólo que me pareció interesante por su temática. Hace 50 años el divorcio era anatematizado en los aspectos: éticos, religiosos, sociales, familiares y de desarrollo personal. En esta película nos podemos dar cuenta del cambio tan profundo que ha ocurrido en lo que corresponde a las costumbres en el mundo, pero en México por su idiosincrasia, sobre todo en lo religioso, es de 180 grados. Probablemente este film es de los que se analizan en las profesiones de antropología, sicología, abogacía y teología, porque abarca esas disciplinas.
Se trata de una familia donde ocurre un alejamiento por las infidelidades del marido. La mujer decide separarse y él le pide el divorcio. Él continúa con su vida disoluta sin ningún arraigo afectivo, pero ella, después de varios años, decide casarse civilmente con otro hombre, acarreando consigo el ostracismo en lo social, además de una serie de conflictos morales por el propio sentimiento de culpa ante la iglesia, la familia y la sociedad.
Al verla, yo hacía una comparación con la situación que se vive actualmente: el divorcio, siendo todavía una postura que la iglesia no admite, ya no constituye un drama social. Se puede decir que en todas las familias existe un personaje divorciado (si no es que más), y eso le ha dado una característica de “normalidad estadística”.
Sin embargo, no deja de ser un drama personal muy profundo porque de alguna manera, aunque no se tengan remordimientos religiosos, se considera un fracaso y por lo consiguiente, un problema psicosociosexual en los hijos pequeños, quienes siempre son las víctimas inocentes de las decisiones paternas. Drama que, afortunadamente, es atenuado por la aceptación que otorga la sociedad en general, porque, al “mal tiempo, buena cara” o “a enemigo que huye, puente de plata”.