?El 13 de mayo, en Cova dá Iria, bajó de los cielos la Virgen María?, decía la canción que nos enseñaron en el colegio para recibir a la Virgen de Fátima peregrina que vino a Torreón en los años 50s., la cual recorrió las calles de la ciudad hasta la Catedral del Carmen. Recuerdo que fue un hecho memorable y que la gente estuvo presente para aclamarla a su paso, con devoción y alegría.
En 1917, tres muy humildes pastorcitos: dos hermanos Jacinta y Francisco Martos y su prima Lucía Dos Santos, andaban cuidando unos animales y se les apareció la Virgen, la cual los visitó en varias ocasiones. Lucía ocupa un lugar muy especial, porque es la única que habla con ella y la que recibe un mensaje especial para ser comunicado en el futuro. La virgen les pidió que aprendieran a leer y escribir, pero sólo Lucía lo hizo porque Francisco murió el cuatro de abril de 1919 y Jacinto el 20 de febrero de 1920, según les fue prometido por Ella. A Lucía la dejó en el mundo ?para hacerme conocer y amar?, también dicho por la Virgen del Rosario, como se hizo llamar.
En el 2003 hice un viaje a varios Santuarios en Europa y el último que visité fue la Basílica de la Virgen de Fátima, Portugal, en donde volví a cantar la canción de mi niñez. De ahí me trasladé a Coimbra donde además de su famosa biblioteca que está conservada como antaño, conocí el Convento de las Carmelitas donde se encontraba recluida Sor María Lucía del Inmaculado Corazón, sólo el Convento, pero sentí una emoción muy especial de pensar que ahí estaba una persona que había visto y hablado con la Virgen María. Permanecí un buen rato en ese lugar y sentí una paz muy intensa.
Ahí mismo compré un libro titulado: Memorias de la Hermana Lucía, en donde narra en primera persona todos los pormenores de las apariciones con sus palabras de niña inocente, dirigidas al párroco y al Señor Obispo de Leiria, libro que atesoro en mi biblioteca.
El lunes 15 de febrero pasado falleció a los 98 años Lucía de Jesús Dos Santos en el Convento de las Carmelitas, donde vivió desde 1946. Escribió varias memorias. De la cuarta existe una reflexión, que aquí transcribo: ?...un lugar retirado del desván, a la luz de una pobre teja de vidrio, a donde me retiro para escapar cuanto sea posible a las miradas humanas. De mesa me sirve el regazo; de silla, una vieja maleta. -¿Por qué -me dirá alguno- no escribe en su celda? El buen Dios ha hecho bien en privarme hasta de la celda, a pesar de que aquí en casa las hay, bastantes desocupadas.
Pero está bien. No preciso de más: obediencia y abandono en Dios que es quien obra en mí. En verdad no soy más que un pobre y miserable instrumento de que Él se quiere servir; y que, dentro de poco, como el pintor que arroja al fuego el pincel ya inútil para que se reduzca a cenizas, así el divino Pintor reducirá a las cenizas del túmulo su inútil instrumento, hasta el fin de las aleluyas eternas.
Yo deseo ardientemente ese día, porque el túmulo no aniquila todo; y la felicidad del amor eterno e infinito comienza entonces?.