Especular, no, pero tampoco anticipar “dictámenes”. Lo de Abascal hoy, recuerda lo de Valadés en el 94.
Es entendible y atendible, por supuesto, el reiterado exhorto gubernamental a no hacer especulaciones sobre las causas que originaron la caída del helicóptero en el que viajaba el que fuera secretario de Seguridad Pública Federal, Ramón Martín Huerta, varios de sus colaboradores y el tercer visitador general de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, José Antonio Bernal Guerrero, hasta en tanto se conozca el resultado del peritaje que hará el personal de la Dirección General de Aeronáutica Civil de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, pero no es admisible que el secretario de Gobernación, Carlos Abascal, se anticipara anteayer por la tarde a asegurar que “se trató de un accidente”, cuando apenas se habían localizado los restos del aparato sin que los grupos de rescate hubieran llegado siquiera al lugar de los hechos, y que el vocero presidencial Rubén Aguilar Valenzuela -secundado por el procurador general de la República, Daniel Cabeza de Vaca- haya insistido ayer en que “todos los elementos de los que se dispone indican claramente -sic- que se trató de un lamentable accidente originado por las difíciles condiciones climatológicas que prevalecían en la zona”.
A pesar del precipitado “dictamen” de Abascal, respaldado por Aguilar Valenzuela, éste anunció que la Dirección General de Aeronáutica Civil de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, a través de la Dirección de Investigación de Accidentes, inició las labores de peritaje y hasta que éste concluya y se dé a conocer, se confirmaría si lo ocurrido, como se insiste, fue realmente un accidente.
El apresuramiento en el que incurrió el titular de Gobernación, respaldado por el vocero presidencial y también por el procurador general, para convencer que eso fue lo que sucedió y descarta la hipótesis de un eventual atentado contra los principales responsables de Seguridad Pública federal -versión surgida por los antecedentes de los asesinatos de comandantes policíacos y directores y secretarios de Seguridad Pública en varias entidades-, a querer o no, es lo que más contribuye a fortalecer las especulaciones que flotan en el ambiente desde anteayer en la mañana sobre las causas que precipitaron a tierra el helicóptero.
Obliga a recordar algo similar que sucedió la noche del 23 de marzo de 1994, cuando el entonces procurador general de la República, Diego Valadés, arribaba a Tijuana, apenas horas después del magnicidio de Luis Donaldo Colosio, el malogrado candidato presidencial del PRI y asegurara que lo de Lomas Taurinas había sido obra de un “asesino solitario”.
Esa precipitada declaración de Valadés, en su carácter de titular de la PGR en 1994 en las postrimerías del sexenio salinista, originó, desde entonces y hasta la fecha, no sólo confusión, como ahora, sino sospechas de que se trató de un complot, de un crimen de Estado que, como al correr el tiempo se fue evidenciando, por más que un solo homicida, Mario Aburto -muy distinto al que apareció la noche del miércoles 23 de marzo de aquel año en los noticiarios de televisión- esté en prisión.
Que se determinen las causas de la tragedia y no se aventuren apresurados “dictámenes”, es lo que se espera para evitar que, ciertamente, las especulaciones cundan y el pánico que hizo enmudecer anteayer a los hombres del Gobierno se generalice en el país.