La historia, por ilógico que le parezca, es algo que va cambiando y matizándose al paso de cada generación, y si bien es obvio que los hechos históricos no son ?sujetos de cambio?, los cambios se suceden al no saber a ciencia cierta qué fue lo que realmente paso hace 100, 200 ó 500 años.
Para aquéllos, que ven en el estudio de la historia un agradable pasatiempo resulta aún más interesante el darse cuenta de que aún faltan muchas historias qué aclarar, muchos hechos qué publicar, y muchos misterios qué develar. Lamentablemente, el prietito del arroz ? que nunca falta-, lo dan las disputas personales entre aquellos historiadores, que se sienten poseedores de la verdad absoluta, cosa que nos resulta a todas luces imposible, a no ser que el individuo haya estado presente en el lugar y día en que se sucedieron los hechos, y aun así, yo le aseguro que quien estaba en el lado opuesto del conflicto, o simplemente del otro lado de la loma, tendrá una versión totalmente diferente? de ?la misma historia?.
Aquí en Torreón hay muchas cultas personalidades que gustan de husmear en los viejos libros, entrevistar a los ancianos, y buscar en los archivos de los pueblos, hasta dar con los datos que los lleven a conocer ?la verdadera historia? de la historia?. Hasta ahí todo va bien, mientras no entremos en el terreno de las burlas y las ofensas cuando se pretende presumir de algo que es tan difícil de poseer, como lo es la seguridad absoluta del cómo sucedieron los hechos históricos; como se diría en el argot legal, todos los datos que obtenemos de aquí y de allá, sólo son? ?pruebas circunstanciales?.
A tono personal, me ha interesado mucho cómo los primeros colonizadores españoles fueron migrando hacia el norte de México, peleando, negociando y evangelizando a las tribus indias -que eran más de 100-, mientras fundaban entre ellas sus poblados españoles. Mis investigaciones ?siempre amateurs? me llevaron a fotocopiar documentos históricos importantes del Archivo de la Nación, y en ellos me vengo enterando hoy, y casi de primera mano, de los problemas, disputas y luchas, entre pobladores y caciques, exploradores e indios, evangelizadores y soldados; gambusinos que se disputaban palmo a palmo los terrenos descubiertos, las minas, las cañadas y los ojos de agua, mientras iban poblando y despoblando lugares, a según de lo belicoso de los indios con los que se topaban.
Y así en el camino, me enteré que la palabra ?paleografiar? consistía en leer y releer aquellos viejos documentos escritos a puño y letra hace 300 años, tratando de entender qué es lo que dicen, pues entre la mala letra de los escribanos de entonces, las manchas de tinta, el mal estado de los documentos y las abreviaturas de la época, paleografiar esos documentos, no es asunto fácil.
Partiendo de la base de que ?la historia la reescribe cada generación?, mis textos tendrán sin lugar a dudas los consabidos ?errores y omisiones?, que habrá que ir limando con paciencia, al amparo de documentos fidedignos, para que al paso de los años podamos tener la versión más certera posible de lo que pasó en estas tierras de Dios, hace varias centurias.
Algunos eruditos de la historia ?y quizá con razón- sólo aceptan versiones que estén amparadas por documentos que las avalen, y no hay duda de que si todo fuera así de pragmático, poca sería hoy día la historia ?comprobable?. Otros historiadores por el contrario, a falta de suficientes documentos tangibles para amparar la historia, se abocan a buscar esa otra historia que se trasmite de generación en generación por ?tradición oral?.
El inconveniente lógico de la ?tradición oral? es que en la mayoría de los casos, los hechos se distorsionan cada vez que pasan de un individuo a otro ?la versión histórica de juego del teléfono descompuesto- a tal grado, que al paso de los años, la historia original de aquel pordiosero que montaba un burro prieto en el siglo XVIII, hoy es pasada a tinta y papel, pero narrando la historia de un gallardo ?hidalgo? de vestiduras de seda, que recorría la campiña montado en un hermoso corcel blanco de luengas crines.
Y es justamente eso, lo que les molesta a los historiadores pragmáticos, que se niegan a aceptar la tradición oral como un método ?confiable? de trasmitir la historia, y se pasan los años buscando algún dibujo antiguo que avale o rechace la existencia de aquel gallardo caballero del caballo blanco, hasta que dan con un viejo texto, cuya descripción semeja más al mítico limosnero del Lazarillo de Tormes que al príncipe azul de Blanca Nieves.
Si mi artículo de hoy tuviera algún fin propositivo, éste sería, el pedir a los historiadores profesionales de ambas ideologías, -al igual que los ?amateurs?- que, sigan buscando la verdadera historia? de las historias, pero en un ámbito de respeto y sencillez, de modo tal que hablando con educación y propiedad, podamos poco a poco ir puliendo los textos y los hechos, para con ello, saber qué cosas fueron realidad, y qué cosas son sólo fantasías.
Con esto, el resto de los mortales a quienes nos gusta la historia, quizá podamos algún día saber a ciencia cierta, qué fue lo que realmente pasó en nuestra tierra? muchos años antes de que nuestros ancestros la pisaran por vez primera.
En mi página web coloqué desde ayer, el texto de mis investigaciones bajo el nombre de ?Colonización del Norte de México?. Mucho agradeceré en aras de la veracidad histórica, que quien vea un error u omisión me lo haga saber. Lamentando ponerme de momento del lado de los historiadores pragmáticos que exigen para modificar la historia, un papel fidedigno que lo avale, dado que si nos soltamos modificando lo escrito basados en que ?a mí me lo contaron?, terminaríamos modificando tanto a la pobre historia que algún día nuestros descendientes nos recriminarán el no tener la más remota idea de lo que alguna vez sucedió en esta tierra.
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