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Puros desastres

Adela Celorio

No hablen con desconocidos, cierren la puerta con llave y no le abran a nadie. En esta ciudad coexisten seis millones de personas y el hacinamiento genera delincuencia; nos previno papá cuando por ahí de los años sesenta llegamos a vivir a esta capital que a mí no me pareció peligrosa sino maravillosa.

Estrené mis primeros zapatos de tacón alto, cambié el monedero por una bolsa de broche, me casé, malcrié a cuatro niños y circulé hasta donde pude cuando todavía circular no era un sueño imposible.

?Éramos pobres pero alegres, pobres pero honrados, cálidos amorosos y en el fondo siempre buenos?.

Los cines eran verdaderos palacios, Chapultepec era ?el paseo? y la avenida Insurgentes con florido camellón de por medio, atravesaba la ciudad sin vendedores ambulantes, ni franeleros, tragafuegos, payasitos, saltimbanquis y las hordas de desocupados que ahora nos intimidan arrojando un chorro de jabón al parabrisas para obtener unas monedas.

Nada de eso existía y habitar esta capital era un verdadero gozo. Era vivir en el ombligo del país, centro del poder político, económico, eclesiástico y cultural; aunque todo eso, a nosotros no nos sirviera para nada.

Todo mexicano que quisiera ser alguien tenía que ?rifársela? en esta capital. Gobiernos voraces y cortos de miras, se olvidaron por décadas de la provincia mexicana.

Los resultados están a la vista: nuestras calles se han convertido en guettos en donde miles de hombres y mujeres parados e improductivos ?vigilan? bancos, edificios, casas y comercios que han quedado a merced de una delincuencia organizada y poderosa que casi siempre logra sus objetivos, mientras los ciudadanos, atorados en la cultura del obstáculo, debemos además, librar una cotidiana batalla por el derecho de transitar.

En condiciones menos anormales -en esta ciudad ya no hay situaciones normales- consumimos un promedio de cuatros horas diarias en transportarnos; aunque ya se sabe que cuando las cosas van mal aún pueden empeorar. La semana pasada, algo así como cuarenta marchas, plantones y protestas convirtieron esta capital en un gigantesco manicomio: cañeros, ex trabajadores y viudas de Pemex, defraudados de PubliXIII, estudiantes del Centro Nacional de las Artes y ... todo aquél a quien se le dio su gana atentó contra el derecho de movimiento de muchos millones de ciudadanos que quedamos varados y hechos unos imbéciles, ante la más absoluta indiferencia de nuestras autoridades, a las que yo quería mandar desde aquí algunas pedorretas.

Sin embargo, después de la devastación que han causado los ciclones en nuestro Caribe; toda queja pierde sentido y lo único que procede es levantarnos las mangas y empezar a ayudar.

La situación es muy grave pero no tengo duda que una vez más, remontaremos el problema.

De los desastres naturales más tarde o más temprano acabamos por recuperarnos, contra lo que según se ve nada podemos, es contra la devastación que Madrazos y Montieles provocan en nuestro ánimo.

adelace@avantel.net

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