Sólo unas horas después de que se les concediera la sede de los juegos olímpicos de 2012, el gozo se fue al pozo. Los actos terroristas que ya todos conocemos, fracturaron el orden y la libertad en que se mueven quienes habitan, vacacionan o estudian en la majestuosa ciudad de Londres. Multirracial, exquisitamente alcohólica y políglota -aunque cuando estoy por allá me manejo a señas- en Londres se hablan ciento ochenta lenguas y dialectos y la famosa flema inglesa no es otra cosa que un pudor extremo que hace posible la convivencia amable y respetuosa entre los londinenses y los millones de extranjeros que los invaden siempre sin importar lo neurótico que se pone el clima en cuanto termina el verano.
El mundo es un pañuelo en el que hoy por ellos mañana por nosotros, todos enjugamos una constante lluvia de lágrimas y todo llanto tiene sus razones.
Me rebasan sin embargo las sinrazones del terrorismo que es para mí la oscura evidencia del mal contra el que nada podemos. Incapaz de comprender con claridad las motivaciones de mis propios litigios, mucho menos entiendo los que hoy nos traen de muerte en muerte.
Los acontecimientos del mundo me resultan tan complejos que ni siquiera sé ya de qué lado está la razón; pero por Óscar Wilde y Bertrand Rusell, por Virginia Wolf y Catherine Mansfield, por sus magníficos tarros de cerveza, el refinamiento de su teatro, la precisión de sus trenes, la exquisita costumbre de detener la vida a las cinco de la tarde, cuando empieza a declinar el día y es el momento ideal para disfrutar sin prisas una bebida ligera como el té, acompañado de bocadillos casi etéreos y por aquel ardiente verano, jardín secreto de mi corazón donde todavía el recuerdo retoza algunas tardes; por todas esas magníficas razones y algunas más, comparto de corazón la herida que han sufrido los londinenses, quienes salvo por la familia real que me resulta anacrónica y decadente, todos me huelen a lavanda.
No ignoro que en Inglaterra como en todas partes, existen también las injusticias y las desigualdades, pero para eso está la democracia cuando es madura y saludable: para denunciar aquéllas y para subsanar éstas.
El pueblo inglés me gusta y me gusta saber de la legendaria voluntad de los londinenses que ante la adversidad, deciden refugiarse en la normalidad de la vida cotidiana. No en vano una de las imágenes simbólicas de los bombardeos nazis en la II Guerra Mundial, es una fotografía en la que una pareja de ancianos toma tranquilamente el té en un refugio antiaéreo.
Sólo tres días después del horror, la vida sigue y Londres ha recobrado su pulso de ciudad abierta y libre. Que Dios guarde al mundo.
adelace@avantel.net