Es muy feo estar entre la espada y la pared, y más todavía cuando la espada apunta directamente hacia la zona media del cuerpo (me refiero al ombligo). Dentro de poco así me sentiré porque, por un lado, he pensado que lo mejor es que ningún partido tenga mayoría en el Congreso, pues eso permite mayor pluralidad política y significa, sobre todo, un contrapeso al Poder Ejecutivo. Sin embargo, he reflexionado también en la conveniencia de que el Congreso sea dominado por una sola fuerza política, pues se ha demostrado que solamente así pueden realizarse las obras propuestas por los gobernantes.
¿Qué es mejor? ¿Un Congreso plural pero que frena el desarrollo? ¿O un Congreso dominado por un solo partido dedicado a satisfacer los caprichos del gobernante en turno?
No dudaría en asegurar que la primera opción es la más recomendable para un pueblo que se caracterice por la madurez de sus legisladores, sin embargo, tomando en cuenta las características de los diputados de México, es casi imposible responder a estas preguntas.
Por desgracia, los diputados mexicanos tienen una idea escasa de lo que significa formar parte de la Oposición, pues creen que esto se traduce en llevar la contraria a todo lo que propone el presidente de la República.
Durante el sexenio de Vicente Fox esta situación se ha tornado realmente enfermiza, pues basta que el presidente haga una propuesta, para que los diputados priistas y perredistas nieguen automáticamente el apoyo a sus proyectos sin detenerse siquiera a evaluar los beneficios que podrían traer dichos planes.
Tal parece que los legisladores de la Oposición entienden como una de sus obligaciones bloquear toda iniciativa del Gobierno Federal, sin darse cuenta que con ello están bloqueando también el desarrollo de México.
Sin embargo, todo gobernante necesita un contrapeso que le indique la manera correcta de ejercer sus funciones y que evite los excesos. Eso es precisamente lo que hizo falta en Coahuila en tiempos de Enrique Martínez, pues el Congreso del Estado se convirtió en una dependencia que operaba bajo el mando del ex gobernador al convertir en Ley todos sus deseos.
En diversas ocasiones el Congreso Estatal ha privilegiado con sus decisiones a los intereses del gobernador en turno y, por consiguiente, del PRI.
Es triste, pero al revisar lo que sucede en el Congreso federal y en el estatal, es imposible determinar cuál de las dos formas de operar resulta mejor. Por eso, después de sesudas reflexiones, he llegado a la conclusión de que México sólo se vería beneficiado si no tuviéramos legisladores. Es cierto que la teoría nos dice que en toda democracia los diputados son indispensables para dar voz a los intereses ciudadanos. Sin embargo, en nuestro país estos disfuncionarios públicos sólo se ocupan de obtener el máximo beneficio propio y el de sus partidos.
Es alarmante el gasto destinado únicamente para que los legisladores hagan sus viajecitos en avión, como alarmante es también que los partidos negocien alianzas a cambio de sillas en el Congreso, siendo que éstas supuestamente pertenecen a nuestros representantes.
Los diputados mexicanos muy poco toman en cuenta a los intereses de todos nosotros, y el afán de fortalecer a sus partidos, los ciega al grado de bloquear el desarrollo del país.
El tiempo es un ave que vuela a gran velocidad. Pronto llegarán los días en los que tengamos que elegir a nuestros diputados federales. Aprovechemos la ocasión para arrebatarle a los legisladores el poder que un mal día depositamos en ellos, y así ponerlo en manos de ciudadanos comprometidos con el bienestar de México. Estoy seguro que sólo así, podremos erradicar la plaga de aquellos que se dedican a la dura labor de no hacer absolutamente nada.
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