Nuestras acciones y resultados se originan en nuestras actitudes; y éstas, a su vez, provienen de lo que pensamos. El qué pensar es producto de lo que nos enseñaron a creer como la acertada respuesta para la vida y para los negocios. Y si así fuimos educados es que así seguimos esas respuestas, sin reflexionar si son las adecuadas para los nuevos problemas que enfrentamos. Y cuando estas respuestas preconcebidas nos fallan culpamos a cualquier cosa, menos al origen de ello: al qué pensar; y no cuestionamos su validez en el tiempo, en el espacio y en la fuente de proveniencia.
Ahora, en la realidad de los negocios, echemos una ojeada a nuestros pensamientos y actitudes, de cara al cambio.
¿Por qué o para qué cambiar? La respuesta es simple, porque la vida es eso: un cambio constante. Todavía más... es la única constante. Y si ésta es la característica central del escenario de los negocios, lo primero será revisar qué es lo que pensamos y si es necesario que lo modifiquemos. Esta revisión del esquema aprendido del qué pensar –que otros nos enseñaron– para pasar a uno del cómo pensar, hará que nuestras mentes adopten una reflexión continua sobre lo que acontece, y sobre lo que debe de ser la respuesta correcta para esos nuevos contextos.
Esto es un proceso de aprendizaje; y también de “desaprendizaje” de las ideas almacenadas y que se han tornado falsas por el cambio del entorno. Saber cómo pensar involucra plena conciencia de lo que es cierto, de la verdad; aprender nuevas formas de pensar y tomar la decisión de ser extremadamente cuidadosos con lo que pensamos. Saber cómo pensar nos libera para usar conscientemente nuestra libertad total de escogencia, pues la mente puede ser entrenada a pensar sólo aquello que le permitamos, en vez de lo que decidieron los demás que era lo correcto para nosotros. Recordemos lo que dicen en el argot de la computación: “Si la basura es el insumo, basura será el resultado”.
Pero cuesta trabajo cambiar... ¡y mucho!; especialmente para los que hemos recibido una educación formal y nos hemos esforzado por asimilarla, incluidas las enseñanzas familiares que tienen más peso que las escolares. Pues una vez adquiridas las ideas, sentimos que ya poseemos la fórmula del qué pensar, y del qué hacer. Y a ello nos aferramos, con aprehensión de náufragos, en un mundo cuya velocidad de cambio nos está rebasando.
Pocas veces hacemos el alto en el camino para revisar nuestro arsenal de pensamientos aprendidos, y seguimos actuando como lo venimos haciendo... porque así lo hemos hecho siempre, incluso con éxito; y entonces nuevamente nos decimos: ¿para qué cambiar?
Debemos cambiar cuando los resultados no son los deseados; cuando en vez de éxitos hay fracasos repetidos. Y ante los fracasos, reaccionamos con más tesón y aumentando la carga de acciones que nos llevaron al error, en el equivocado supuesto de que lo que nos faltó fue una mayor dosis de lo mismo. Pero no es posible esperar un resultado distinto, haciendo lo mismo.
Llega, entonces, el momento del cambio y el de transitar hacia nuevos pensamientos y conocimientos. Y esta transición - dolorosa por cierto - implica renunciar a los paradigmas obsoletos; e involucra el pasar de un qué pensar a un cómo pensar, y construir otros esquemas de creencias y respuestas acordes a las nuevas variables.
Somos lo que pensamos que somos y por eso actuamos así, y de esto se desprenden los resultados en consecuencia “lógica”. Algún empresario, o persona en particular, dirá: “No me va bien porque tengo mala suerte, o porque no tengo capital suficiente, o porque la economía está decaída, o por lo que sea”. Y parece que estaría diciendo la verdad. Sin embargo, a esas personas les va mal por lo que piensan, no porque la economía esté deprimida, porque tengan mal agüero o les falte el dinero.
A muchos les va bien cuando a otros tantos les está yendo mal. Si cambiamos el anacrónico qué pensar por uno nuevo que nos resulte funcional, tendremos más posibilidades de que todos seamos de los del grupo ganador.
Tengamos cuidado con lo que pensemos, no sea que se nos convierta en realidad, para bien o para mal. Pues lo que pensemos... ¡eso seremos!
El autor es Consultor de Empresas en el área de Dirección Estratégica.
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