“Qué extraño que los amores, implore yo del destino, si estoy enfermo de amores por las reinas y las flores que adornan este camino”, recitó el charrito en decadencia al inaugurar la carretera que va de Tepatitlán a Arandas, allá en Jalisco donde vive la familia de su novia.
Después, llorando de emoción encendió un puro y rayó el caballo frente a su reinita.
El conmovedor momento fue captado por las cámaras de varios diarios capitalinos que la publicaron en primera plana. Si no fuera por el alarde de machismo a ultranza que a la luz del tercer milenio resulta patético, la escena como de vieja película mexicana me hubiera hecho reír a gusto, los viejos verdes siempre me han divertido.
Lo que me ofende es la impudicia, la exhibición que indudablemente humilla a la mujer a quien hace algunas décadas, siendo ella casi una niña, el ahora senador panista convenció para que lo tomara por esposo, aunque congruente supongo yo con la profesión de abogánster que ya desde entonces ejercía, se aseguró que el matrimonio se realizara solamente por la iglesia ya que la Ley de Dios es la única en la que él cree y respeta.
¡Sí chucha y tus calzonzotes! Tres hijos más tarde y con la consecuente capitalización del trabajo y el apoyo de su abnegada mujer, ahora resulta que el vejete se enamoró de una joven y guapa divorciada por quien anda arrastrando la cobija y construyendo carreteritas.
Y como no hay nada más romántico que una cartera bien surtida, he aquí que la Seño aflojó y la parejita vive tórrido romance.
Siempre he sostenido que el amor es con frecuencia inoportuno y loco. Que aparece donde y cuando menos se espera y como el tsunami arrasa lo que toca. Siempre he defendido también nuestro derecho de amar; pero el amor no es mañoso ni jodido.
Hoy sabemos que la pareja no es propiedad de nadie y que lo que firmamos al casarnos es acta y no factura. Firmamos de común acuerdo un contrato legal que establece derechos y obligaciones de los cónyuges y que si llegare el momento, desparejada la pareja porque se les murió el amor, el contrato es susceptible de romperse; pero atendiendo primero los derechos de ambos.
Ahora que si no hay contrato legal, es muy cómodo empacar, largarse y “¿Sabes qué? Ay te ves y hazle como quieras”, ¡Óigame no! Si hace ya un buen rato que dejamos de ser neandertales.
Si bien es cierto que ya no sorprenden a nadie los amores extemporáneos ni los hijos de temporal que los hombres acostumbran sembrar donde encuentran tierra fértil; espero que al menos nunca deje de sorprendernos la traición y el manipuleo y que por lo menos no gocen de la complicidad ni el beneplácito social.
De veras que ¡qué poca!...
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