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¡Qué vergüenza!/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Toda generalización es aventurada y comúnmente deviene en falsa. Por ello, estos comentarios no incluyen a todos los diputados, pues sé que hay quienes tratan de realizan su trabajo en términos dignos, profesionales y mesurados.

Pero lo que acaba de suceder en la Cámara de Diputados constituye una vergüenza no obstante que esos hechos se puedan válidamente inscribir en el anecdotario de la tragicomedia mexicana.

Todo comenzó como suelen comenzar estas cosas: con un detalle inusual. Los diputados perredistas, al parecer acompañados de algunos otros que no lo son, irrumpieron en la sesión de la Cámara portando carteles y mantas en alusión al asunto del desafuero.

Aplicando una estrategia que se repitió esta semana en todos lo congresos del país, los legisladores perredistas iniciaron su protesta entonando el Himno Nacional, de manera que al resto de los diputados no les quedó más que ponerse de pie y permanecer callados o entonar el Himno por elemental respeto, al Himno, claro está.

Las cosas no habrían llegado a mayores si todo se hubiera concretado a la protesta de los diputados realizada en forma ordenada. Pero empezaron los gritos e insultos y lo que es peor, las ofensas.

El diputado panista Isaías Lemus le escupió en el rostro al perredista Horacio Duarte y casi llegan a los golpes si no es porque intervinieron los del servicio de seguridad de la Cámara.

Hasta la presidenta de la Mesa Directiva, la perredista Marcela González, tuvo que decretar un receso para que se calmaran los ánimos de sus compañeros diputados.

La democracia implica el riesgo de que al Congreso pueda llegar todo tipo de gente. De diversas profesiones, sin ella, líderes obreros o campesinos, hasta dirigentes de sexoservidoras, como fue el caso de la “Chicholina” en Italia.

Sin embargo, la diversidad de origen o la formación escolar no debe ser motivo de justificación para que haya diputados que se comporten peor que mecapaleros de un mercado de abastos.

La investidura que se ostenta y la dignidad que entraña un trabajo de ésos por ser de representación popular tienen que ser norma de conducta en todos los legisladores.

La discusión, el debate, la confrontación de ideas e ideologías es sin duda parte de las tareas de cualquier parlamento. Pero de ahí a que el recinto parlamentario se convierta en una arena de box o una cantina de barriada hay un mundo de diferencia.

Lamentablemente son más los que caen en las provocaciones y le entran sin recato a los insultos e improperios que los que se mantienen al margen de esos denigrantes espectáculos. La mesura, prudencia y tolerancia son virtudes de las que muy pocos, en una cámara como la actual, se pueden preciar.

Claro está que después de la tormenta todo los involucrados trata de justificarse y pretenden hacerlo argumentando que “el otro empezó”. Ni más ni menos que como lo hacen los niños cuando sus padres los reprenden por haber actuado mal.

Tan esto es así, que en un programa de televisión que se transmite a nivel nacional me tocó presenciar una entrevista en la que participaron José González Morfín, líder de la bancada panista y Pablo Gómez, de la perredista y ambos se la pasaron culpándose de lo acontecido y llevando a cuento temas que ni al caso venían.

Ello revela que si quienes se encargan de la conducción de las fracciones no son capaces de reconocer que algunos de sus integrantes están actuando mal, ¿qué se puede esperar de los demás?

¿Qué acaso es mucho pedir que los integrantes de los congresos se dediquen a legislar a favor de las grandes causas populares, por el mejoramiento del país y buscando entendimientos en los temas fundamentales de la República?

¿Será tan difícil comprender y aceptar que el pueblo está harto de esos espectáculos circenses y de tantas mamarrachadas?

Ganas le dan a uno de buscar una candidatura a diputado federal para llegar al Congreso en ánimo de tratar de mejorar ese estado de cosas.

Si tal fuera mi decisión, yo me lanzaría a buscar el voto popular ofreciendo al electorado el cumplimiento cabal de una triple promesa de campaña: 1.- Legislar a favor de las mejores causas del país; 2.- Dignificar la actividad legislativa; y 3.- Nunca faltar a una sesión.

Y ya metido en gastos, también me comprometería a no buscar otro cargo de elección popular mientras estuviera desempeñando el de diputado.

Conque cualquier candidato al Congreso se comprometiera a lo anterior, ya iríamos de gane.

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