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Razón profunda para dar/Diálogo

Yamil Darwich

El huracán Katrina no sólo asoló a Nueva Orleans y las costas de los Estados Unidos de Norteamérica, también nos dejó lecciones que habremos de estudiar y reflexionar desde la visión ecológica, hasta la sociológica; de paso, recordar el refrán que dice: “no es lo mismo destruir, que construir”, en referencia a la poca capacidad, por falta de experiencia, -quiero pensarlo así- del Ejército y Gobierno de aquel país, que no pudieron reaccionar adecuadamente ante los embates de la naturaleza.

Muchas y muy repetidas han sido las denuncias de los científicos del mundo, que advierten sobre el daño que generamos al planeta Tierra con nuestra falta de respeto a los principios naturales; las alteraciones de las condiciones atmosféricas, que se reflejan en incrementos de temperaturas con el consecuente deshielo de los polos, ahora nos enfrentan a una triste realidad, misma que advirtieran hace tiempo los expertos de la Organización de las Naciones Unidas, en referencia a que los países del llamado primer mundo -los más contaminadores del planeta- deberán atender el caso; si no por interés humanista, por conveniencia particular.

Le recuerdo que ese mismo aviso lo hicieron en relación a la pobreza extrema, que si no la atacamos por elementales principios de solidaridad y respeto a la vida humana, sí lo deberemos hacer, tarde o temprano, por el bien común y la seguridad global.

Otra cosa será la discusión sobre el aparente poco interés mostrado por el Gobierno del guerrero Bush, en los primeros momentos del fenómeno; si fue, o no, caso de negligencia revestida de discriminación racial. Lo cierto es que la ineficiencia e ineficacia cobraron sus cuotas en términos de vidas humanas, seres que no pudieron defender la suya ante la fuerza del fenómeno natural, que no se fijó en los colores de las pieles.

La tragedia reviste especial dramatismo cuando se trata del “País más poderoso de la Tierra”, al que sus propios medios de comunicación le señalan la inequidad de tratos y cuidados que tiene entre unos y otros habitantes. Sobre el tema, el Washington Post explicó que miles de esos seres en desgracia “no pudieron escapar por una sencilla razón: no tuvieron dinero para hacerlo; vivían al día y para escapar a tiempo, como hizo la mayoría de los blancos, requerían dinero”.

Otras fuentes acusadoras señalan las cifras, con la enorme diferencia entre el gasto que el Gobierno hace en la guerra y la inversión para salvar vidas entre la inundación; al respecto, el alcalde Ray Nagin, al ordenar la evacuación de Nueva Orleans, consideró que se evitó una catástrofe mayor, pero aún así fue imposible desalojar las zonas más pobres de la ciudad, principalmente habitadas por familias afroamericanas. Con ira y ansiedad denunció: “ya basta de conferencias de prensa de los políticos, lo que necesitamos es que se pongan a trabajar”.

La experiencia da para mayor reflexión, especialmente cuando se festejan los sesenta años de fundación de la Organización de Naciones Unidas, misma que se creó para evitar la guerra y buscar la paz a través de aplicar la justicia.

Gary B. Ostewer, es un profesor universitario que envió un artículo a un periódico de los Estados Unidos de Norteamérica, reconociendo el esfuerzo que ha representado mantener a la O.N.U. así, unida; en relación al tema dice que es “una razón profunda para dar gracias a Dios Todopoderoso...”, repitiendo lo que dijo el presidente Harry Truman, refiriéndose a la labor de la Conferencia de San Francisco, que ayudó a preparar el borrador de la Carta de las Naciones Unidas en 1945.

Pasados los años, vemos con tristeza que no se ha terminado con la guerra como expresión de barbarismo y que seguimos desoyendo el clamor de igualdad de oportunidades, entre ellas las de preservar la vida, incluyendo, desde luego, a las minorías norteamericanas, en quienes se cumple aquello de “ser pobre entre ricos es ser más pobre”.

Después del fatídico once de septiembre, los gobernantes de los Estados Unidos de Norteamérica han cambiado en sus políticas internas y externas, tanto así que, tamizándolos con sus acciones, nos parece que son un pueblo que se va alejando de la democracia -en el estricto sentido de igualdad- como forma de vida y eso debe movernos a la reflexión.

Por si fuera poco, la respuesta de distintas naciones del mundo han representado verdaderas “cachetadas con guante blanco”, que esperemos les sirvan de reflexión sobre su ser, hacer y actuar en el mundo. Así, México envía a su Ejército de paz, capacitado con base al servicio, para atender a la población desesperada; y lo hace con más de lo que tiene para dar, con sus propios soldados, médicos expertos en sanidad, enfermeras, ingenieros civiles y demás personal de apoyo, que se soportan en el equipo que les hemos podido comprar, algunos “de segundas”, pero que aprendieron a utilizarlo de la mejor manera, en el servicio al prójimo en desgracia y para preservar la paz; ¡vaya enseñanza para los marines!

Entre otros países que reaccionaron, vale la pena resaltar a Afganistán, que aún envuelta en la destrucción por la guerra desatada por los norteamericanos, con las limitaciones económicas que representa su inestabilidad política y social, ha destinado cien mil dólares para ayudarles; Qatar, se solidarizó ofreciendo cien millones en efectivo; Kuwait, aportó 400 millones en petróleo y 100 millones en efectivo; y Arabia Saudita, donó cinco millones a través de una empresa petrolera y 25,000, provenientes de organizaciones de caridad. El ofrecimiento de los cubanos no lo aceptaron por razones políticas y de soberbia.

Entre la prepotencia, el orgullo y la desorganización, los coordinadores de la ayuda dejaron varados a los marineros mexicanos, sin permitirles desembarcar y ayudar hasta pasadas treinta y seis horas; día y medio de desesperante espera para los damnificados.

¿Cuál es el punto común entre los que ofrecieron ayuda?; las agresiones sufridas; sin embargo, la respuesta es de humanismo, de quienes saben distinguir entre el odio y el amor, felicidad y desgracia, eros y thanatos; es decir, le dan valor a la vida humana y aplican, al menos en el caso, la solidaridad con subsidiaridad, lección que será difícil digerir para todo el mundo occidental: entender las razones profundas para dar.

De nuevo me viene a la mente la advertencia hecha por expertos de la O.N.U., que dicen “aún es tiempo de reaccionar”. Ojalá que esa experiencia dolorosa, vivida por el mundo entero porque nos afecta a todos, sea nuevo punto de partida para retomar el camino del humanismo y buscar el verdadero beneficio común, renunciando a lo superficial y el consumismo propuesto por la “Sociedad del Conocimiento”.

Le hago notar que a pesar que sólo nos enteramos por la prensa y que estamos lejos de donde otros seres humanos sufren la tragedia de tal envergadura, el compromiso de adquirir conciencia sobre el mundo real debe ser tomado con la mayor seriedad, tratando de identificar las marcas que deja ese tipo de vida egoísta, que cada vez se arraiga más entre todos nosotros.

ydarwich@ual.mx

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