“Supongamos”. Palabra muy peligrosa es ésta, pues inevitablemente nos lleva a pensar en otras realidades. Sin embargo, a veces es bueno echar nuestra mente a volar e imaginarnos cómo sería nuestro mundo si tal o cual cosa sucediese.
Supongamos, por ejemplo, que en México no existiera la corrupción. De seguro viviríamos en un país del primer mundo. El enriquecimiento ilícito de algunos funcionarios públicos sería algo impensable y no cosa de todos los días como lo es ahora. Las elecciones serían un ejemplo de rectitud y honestidad, y ocuparía el poder aquel que en realidad hubiera sido elegido por el pueblo, y no el designado por un poderoso dedo que sólo desea que los tiempos de impunidad continúen para seguir manejando las cosas a su vil conveniencia.
Supongamos que todos los funcionarios públicos cumplieran con las promesas hechas durante sus campañas. Si esto sucediera, no estaríamos hablando de problemas sociales y económicos.
Supongamos que desde hace décadas nuestros gobernantes se hubieran preocupado por otorgar a los mexicanos una buena educación. De seguro ahora no estaríamos hablando de problemas tan grandes como la pobreza, el desempleo, la drogadicción, el pandillerismo o la corrupción. Mucho se ha hablado de que nuestra realidad sería muy distinta si no tuviéramos un rezago educativo tan grande. Lo más triste es descubrir que el Gobierno provocó esta situación, pues con el afán de que el pueblo siguiera sometiéndose al sistema corrupto que durante décadas subsistió en nuestro país, se hizo hasta lo imposible para que los mexicanos vivieran en la ignorancia. Me llama la atención que en la Ciudad de México apareció una de las primeras universidades de América. Los jóvenes indígenas aprendían en ella a hablar y a escribir en español, latín y griego. Esto irritó a los conquistadores españoles y clausuraron las escuelas, pues sabían que si los indios se educaban, dejarían de trabajar como esclavos en las minas y en las haciendas. Hoy, a más de 400 años de aquella época, las cosas siguen exactamente igual, a diferencia que los oprimidos y opresores somos nosotros mismos.
Supongamos que se recuperara todo el dinero robado por la familia Salinas de Gortari, por los banqueros fraudulentos o por Rogelio Montemayor y el PRI. De seguro no tendríamos tantos recortes presupuestales que han afectado a sectores de suma importancia, como por ejemplo al campo. Cientos de campesinos han abandonado sus tierras para irse a las ciudades en busca de un trabajo para poder subsistir. Si se destinaran los recursos necesarios para el campo, probablemente nuestra historia sería otra y no hubiéramos tenido que enfrentar tantas crisis. Da coraje que en México tengamos que importar frutas y verduras de otros países, siendo que hay en nuestro campo cientos de hectáreas en el más completo de los abandonos. Cada vez que cruzo a Estados Unidos viene a mi mente la misma pregunta: ¿Por qué al cruzar el Río Bravo el desierto desaparece y se pueden ver enormes plantaciones?
Supongamos que los cargos públicos fueran ocupados por personas cuyos conocimientos y capacidad les permitieran dirigir correctamente los intereses de la nación. Esto sería muy bueno, pues por un lado dormiríamos tranquilos al saber que nuestros representantes lejos están de ser personas mal intencionadas; por otro lado, tendríamos la seguridad de que el Gobierno realmente cumple con la función primordial de buscar con sus acciones el bien del mayor número de personas y no sólo de unos cuantos.
Sé que nada gano al imaginarme otras realidades. Sin embargo, mis suposiciones no son de ninguna manera irrealizables. En nosotros está que aprovechemos nuestra calidad de ciudadanos para exigir al Gobierno mayor honestidad, mayor justicia, y sobre todo, mayor interés por lograr el crecimiento de México.
javier_fuentes@hotmail.com