Las cifras publicadas por una revista de circulación nacional son impresionantes: la telenovela “Rebelde”, cuyos derechos fueron comprados por la empresa Televisa de México a comerciantes argentinos, ha atraído la atención de más de 38 millones de mexicanos, predominantemente jóvenes y ya se vendió a más de 60 países en el mundo, generando ingresos por cientos de millones de pesos; sólo en México deja ganancias superlativas, gracias a más de 50 comerciales transmitidos en la tercera parte del tiempo dedicado a narrar una serie de historias juveniles que tratan temas de actualidad, tales como la crisis del concepto de familia, el sexo, y la superficialidad de la vida.
El responsable “del producto” dice: “nosotros adaptamos los guiones, le dimos el tono neutro que manejamos en México y lo convertimos en un producto terminado, en una lata de venta global” y enumera su éxito en términos de comercialización de consumibles tan diversos como refrescos dietéticos, yogurts, ropa de marca juvenil, tarjetas de crédito, teléfonos celulares, alimento chatarra y muchas otras cosas; todas de carácter superficial. Declara que va por más, incluidos los ingresos económicos con la creación de un grupo musical que vende millones de copias discográficas y logra ganancias millonarias con la venta de boletos para asistir a sus presentaciones “en vivo”.
Le comparto otra declaración del productor Pedro Damián, que me parece muy reveladora: “ellos -los participantes en la telenovela- se convirtieron en una suerte de iconos de la ‘generación Y’ mexicana. Saben que son manada, actúan como manada, tienen líderes y enfrentan luchas por el poder”. Ésta es una excelente descripción de las actitudes de parte de las nuevas generaciones, que también denominan “superficiales” y que en mucho son fomentadas por los vendedores sin escrúpulos, que no dudan en romper la jerarquización de los valores, si de por medio va el éxito material reflejado en ganancias de millones de pesos para sus patrones, aunque a ellos les gusta más tratar con cifras en dólares.
Tal vez usted no haya reparado en los cambios de actitud que provocan tales bombardeos publicitarios en los muchachos; tan sólo le invito a que recuerde que hace unos cuantos años, los jóvenes se oponían a los uniformes; ahora, prácticamente todas las escuelas de la región los usan; las faldas de tablas a cuadros son comunes, de distintas calidades y alturas de las bastillas, dependiendo de posibilidades económicas y normas de las escuelas.
Pero hay otros muchos cambios que en ocasiones los padres no entendemos: la rebeldía –no es coincidencia con el nombre del programa de televisión– mostrada ante la autoridad familiar o escolar, el distanciamiento con los adultos, transmutación de los valores sociales, pérdida de creencias religiosas y ruptura con muchos de los principios inculcados en casa, la baja del interés por participar de la vida familiar y sus problemas, etc. Desde luego que no todo se debe a esos fenómenos de comunicación masiva, habrá que tomar nuestra parte de responsabilidad como adultos, pero definitivamente influyen para mal, agravándolo. Permítame preguntarle: ¿quién de su familia ve esos programas de televisión?; ahora algo más directo, tal vez agresivo: ¿usted qué hace al respecto?
La danza de los millones siempre está presente, igual sucede con los nuevos espectáculos que ofrecen al público una mezcla de bailes distintos, reuniendo a gente común con artistas de moda, provocando a la imaginación con la aparente propuesta de servicio social, despertando el morbo y ofreciendo correspondencias inequitativas, si comparamos la relación de ingresos -por ventas de todo tipo- contra inversión -ayuda dada a los concursantes-. No por nada la competencia, TV Azteca, trató de darle “el madruguete” con su propia versión a Televisa, que a su vez había comprado los derechos en Holanda, siendo, al decir de algunas fuentes, intento infructuoso.
Hacer dinero, “negocios”, es ahora lo único que importa: hablar en términos de ganancias está por encima de atender las necesidades humanas, incluidos los valores y vestirse de héroes sociales se ha transformado en una buena fórmula financiera.
La situación se torna extrema y grave cuando se disfraza el mal con el bien, caso de Víctor González Torres, alias Dr. Simi, que se jacta de vender seis mil millones de pesos en productos, de los cuales destina dos millones de dólares mensuales a promoverse regalando despensas y otras publicidades indirectas en una propuesta pseudopolítica, que de fondo encierra un rotundo interés económico. La gran mayoría de los profesionales de la medicina que conozco rechazan la opción de usar esos medicamentos en sus consultorios particulares, por considerarlas poco confiables.
Usted puede hacer el ejercicio de enumerar todos esos negocios que se revisten como “buenas obras”, caso de los productores de alimentos diversos que pregonan donar un porcentaje muy pequeño de sus ganancias -no de sus ingresos totales- para distintas organizaciones no gubernamentales; vendedores de autos que anuncian sus productos despertando el apetito materialista de los consumidores, con ofertas tentadoras que incluyen cero por ciento de intereses envueltos en imágenes seductoras, con alta connotación sexual; banqueros que prometen coches, etc.
Es claro que ante la incapacidad del Gobierno para atender a las personas de los niveles socioeconómicos más desprotegidos, dejan el “hueco de oportunidad” a los mercadólogos que saben vestir con apariencia de mecenas a sus clientes, incrementando las ventas con campañas que los hacen verse como “solidarios sociales”. Visto de otra manera: esas pequeñas cantidades, que bien pueden sumar millones de pesos, son pagadas por los compradores a los que se les encarece el costo de los artículos, cooperando con sus causas por la fuerza, financiando su publicidad, de paso consumiendo sus productos y ayudándoles a justificar descuentos en el pago de impuestos. ¡Qué negocio tan redondo¡, ¿verdad?
La creatividad parece no tener fin; igual se comercializa la imagen de futbolistas que se trata de vender la de la mismísima Virgen de Guadalupe; se ofrecen premios de toda índole con tan sólo marcar un número telefónico, o se esquilma a los más crédulos a razón de 35 pesos por minuto. Conozco un caso de una mujer desesperada que gastó más de dos mil pesos, escuchando consejos de un charlatán que se anuncia por televisión; no resolvió su problema y de paso le cortaron el servicio telefónico por falta de pago.
Una verdad que pocas veces mencionamos es que nosotros favorecemos esas acciones cuando caemos en las tentaciones, enganchándonos con la venta de sueños poco razonables, seguramente usted conocerá a más de una persona endeudada por sucumbir a ellas; las veces que aceptamos sus propuestas imaginativas al consumir lo que no necesitamos, les aportamos el éxito que les da argumentos para seguir adelante. Igual pasa con los menores, que de tanto insistirnos terminan convenciéndonos, tal vez estando nosotros ya fastidiados por la presión ejercida.
Seguramente ya está intuyendo la conclusión del Diálogo: queda en nuestra fuerza de voluntad apoyar el circulo vicioso, ¿o no?
ydarwich@ual.mx