Mar de China Oriental, (EFE).- Los marineros de la nao Victoria del siglo XXI dan la vuelta al mundo a vela, navegando en las mismas condiciones que en las naves españolas de quinientos años atrás, aunque ahora su vida diaria ofrece algunas diferencias.
"La principal es que nosotros sabemos perfectamente a dónde vamos, dónde estamos y más o menos lo que vamos a tardar en llegar", explicó a EFE el historiador y segundo de a bordo Antonio Fernández.
"En la época, quien se embarcaba en una expedición como ésta era consciente de que se lo estaba jugando todo", añadió.
Así eran las cosas a principios del siglo XVI, cuando Fernando de Magallanes encabezó una expedición de seis naos españolas para abrir una ruta occidental a la Especiería (las islas Molucas, cuya ruta oriental dominaban ya los portugueses).
Las condiciones de vida a bordo era mucho más extremas, hasta el punto de que en 1522, tres años después de zarpar de Sevilla, solamente regresó a España una de las seis naos, la Victoria, con sólo 18 supervivientes, comandada por elección unánime por el contramaestre vasco Juan Sebastián Elcano.
"Las bodegas estaban llenas de carga y los marineros dormían al aire sobre la cubierta", constantemente barrida por las olas, cuenta Fernández desde el castillo de proa.
"La mayoría de los juicios registrados en el archivo de Indias son por incidentes derivados de los problemas de convivencia a bordo", como peleas por dormir en una zona más seca.
Cinco siglos después, los 18 tripulantes de la nao actual, réplica fiel de la de Elcano, descansan en literas acomodadas en la bodega, decoradas con trofeos recogidos a lo largo de distintas escalas, como fotografías, carteles, linternas de papel e incluso alguna banderola del equipo de beisbol de Osaka (Japón).
Hacen ejercicios en la cubierta casi a diario, cuando pueden pescan, o potabilizan y se beben las aguas turquesa del Mar de la China Oriental que surcan ahora, mientras los más veteranos celebran el "ángelus" a mediodía con un breve brindis de sake.
Cuando no se lee o se trabaja en alguna de las investigaciones que se hacen a bordo, "estamos pensando en cómo tocarle las narices al otro", bromea Jesús Arroyo, marinero médico en el viaje de regreso desde Japón, donde la nao fue el "pabellón flotante" de España durante la Exposición Universal de Aichi.
"Tienen un ambiente muy bueno, además son todos licenciados universitarios, son maduros y cuidan la convivencia, saben que el barco es nuestra casa y nuestra salvación", señaló Joaquín Garrido, veterano marinero y fumador de pipa, que vio nacer a la Victoria actual junto a su amigo Ignacio Fernández Vial, padre del proyecto.
Divididos en guardias de cuatro horas, que se reparten el timón, la vigilancia del tráfico marítimo y las distintas tareas, los tripulantes, como antaño, se dan a la conversación a ratos en la tolda de popa, pendientes del gobierno de la nave, y hablan de cada puerto, de vivencias, planes y mujeres recordadas o por conocer.
"Probablemente sea difícil encontrar en nuestro tiempo un escenario tan fiel como este a como se vivía en el siglo XVI", aseguró Fernández.
La comida es otro punto fuerte del año 2005: "Hoy no podríamos alimentarnos como en la época, dos meses pasando con un vaso de vino y una comida caliente al día", dice el gamucero, encargado de repartir y racionar los alimentos, Javier García.
"Añadían agua caliente, incluso agua salada (calentada cada mañana en un hogar de metal instalado bajo el castillo de proa), a los productos que ya se tomaban en seco, como tasajo (carne salada) o pan rancio", explicó.
"Era muy calórico por la grasa del tocino, el pan y el vino, pero no tenía los suficientes nutrientes" al no tomar casi verduras.
Su obsesión diaria era la pesca para lograr un aporte alimenticio, cuenta García, hasta el punto de que en la época se gastó el doble de dinero en artículos de pesca que en medicinas.
"Hasta ahora he tratado mareos y contusiones, supongo que lo mismo que en la época", dice el "doctor Arroyo". "Ellos lo único que tenían para el mareo era el vino".