Desde mi juventud siempre anhelé viajar a otros países que estaba adentrado en su historia y sobre todo en su arte.
No es mucho pedir a la vida, cuando día a día luchas por lograr tus deseos. La compañera de mi vida de mil maneras me ayudaba a vender mis obras y atesorar peso a peso.
El año de 1967 logré realizar el primer viaje, acompañado de unos raquíticos pesos, después de pagar los pasajes a los países que siempre había soñado conocer.
Conocí, en el segundo de mis viajes a Austria, en Viena, una tarde nublada, poco fría y amenazante de lluvia, en que regresaba a mi hotel, en una esquina cercana a éste, a un violinista vagabundo. Pensaba pasar de largo, pero al escuchar las melodiosas notas de Vida de Artistas, de Strauss, ejecutadas con una sonoridad arrogante y una maestría indiscutible, después por mucho tiempo fui su solitario espectador. Al despedirme, premié su actuación con un billete de un dólar. Ya me retiraba cuando me dijo en un español de acento judaico:
¿Usted es americano, verdad?
¡Sí... de México!
¡Gracias por su amabilidad!
Fue entonces en aquel momento, en que dio principio una cordial y fugaz amistad, pues al preguntarle que cómo era que había aprendido hablar español, me dijo que él había nacido en Austria, que sus padres eran judíos y que de niño, sus papás habían emigrado a Toledo.
No le quise escuchar más, le invité a tomar una taza de café, en un cercano restaurante, le dije que me interesaba mucho escuchar sus charlas, además ya principiaban a caer las primeras gotas de lluvia y el frío como que se acentuaba un poco más.
Al calor de las aromáticas bebidas, siguió el viejo con su charla.
Su juventud, la vivió en esa maravilla de ciudad que es Toledo. Un tío de él, había sido un concertista poco afortunado en una sinfónica. Desde niño, nuestro personaje, demostró cierta disposición para ejecutar el difícil instrumento, tanto su padre como su tío, lo encausaron en el bello arte. Estudió con varios maestros hasta llegar a las academias de música. Sin embargo, él siempre soñó con ser un día, director de orquesta. Para tal fin, cursó los primeros años de la carrera en el Conservatorio.
Desgraciadamente, en esos años estalló la guerra civil española y se vio precisado a salir huyendo, sin más acompañante que su violín. Por largos años, vagó sin rumbo, hasta llegar a la tierra de sus mayores, Viena.
Acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial. Para sobrevivir, había desempeñado los más absurdos empleos, para un artista como él, pues llegó a ser lavaplatos y maletero, en la terminal ferroviaria.
En varias ocasiones, trató de inscribirse en el Conservatorio y proseguir con sus estudios de Dirección. El idioma era su principal barrera infranqueable. Además el tiempo transcurrido, había casi borrado su aprendizaje y sus disposiciones un día sin mácula, en la ejecución del instrumento, ahora eran torpes y sin brillo. Se tuvo que conformar en que todas sus ilusiones, quedaran en eso... ¡Sólo ilusiones!
En una época padeció una penosa enfermedad que lo orilló a la muerte. Tuvo que sentir en carne propia, el ser huésped de sanatorios de beneficencia y el dolor de verse completamente solo y enfermo.
Cuando abandonó después de mucho tiempo el hospital, volvió a vagar, ahora en busca de empleo para sobrevivir, pero su aspecto no debe haber sido muy recomendable, pues por más puertas que tocó, ninguna se le franqueó y a todos a los que solicitó trabajo, permanecieron mudos.
Cierto día en que ya la situación era inaguantable, en una esquina, principió a arrancarle sus melodiosas notas, a su único y fiel compañero: su violín.
Desde ese día, murieron las aspiraciones de mi amigo y nació el gran concertista con un trabajo ininterrumpido y cuyas actuaciones las realizaba en lemas enorme escenario y con el más nutrido público. El propio pueblo.
Me dijo que ya no sentía la amargura de su propia existencia, que procuraba ser feliz con su profesión actual. Músico callejero o vagabundo. Que lo que sus espectadores le obsequiaban, lo guardaba para mal vivir, pero eso sí, siempre asistía a los estrenos de la ópera y a las salas de conciertos. Pues era toda su ilusión como espectador, soñar aunque fuera por pocos minutos, ser partícipe del grupo o sentir que él podía ser el director.
Cuando nos despedimos, ya le había contado que yo era pintor y periodista y un fuerte estrechamiento de manos y un fuerte y fraternal abrazo rubricó nuestra efímera amistad.
En las veces que de nuevo he vuelto a Viena, he buscado a mi amigo, por el lugar que en aquella tarde fría le encontré. Jamás le he vuelto a ver, quizá vague por alguna parte de este mundo. Quizás esté tocando su maravilloso instrumento, en el cielo y con el vehemente deseo de llegar en alguna otra reencarnación, lo que en esta vida no logró, ser... DIRECTOR DE ORQUESTA.
Viena, Austria... año 2004.