En España el tristemente famoso 11-M, no sólo enlutó a un centenar de familias, sino que a través del hábil manejo del PSOE y el grupo empresarial informativo comandado por el señor Polanco, se creó en parte del pueblo español el llamado “Síndrome Estocolmo”, consistente en que el secuestrado acaba identificándose emocionalmente con el secuestrador, con lo que el Partido Popular perdió las elecciones convocadas para el 14 de marzo, con lo que España envió al mundo un claro mensaje: el terrorismo funciona: “asesinas a 192 seres humanos y cambias un Gobierno”.
A diferencia de ello, en la Gran Bretaña la enérgica acción del Gobierno contra ese mismo terrorismo de Al Qaeda desplegado espectacularmente en Londres a partir del siete de julio ha provocado que Tony Blair recuperara electores perdidos en las elecciones generales del pasado cinco de mayo. Los británicos han demostrado no querer permitirse debilidades ante el fundamentalismo islámico: saben muy bien quién es el enemigo.
Los españoles en cambio, afectados por ese Síndrome Estocolmo, convirtieron a Aznar en el enemigo. Y conste que en el manejo de ambos conflictos el británico ha sido mucho menos ortodoxo de lo que los españoles le reprocharon en su momento al Gobierno presidido por Aznar. El Gobierno Blair incluso ha echado mano de la censura. Prohibió en las 24 horas posteriores al crimen la presencia de cualquier cámara de TV dentro del perímetro siniestrado del Metro londinense.
Se pudieron ver imágenes del autobús objeto de la explosión criminal porque no era posible ocultarlo, pero del Metro ni una sola toma. La Policía británica ha impedido imágenes sangrientas, verdadero botín buscado por los terroristas precisamente en su objetivo de sembrar el pánico.
En la teoría mucho se ha cuestionado acerca de ese ejercicio gubernamental limitador de la libertad de expresión, tratándose de acciones terroristas. Quienes justifican esa limitación informativa aducen que ello evita la histeria y la irracionalidad que buscan los terroristas como principal móvil. Se sabe que el fin implícito del terrorismo es aterrorizar y para ello cuentan como aliado circunstancial a los medios de comunicación, quienes al presentar con lujo de detalles la información sobre los atentados perpetrados se convierten involuntariamente en esas cajas de resonancia que desean tener gratuitamente los líderes de las bandas terroristas.
Ahora bien, si los medios de comunicación social, para no ser objeto de manipulación, cerraran sus espacios a la información sobre atentados, pudieran provocar la expansión de una ola de especulaciones y rumores, mucho más difícil de controlar que la generada por la estricta información sobre los atentados.
Ya se ve que la solución del problema no es fácil y que en los casos que contrastamos en este artículo, la apertura informativa desplegada en España el 11-M, transformó totalmente la expectativa del resultado en torno a unas elecciones próximas, en tanto que la censura ejercida por el Gobierno británico le permitió resultados eficientes en su combate a la subversión y al manejo político del conflicto.