LAGUNA DE RELATOS
EL SIGLO DE TORREÓN
Narra Juan Carlos su experiencia en Cancún, cuando Wilma desató su furia
TORREÓN, COAH.- En sus rostros sólo se podía ver el hambre, la desesperación y la incertidumbre. Apenas si se podía caminar por las calles inundadas de Cancún y aún así la gente comenzaba a salir de los resguardos después de cuatro días de encierro.
Fuertes disparos dieron paso a los asaltos que no se hicieron esperar. ?Cerca de donde estábamos había una tienda de auto servicio, nos avisaron que la habían abierto a la fuerza. Un cuate (originario de Israel) y yo fuimos luego luego. La puerta de vidrio tenía un gran boquete y por ahí nos metimos. Yo agarré unos cigarros, un refresco y pan; el de Israel cigarros y pan. Me sentí muy mal de haberlo hecho, pero no teníamos nada qué comer. Regresé a decirles a los demás y en seguida trajeron dos bolsas con comida y un paquete más de cigarros?. Recuerda angustiado Juan Carlos.
La lluvia no cesaba por lo que decidieron permanecer encerrados, conviviendo entre perfectos desconocidos, compartiendo los escasos víveres y dándose ánimos unos a otros. Esa noche la pasaron lo más tranquilos que pudieron; sin embargo Juan Carlos estaba tan nervioso que toda la noche se la pasó hablando mientras dormía, según le contaron sus compañeros de cuarto, quienes a su vez se mostraron comprensibles con él. Probablemente tuvo que ver el café frío que consiguió y que estuvo bebiendo a lo largo del día.
Juan Carlos había salido de San Luis Potosí (su ciudad natal), hacía apenas unos cuantos días. Se dirigió a la ciudad de Cancún en busca de una mejor oportunidad laboral. Lo que nunca imaginó fue encontrarse con Wilma, quien le daría una gran lección de vida?
El primer día del huracán, el potosino junto con otro joven originario de Francia, llegaron al hotel El Mexicano, después que los desalojaron del Hotel Mayan, pues se les avisó que por su propia seguridad debían abandonarlo, ya que los techos eran de paja y no resistirían el huracán.
Una vez instalados, se dirigieron a comprar comida. Eran aproximadamente las 12 del día cuando llegaron a la Comercial Mexicana y casi se había agotado todo. El compañero de Juan Carlos no traía dinero en efectivo, así que él se ofreció a comprar la comida del primer día. Antes de regresar al hotel se dirigieron a la zona hotelera de Cancún, ?estuvimos primero en una parte de la bahía, después nos acercamos más. Ahí nos quedamos casi hasta las tres de la tarde, cuando nos corrió la Policía pues el viento era cada vez más intenso, tanto que la arena nos golpeaba con gran fuerza. Mucha gente empezaba a llegar, pero enseguida la Policía los corría del lugar. De ahí nos fuimos en autobús hasta llegar nuevamente al hotel, en donde nos quedamos una chava de Tijuana, uno del DF, el francés y yo, los cuatro en una sola habitación; en otra se quedaron tres japonesas y dos de Polonia; en una más dos de Israel, un alemán y otro que no me acuerdo de dónde era. Y tres personas más en otro cuarto. Ahí todos nos resguardamos de Wilma?.
Dentro del hotel había unos lockers para guardar las mochilas, que sin pensarla dos veces utilizaron para cubrir las ventanas, pues temían que el viento fuera a acabar con los vidrios. ?Estuvimos toda la tarde haciendo esto, me di una cansada como pocas. El viento comenzaba a arreciar y llegada la noche empezó a entrar el huracán? de pronto se cortó la luz. Nos dio muchísimo miedo, pero a pesar de eso logré dormir un poco, creo que los demás también?.
Al día siguiente acordaron racionar la comida de los cuatro, cada quien tenía algo de alimento el cual compartieron entre ellos. Durante esos días nadie pudo asearse, pues no salía una sola gota de agua por ninguna de las llaves. Así continuaron encerrados, deseando y rogando que terminara de una vez la pesadilla llamada Wilma. ?La fuerza del viento era impresionante y aunque tuve mucho miedo también me sentía muy emocionado, era una especie de adrenalina que corría por todo mi cuerpo, pues nunca antes había vivido una experiencia como ésta?.
Así transcurrió el segundo y tercer días del paso del huracán. ?Por la noche escuchamos un estruendo que nos despertó a todos, era una de las ventanas que se destrozó por completo. Afortunadamente no pasó a mayores y nadie salimos lastimados?. A la mañana siguiente desayunaron pan y leche. ?En la tarde me comí unas albóndigas que me quedaron del día anterior y por la noche café frío, algo de leche y cigarros?.
Ya la furia del mar comenzaba a entrometerse por los pasillos del hotel, por lo que entre propietarios e inquilinos tuvieron que encontrar la manera de sacarla para que ésta no alcanzara a entrar en los cuartos. Para la tarde las mujeres estaban demasiado asustadas, pues ya el viento había cobrado mayor fuerza, llegaron a pensar que esto no terminaría jamás. Llegó un momento en el que las ventanas parecían estar hechas de papel, pues una a una se iban haciendo trizas. ?Pudimos ver cómo un anuncio del supermercado que estaba cerca del hotel se deshojaba, hasta que quedó completamente destruido. Eso fue lo único que se alcanzaba a ver, pues más allá de diez metros no se distinguía absolutamente nada?.
Temían por sus vidas. Les preocupaba el pensar qué comerían el resto de los días, lo único cierto es que no podían perder la calma. ?Tenía miedo, pero también llegué a sentirme emocionado de estar en medio de un huracán, era algo único?. Mucha gente trató de resguardarse lo más posible, se abrieron varios refugios, pero de lo que se enteró Juan Carlos no le gustó nada, ?que olían muy mal, era demasiada gente y sólo daban atún y galletas, creo que nosotros a pesar de todo nos la pasamos mejor, por lo menos teníamos agua, refrescos, cigarros y comida, mejor que en otros lugares, también teníamos papel de baño, jabón etc., que entre todos juntamos?.
El cuarto y último día del huracán, ?cuando empezamos a salir del hotel, teníamos tanto miedo de no saber qué había pasado realmente y de no saber qué iba a pasar. Los teléfonos públicos dejaron de funcionar, eran demasiados árboles tirados y lo que veía en la gente era desesperanza y angustia, nadie sabíamos qué hacer. Un gran congestionamiento se hizo sobre la avenida Tulum, yo empecé a ver una ciudad que desde que llegué me había gustado mucho y cuando empecé a ver todo destruido me dio una fuerte depresión. Pasé por un local donde había llegado a buscar trabajo y el que me entrevistó estaba sentado en el suelo, muy triste, porque le asaltaron su negocio y le robaron todo, era de ventas de tiempos compartidos e información al turista. Muchos pandilleros se bajaron de las zonas marginadas, y nada más estaban viendo cómo fregar a los demás. La verdad yo sí temía por mi vida.
?Antes de que me saliera del hotel Mayan o nos sacaran, el francés y yo sabíamos realmente qué comprar de comida o qué hacer, lo tomamos a la ligera, en la Comercial Mexicana se hacían largas filas y nosotros nada más compramos tres guisados, leche, galletas y pan, muy tontamente. Jamás había pasado un huracán en mi vida, jamás había pensado que tenía que comprar más comida, o cómo debería protegerme. Incluso llegué a pensar en quedarme en la central camionera resguardado hasta que pasara el huracán, no sabía o no tenía idea de la magnitud de éste. Ahora sé que con estas cosas no se juega, ¡ya lo aprendí!?.
Al cuarto día se podían ver los estragos que dejó el huracán a su paso, todas las calles estaban inundadas, la radio apenas sí se escuchaba. ?Ese día cerramos la puerta por los saqueos. La de Uruguay nos platicó que se asustó mucho, pues por la noche pasaron dos tipos corriendo, diciéndole uno a otro que lo quería matar, al parecer se querían meter al hotel. El huracán ya había pasado, pero los asaltos y saqueos estaban a la orden del día. Casi nadie salió del hotel. Comíamos lo que pudimos. Para en la mañana ya habían saqueado el supermercado, después siguieron con una tienda de fotografía y subvenirs, y eso me empezó a asustar mucho. Sobre todo el ver la ciudad destruida, de cómo la había visto cuando llegué. Nos apresuramos a ver lo de las salidas y todavía no había nada, entonces salí a conseguir alimento pero no tuve éxito, supuestamente en el Palacio de Gobierno estaban repartiendo comida, pero era tan larga la fila que no alcancé. Regresé al hotel, quitamos los lockers de las ventanas para que se ventilara y limpiamos un poco más el lugar. Para colmo nos cobraron los días que estuvimos refugiados, cien pesos diarios, aunque bueno, me gané un descuento por cuarenta pesos por haber participado en la limpieza.
?Al día siguiente empezamos a preparar la graciosa huida, algunos nos salimos desde las seis de la mañana. Tuve un ataque de nervios, te deprimías nada más de ver las condiciones en que había quedado la ciudad. Casi me desmayo pero por suerte me supe calmar. En pocas palabras, el francés, la de Tijuana, el del DF, uno de Veracruz y yo, logramos conseguir boletos para salir de ahí? y así llegué a Mérida??.