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¿Repitiendo la historia?/Diálogo

Yamil Darwich

En la Comarca Lagunera ha iniciado una nueva controversia: la discusión sobre la necesidad, o no, de que el Ejército Mexicano intervenga en el cuidado de la seguridad pública. El presidente del Consejo de Participación Ciudadana de la PGR, Luis Cuerda Martínez, la define como “necesaria” y el empresario Roberto Rodríguez lo refuta, argumentando que “basta que cada quien haga su trabajo”.

Habrá que analizar el problema de fondo, ya que el narcotráfico ha infestado todos los niveles de la organización social mexicana y pareciera que hay un especial interés por ampliar el mercado entre los laguneros. Actualmente no es extraño escuchar términos como “narcopolítica”, “narconegocios”, “narcoejército” y últimamente hasta “narcofutbol”, refiriéndose a los comentarios hechos en relación a la sospecha de invasión a la división “primera A”.

El narcotráfico ha invadido a la sociedad lagunera, especialmente atacando a los jóvenes, haciendo de todos nosotros su nicho de mercado, por el que luchan encarnizadamente los criminales. Tal vez por el incremento de las medidas de seguridad adoptadas por las autoridades de Estados Unidos de Norteamérica, el problema se ha agudizado en nuestro país, al interrumpirse el ágil flujo de la droga, haciendo que ésta se concentre en el territorio nacional y consecuentemente deba ser distribuida y vendida en distintos niveles, con diferente calidad, hasta llegar al narcomenudeo de la muy “cortada” y adulterada. ¿Se ha puesto a pensar por qué, las Policías de la región atrapan únicamente a delincuentes menores?

Sin embargo, no solamente el narcotráfico ha rebasado a las autoridades mexicanas; también lo han hecho otros problemas, sumándose para que el grado de inconformidad e insatisfacción llegue, en nuestros días, a los más altos niveles. Desde la rebeldía social que culminó con la Revolución Mexicana en los inicios del siglo anterior, no se sentía malestar tan generalizado.

La pobreza es el mejor ejemplo, aún cuando la administración federal asegure que al menos tres y medio millones de mexicanos han superado las graves condiciones de insatisfacción a las necesidades básicas. Le pido que haga conciencia sobre la llamada clase socio-económica media, la que a cada día sufre mayor merma en su poder adquisitivo, en su particular situación familiar y personal, que con el paso del tiempo se agudiza. De ahí que las declaraciones triunfalistas sean, más que otra cosa, simple demagogia y manipulación de las estadísticas nacionales.

La sociología nos enseña que un país sano, es aquel que tiene una clase socioeconómica media numerosa y conforme; también la historia nos demuestra que las revoluciones del mundo se dan con los pobres y campesinos en el frente, la dirección de los pensadores encabezando intelectualmente al movimiento y la clase “media” dando su franco apoyo, todos motivados por su inconformidad, estimulados por la aspiración de mejores niveles de calidad de vida. ¿Ya empieza a dimensionar nuestro problema?

Otro síntoma de cuidado es la inconformidad de los ciudadanos, generada por el abuso de autoridad y los tratos diferentes a las personas que se definen democráticamente iguales.

Sin duda, las noticias sobre las liberaciones de responsabilidades legales fincadas a personajes de la Política nacional, que han ofendido gravemente a la integridad de los mexicanos y abusado de sus bienes materiales, y la libertad otorgada a capos de la droga, en las formas que las quieran justificar, son combustible que alimenta la hoguera de la inconformidad.

Ni qué decir de los abusos en el manejo de la interpretación de las leyes, que favorecen a los ya exageradamente ricos y poderosos, permitiéndoles nuevas alternativas de explotación de la nación con la apertura de garitos de apuestas, que indudablemente atentarán contra la economía de todos, particularmente de aquellos que con menores capacidades de juicio caerán en las garras de los mercaderes de las apuestas, con todas sus consecuencias.

Además del problema que representa el narcotráfico, no olvide la inseguridad pública generada por la corrupción, la ineficiencia y la falta de oportunidades para el desarrollo social. En estos tiempos, el rico vive amenazado por las inexistentes garantías de seguridad para sí mismo y sus seres queridos, poco a poco van aprendiendo a vivir sin ostentar sus capacidades de poder adquisitivo, cuidados por guardaespaldas y renunciando a la más elemental libertad de ser y circular despreocupadamente por las calles, ante el temor del secuestro y el robo violento. Los que menos tienen tampoco son libres; deben cuidar por ellos mismos sus posesiones personales y sus casas-habitación, ante la ineficiencia del Estado para cumplir su función; los integrantes de la clase socioeconómica media y los pobres también padecen inseguridad, que les lleva a vivir en constante zozobra por los asaltos y agresiones callejeras. ¿No le parece éste, otro factor importante de enojo y hasta de ira contra la autoridad?

Podríamos seguir analizando otros factores de inconformidad, como las guerrillas del sureste, pero presiento que usted ya estará enumerándolos.

En ese marco social, ahora aparece la discusión sobre la necesidad de la prevención del delito y aseguramiento de la seguridad pública de las ciudades mexicanas por medio del Ejército nacional, siempre tratando de aportar al bien común, a la paz y a la tranquilidad.

Tome en cuenta que las fronteras mexicanas, especialmente las del norte, ya están custodiadas por los soldados, al igual que otros puntos de la geografía de nuestra nación, que con excusas varias han sido ocupados, con argumentaciones que giran alrededor de la necesidad de garantizar la seguridad nacional.

Para tomar una buena decisión en cuanto a la posición personal del caso, le pido que recuerde nuestra historia e idiosincrasia de mexicanos; imagine a un país que está “vigilado”, “cuidado” por la fuerza militar; tome en cuenta nuestra especial tendencia al caudillismo, e imagine una posible inestabilidad nacional provocada, entre otras cosas, por las luchas desgastantes y poco sensatas sostenidas por los distintos partidos políticos; a ello sume el abuso de poder, que en los últimos años hemos padecido de parte de los politiqueros y de los poderosos económicamente. Sin duda que es un ambiente propiciatorio para que alguien sienta deseos de “liderar el cambio” y pueda pensar en atreverse en violentar la insipiente democracia de México.

Ahora le hago la pregunta seria y grave: en una situación hipotética y futura semejante: ¿qué tan lejos estaríamos de un golpe de Estado?

ydarwich@ual.mx

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