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Rezagos/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Si caes siete veces, ponte de pie ocho”.

Proverbio japonés

La economía chilena, después de crecer más de 6seis por ciento en el 2004, tuvo una expansión de 6.5 por ciento en el segundo trimestre de este 2005. El producto mexicano, en cambio, tuvo un aumento de cuatro y medio por ciento en 2004 y para el segundo trimestre de este año había bajado ya a tres por ciento. El Banco de México considera, de hecho, que la expansión de este año será de 2.7 por ciento.

A pesar de esta desaceleración, los mexicanos hemos conseguido un aumento de más de 500 mil empleos formales en los 12 meses terminados en octubre. Esto representa un saludable crecimiento de cuatro por ciento en un año. Pero cuidado, porque en el detalle se encuentra la trampa. El crecimiento de los empleos eventuales es de 17 por ciento anual, mientras que el de los trabajos de planta es de apenas 1.9 por ciento. Y en esto hay una señal muy clara sobre lo que está pasando en la economía mexicana.

Chile no tiene por qué crecer más rápido que nuestro país. Al igual que México, Chile cuenta con una economía que tiene un muy importante producto de exportación: el cobre. Y así como los precios de éste han subido en el mercado internacional, también ha ascendido la cotización del petróleo que vende nuestro país.

Chile tiene el beneficio de un tratado de libre comercio con Estados Unidos, lo cual le da un acceso privilegiado al mayor mercado del mundo. Pero nosotros tenemos el mismo acuerdo, sólo que por un tiempo mayor.

Chile ha gozado desde hace muchos años de un sistema de pensiones individualizadas que ha fortalecido el ahorro nacional. Pero México tiene el mismo sistema, aun cuando éste sea más joven que el chileno.

Las razones de la bonanza de Chile, la cual contrasta con los rezagos de México, son completamente distintas. Los chilenos simplemente han hecho mejor su trabajo de fondo: han llevado a cabo reformas estructurales que los políticos mexicanos no se han atrevido a hacer. Y han entendido mejor que los mexicanos las reglas del juego de una economía globalizada.

Una de las lecciones que tenemos que aprender los mexicanos radica en el mercado laboral. Del año 2001 al 2003 tuvimos una caída importante en la creación de empleos en nuestro país. Esto no debe asombrarnos puesto que en esos años se detuvo el crecimiento de la economía nacional. Y no puede haber creación de empleos donde no hay crecimiento.

Pero la generación de empleos se ha venido recuperando lentamente. El 31 de octubre de este año el Instituto Mexicano del Seguro Social registraba ya 13 millones 161 mil empleos formales. Esto es un avance de 511 mil desde la misma fecha del año anterior.

Lo que inquieta es el desequilibrio. No estamos generando empleos permanentes sino solamente temporales. Y no es que no los pudiéramos crear. El problema es que a las empresas se les castiga por crear empleos permanentes. El pasivo laboral que éstos van acumulando los hace demasiado caros. El costo del posible despido es tan alto que las empresas simplemente no quieren ya crear puestos permanentes.

La legislación laboral que tenemos, y que supuestamente debería darles un mejor nivel de vida a los trabajadores, termina por hacerles un daño enorme. Si bien es verdad que el costo del despido de trabajadores ha hecho más difícil que las empresas ajusten su personal cuando necesitan hacerlo, también las ha convencido de no ofrecer más empleos permanentes. Por eso estamos viendo un auge de la contratación de trabajadores temporales y un estancamiento en los permanentes.

Si sumamos el hecho de que México está creciendo menos de lo que podría dado su potencial económico, como lo demuestra la comparación con Chile, y el hecho de que la legislación laboral inhibe la creación de empleos, empezaremos a entender por qué nuestro país se está quedando rezagado. El problema no es el libre comercio ni la dependencia de la exportación de una sola materia prima, ya que ambos factores los compartimos con Chile.

Nuestro crecimiento está siendo inhibido por la falta de reformas que hagan más competitiva a nuestra economía. La poca creación de empleos permanentes, por otra parte, es un producto directo de nuestra obsoleta legislación laboral. El daño, pues, nos lo estamos haciendo nosotros mismos.

PROTECCIONISMO

La verdad es que Argentina y Brasil -al contrario de Venezuela- no rechazaron el ALCA por una ideología proteccionista. Su objeción era que Estados Unidos quería mantener sus subsidios agrícolas al tiempo que pedía la apertura de los mercados de productos manufacturados de los demás países. Fue Washington el proteccionista y no Buenos Aires o Brasilia. Pero en la ideologizada discusión sobre la cumbre de Mar del Plata, esto no se ha explicado ni se ha entendido.

Correo electrónico:

sergiosarmiento@todito.com

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