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Roberto Kretschmer

Federico Reyes Heroles

Para: Liliana, Verónica

y Kilian

Lo primero que recuerdo es una comida en un jardín de Chimalixtac. De esto hará alrededor de unos 30 años. Un joven médico hablaba con gran naturalidad de los avances de la inmunología, un tema de cuya importancia uno difícilmente logra intuir algo siquiera. Sólo quedaba escuchar. Con humor, como sin tomarse demasiado en serio, ese hombre afable relataba sus experiencias en la Universidad de Chicago de la cual acababa de regresar. Me enteré después que se trataba de una auténtica lumbrera, una de las grandes promesas de la Universidad Nacional de la cual era egresado. Nunca imaginé todo lo que estaba detrás de ese rostro redondo y bonachón, de un fleco inocente que era sólo la fachada de una excelente cabeza. Su nombre era complicado de escribir pero inolvidable: Roberto Kretschmer.

El doctor Kretschmer pasó a ser simplemente Roberto pues su nombre se escuchaba por todas partes. Aquel hombre era un extraordinario pediatra que un día sí y otro también sacaba adelante los casos más complejos. Niños prematuros, asma, alergias, problemas de crecimiento, asuntos verdaderamente tristes y de gran complejidad que llegaban a sus manos con toda la esperanza de los padres puesta en él. En aquel momento todo ese mundo a mí me quedaba muy lejos, sin embargo la emoción y el cariño que los padres expresaban hacia “Kretschmer” eran notables. En los encuentros sociales Roberto hablaba de todo, de música, de ópera en particular, de arquitectura. Lo hacía con un conocimiento extraordinario y con una memoria prodigiosa: recordaba las construcciones en una esquina de Venecia. Era difícil imaginar a ese mismo individuo midiendo y pesando bebés chillones o poniendo vacunas en los pequeños traseros. O sea que Roberto eran varios Robertos.

La vida pasa y de pronto fuimos nosotros los que estábamos en la atestada antesala del pediatra, de nuestro médico, quién más que Roberto. La larga espera se compensaba y explicaba con la inacabable conversación de aquel corpulento hombre que entre vacuna y vacuna lanzaba sesudas reflexiones sobre, por ejemplo, Karl Popper. Germanista apasionado conocía al detalle la anécdota de día en que el autor decidió escribir uno de los textos fundamentales de la filosofía del siglo XX.

Era inevitable preguntarse ¿a qué horas lee tanto? Sobra decir que el conocido pediatra comenzaba su día muy temprano visitando pacientes y lo terminaba igual, paseándose solo por los inhóspitos pasillos de los hospitales, revisando expediente por expediente. Nadie como Roberto para una emergencia que tomaba como si no tuviera otra cosa en el mundo. No era extraño recibir varias llamadas al día para ver la evolución. La cabeza le daba para todo.

Había sin embargo una actividad de la cual hablaba poco. Me refiero a su investigación. Porque ese exitosísimo pediatra dedicaba todas sus mañanas a la investigación de punta. Él mismo puso límites a la consulta de la cual vivía para poder así hacer ciencia. De allí el rigor científico que gobernaba su mente. Había que preguntarle expresamente sobre los avances para que entonces cambiara de actitud y con un rictus de seriedad pesada describiera lo conseguido.

Conocedor de las dificultades de su empresa encaminada hasta donde entiendo a la persecución de un potente desinflamatorio, era muy discreto al respecto. Roberto dejó buena parte de su tiempo laboral, más de 20 años, en la UNAM, trabajando en el Centro Médico con su mentor y amigo el gran científico Ruy Pérez Tamayo.

Roberto Kretschmer sabía que hacer ciencia en México supone muchos sacrificios, en su caso trabajar triples jornadas que lo llevaban a dormir cinco horas.

Detrás del exitoso consultorio aparecía una mente que perseguía las grandes discusiones científicas, políticas, culturales y que además se daba tiempo de ser un espléndido amigo. ¿Cómo le hacía? Trabajando en serio y mucho, quitándole tiempo a su familia y a la vida social y entendiendo la vida como un empeño inquebrantable. Lo material le interesaba sólo en función de metas superiores. Siempre comentó que el mejor patrimonio que podía dejar a sus hijos era su educación. Acumular no era prioridad, sí en cambio tener lo suficiente para poder seguir las temporadas de ópera en Europa.

Pocas pasiones tan evidentes y deliciosas en Roberto Kretschmer como hablar de música, todo pasaba por su registro: desde la colocación de la orquesta hasta las diferencias en la interpretación de, por ejemplo, El anillo de los Nibelungos de Wagner. Era bastante común encontrarse a Roberto sentado solo en Bellas Artes o escucharlo tararear pasajes de alguna ópera. Con sus brillantes colegas de la Academia Mexicana de Medicina, también melómanos clavados, este grupo de médicos le dedican una vez al año una tanda de reflexiones profundas a temas como por ejemplo la productividad estacional de Schubert.

Pero, ¿por qué hablar hoy, en este México tan convulsionado, de un brillante médico y científico? ¿No hay acaso cosas más urgentes? Uno de los mayores costos de esta vorágine por reinventar a México que nos visita desde el año 2000, es la terrible pérdida de una versión justa sobre nuestro país, sobre nuestro pasado. Mientras algunos han hecho oficio de la denostación sistemática y se llenan la boca de insensateces, otros trabajan, trabajan en serio, se entregan a las instituciones de las que tan mal hablamos, hacen ciencia y alta cultura, todo a la vez.

Ese México también existe y Roberto Kretschmer era un brillante ejemplo de ello. ¿Dónde se formó Kretschmer? En la Universidad Nacional de la cual nunca se separó, murió siendo miembro de su junta de Gobierno, más trabajo arduo y totalmente honorífico. Ésa es la respuesta. En lugar de las frivolidades y falsas filantropías, Kretschmer apostó en silencio, con su grupo, allá en el Centro Médico, a encontrar una solución a flagelos terribles. Alguien pudo haber donado recursos a la iniciativa, pero claro, eso de creer en la ciencia mexicana no está de moda.

Roberto Kretschmer era un profesionista orgullo de cualquier país. Recuerdo la admiración de Friedrich Katz, su colega en Chicago, por él. Kretschmer fue un investigador de punta cuyo trabajo junto a Pérez Tamayo podría llevarse un Nóbel. Roberto Kretschmer fue un universitario ejemplar, que nutrió a la institución que lo vio nacer como profesionista. Fue un hombre de una vastedad cultural que sólo acentúa la mediocridad de estos tiempos. ¿Se puede pedir más? Un amigo me llamó para informarme de su muerte. Estaba yo fuera. Fue una flecha. Tuvo tiempo para todos, menos para cuidarse a sí mismo. El vacío es enorme. Duele. Cuántas vidas salvó, cuánta cultura sembró, cuánto trabajo entregó, difícil valorarlo. En estos tiempos tristes murió un hombre de excepción. Adiós querido Roberto.

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