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Rumbo al Centenario / Celebración de la primera Navidad en La Laguna

Gildardo Contreras Palacios

En el año de 1594, los misioneros jesuitas, Gerónimo Ramírez y Juan Agustín de Espinoza, empezaron a hacer las primeras exploraciones en la región de La Laguna, para tratar de establecer un puesto o cabeza de misión, en el mejor lugar que se encontrase por acá. Dichos misioneros provenían de Guadiana (Durango). ?No fue sino hasta el año de 1596 cuando el padre Juan Agustín, encontró en el valle de las Parras, lo que podía desear para juntar en un pueblo, un gran golpe de gente, proveniente de las sierras, y de la laguna; era dicho valle muy fértil y abundante en agua que bajaba de las faldas de una de las más altas sierras de la comarca y regaban sus tierras que producían muchas parras y uvas silvestres. Y allí hizo pie el padre Juan Agustín en 1598, sin otra ayuda de costa ni bolsa que la de un pobre religioso con un deseo grande de poner remedio a los males que aquejaban a aquella gente que vivía en lagunas, islotes y en los picachos de las sierras comarcanas. Con un poco de dinero que juntó por medio de limosnas obtenidas de algunos españoles, logró comprar algunos bueyes y arados y enseñó a los nativos a cultivar la tierra; en tanto ellos aprendían tal oficio, el sacerdote se encargó de su sustento, y les proporcionó el alimento necesario para su supervivencia. En algunos casos él mismo la hacía de cocinero. Tomando en cuenta que la ocupación habitual de los pobladores de estas regiones era y habían sido siempre la cacería de animales y la recolección de frutos, plantas y raíces.

Los naturales del valle de las Parras y de La Laguna, en lo político y temporal eran los que más bien trataban a los de la Gobernación. Los de Parras se distinguían porque eran grandes trabajadores y los laguneros procuraban andar bien vestidos. Todos ellos, con su trabajo fueron de gran ayuda a los españoles en sus haciendas de labor y de ganado y en las minas.

Después de que el padre Juan Agustín logró bautizar a un buen número de nativos, llegó el mes de diciembre y quiso celebrar la fiesta de la pascua de Nuestro Señor Jesucristo, como un regalo del alegre misterio para los nuevos cristianos.

La fiesta se realizó en Parras y a la misma asistieron algunos españoles que tenían propiedades o que eran empleados de alguna hacienda de la región; el padre Juan Agustín invitó sobre todo a los nativos para que se alegrasen como nuevos cristianos con la celebración de la Pascua. Para ello, los allí reunidos hicieron un baile o mitote, en el que participaron muchos de ellos, con lo cual se trató de desterrar toda ceremonia gentílica. Llegada la Nochebuena, hicieron grandes fogatas en toda la plaza del pueblo y a la puerta de la incipiente iglesia y cementerio; allí estuvieron las naciones originarias del valle de las Parras: los irritilas (sic), Miopacoas, Meviras, Yoheras, Mainaras, Pachos y Maiconeras y de la región de La Laguna vinieron: los Mayranas, Oymamas, Yaomamas, Caviseras, Inavopos, Yguamiras, Paogas, Vasapayos y Deparavopos.

En seguida comenzó la danza o baile que guiaba Antón Martín, cacique de los irritilas, indio bautizado que mostraba bien su mucha cristiandad. Después de haber hecho la adoración del Niño Dios y de venerar a su Santísima Madre, cuyas imágenes se habían colocado en la pequeña iglesia, salieron al patio que servía de cementerio y el cual era amplio y anchuroso, para celebrar la fiesta. A dicha festividad como ya dijimos, y como era cosa nueva concurrió mucha gente, cristianos y gentiles.

Los naturales asistieron a la celebración del nacimiento de Jesús, muy ordenados en su vestir y adornados con plumas de varios colores, de guacamayas y otros pájaros, con arcos y flechas según su costumbre; objetos éstos en los que ponían especial atención y los hacían más largos que en otras regiones. Los varones eran de estatura crecida y no mal agestados, eran liberales entre sí y muy afectos en socorrerse unos con otros con gran largueza, de acuerdo a sus posibilidades. En tanto que las mujeres cuidaban mucho de su vestido que hacían con pieles de animales, y los adoraban con flecos y rapacejos de la misma piel, que teñían de varios colores; trenzaban su cabello con alguna gracia y el cuello lo adornaban con sartas de caracoles y conchas que les servían de gala.

Todos los asistentes entonaron canciones cristianas al modo que les dictaba su sincera capacidad, y que las recibiría aquel Señor que bajó del cielo a la Tierra por su salvación.

Los cánticos traducidos a su respectiva lengua entre otras cosas decían:

?Alaben los hombres a nuestra Señora Madre.- Adoremos el lugar en donde está nuestra señora Madre que es de nuestro Señor.- Muy oloroso es el sombrero de Dios.- Digno de ser alabado es Dios Nuestro Señor.- Mucho nos alegra la pascua de nuestra Señora?.

Alabanzas que se repetían una y otra vez en medio de la penumbra de la noche, a pesar de sus inexactitudes, porque los cristianos únicamente adoran a Dios; y a la Virgen María y a los Santos sólo se les venera.

De los indios antiguos y viejos de la región, sólo asistió uno llamado Maygosa. Este tipo de festividad sirvió de consuelo al padre Juan Agustín, al ver que sus bailes eran ofrecidos ahora al Cordero de Dios y no al espíritu del mal llamado Cane. Después de algún rato de celebración, llegó la hora y se les ofreció a los concurrentes dos misas, la de gallo en plena media noche y la del alba. Celebraciones que todos escucharon con curiosidad y devoción.

Al amanecer y después de la segunda misa, el sacerdote preparó un convite que resultó espléndido para los asistentes y consistió en un novillo que se estuvo asando toda la noche, así como otras viandas de maíz y vaca. Dicho animal y los demás los proporcionó un español vecino del pueblo, residente tal vez en la hacienda de Urdiñola (del Rosario, o de Arriba) o en la de Lorenzo García (de San Lorenzo de Parras, o de Abajo).

De toda aquella festividad, los naturales quedaron muy agradecidos y complacidos con el padre Juan Agustín, a quien dijeron que aunque se quisiese ir algún día, ellos no se lo permitirían ni lo dejarían salir. No hubo en ese entonces felicitaciones mutuas con motivo de la Navidad, pero la fiesta por tal motivo fue única en su tiempo.

gilparras@yahoo.com.mx

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