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Saber tener, sin retener/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Escribo estas líneas, como es común, unas horas antes del día de Navidad. En tales circunstancias es inevitable atisbar los acontecimientos de los últimos meses y reflexionar sobre ellos.

Todos hemos vivido, en este año, momentos tristes y gozosos. Momentos en que nos desprendimos de un ser querido que se fue para siempre y otros en que festejamos la llegada de un nuevo miembro de nuestra familia.

Trances difíciles si nos enfrentamos a enfermedades u operaciones médicas frente a las cuales la familia se convulsiona. O quizá algunos llenos de alegría por la culminación de una carrera profesional o el matrimonio de un hijo.

Todo en sí, es parte del devenir del hombre sobre esta Tierra.

Pero mientras tengamos vida, tenemos esperanza y alas para seguir en pos de un sueño; y eso por sí solo, es un motivo de grande satisfacción.

Debemos aprender a tener, pero no a retener. Porque si bien muchas cosas pueden ser causa de goces, ninguna de ellas nos pertenece en realidad y por tanto sólo las podemos disfrutar si no las queremos aprisionar.

Cualquiera puede disfrutar del viento. Pero nadie puede aprisionarlo.

Se puede disfrutar intensamente del mar. Pero a quien quiera apropiárselo le resultará imposible.

Podemos disfrutar, igualmente, de una hermosa puesta de Sol. Pero si queremos cerrar los ojos para apropiarnos para siempre de ella, lo único que conseguiremos será quedarnos a oscuras y nos perderemos el último instante en que el Sol muere en el horizonte.

Podemos también deleitarnos con el canto de un pájaro. Mas si lo encerramos en una jaula, para hacerlo nuestro, es probable que jamás vuelva a cantar y seguro es que no criará a otros polluelos y por tanto imposible será que ellos canten para nosotros.

Así también sucede con los hijos y los amigos. Si queremos aprisionarlos para siempre, si en vez de tenerlos queremos retenerlos, los perderemos irremediablemente.

Si disfrutamos de su presencia, pero los dejamos ir cuando ellos lo decidan, seguramente el día que regresen a nosotros, los hijos volverán maduros, más seguros y confiados en sus propias capacidades. Y los amigos tornarán llenos de nuevas vivencias que habrán adquirido en su andar por los caminos de Dios y que compartirán con nosotros como una muestra indudable de la confianza que nos tienen.

Podríamos reiterar, en ese orden de ideas, que todo es nuestro... pero nada nos pertenece.

Tenemos también que aprender a valorar lo que poseemos.

A este respecto, hoy precisamente recibí un hermoso y aleccionador correo de mi buen amigo Ramón. En él se narra la siguiente historia:

“El dueño de un pequeño negocio, amigo del gran poeta Olavo Bilac, cierto día lo encontró en la calle y le dijo:

Señor Bilac, necesito vender mi casa, que usted también conoce. ¿Me podría redactar el aviso?

Olavo Bilac tomó lápiz y papel y escribió: “Se vende encantadora propiedad, donde cantan los pájaros al amanecer en las extensas arboledas.

Rodeada por las cristalinas aguas de un lindo riachuelo.

La casa, bañada por el sol saliente, ofrece la sombra tranquila de las tardes en la baranda”.

Algunos meses después el poeta se encontró con el comerciante y le preguntó si ya había vendido la casa.

No pensé más en eso, dijo el hombre. Después que leí el aviso me di cuenta ¡de la maravilla que tenía!”.

Esta historia termina con una reflexión muy sabia:

“A veces no nos damos cuenta de las cosas buenas que tenemos: los amigos, la familia, la sonrisa de los hijos, el conocimiento que adquirimos, la salud y el poder razonar. Éstos sí, son verdaderos tesoros”.

Sobre todas las cosas buenas que tenemos, aunque no nos pertenezcan, están sin duda nuestros seres queridos y todas las bellezas que la naturaleza nos brinda a diario.

Añadido a todo lo anterior, tenemos uno de los dones más preciados que nos ha sido dado por Dios: la memoria.

Memoria para recordar todas las bendiciones que hemos recibido y agradecer por ellas.

Porque cada momento de nuestras vidas es un momento único. Y aquí estamos. Dispuestos a disfrutar lo que venga, conscientes que nada nos pertenece, pero al mismo tiempo que todo lo podemos tener, si no nos aferramos a retenerlo.

Dispuestos a valorar lo que nos ha sido dado y agradecerle a todos la dicha de seguir junto a ellos por el sendero de la vida.

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