“El dinero es mejor que la pobreza, aunque sólo sea por razones financieras”.
Woody Allen
Los políticos y los medios de comunicación han tenido, como todos los años, la oportunidad de cuestionar el aumento a los salarios mínimos. ¿De qué sirve -nos han dicho los unos y los otros- una alza de un peso con 87 centavos al día?
Pero es importante dejar la demagogia atrás y colocar el aumento en un contexto más realista. Lo primero que tenemos que señalar es que, si bien es verdad que el alza es escasa, esto se debe en parte a que la inflación en nuestro país ha sido reducida a niveles que habrían parecido impensables hace algunos años. Cuando los precios se elevaban cien por ciento o más al año, los incrementos a los salarios eran nominalmente más generosos; pero al final el poder adquisitivo de los salarios se deterioraba constantemente. En los últimos años se han registrado los primeros aumentos reales en los salarios mínimos en décadas. Esto debería ser más importante que tener grandes alzas nominales, pero nadie se atreve a decirlo.
De forma manipuladora, incluso dolosa, los políticos y los líderes sindicales presentan el salario mínimo como si éste fuera el ingreso promedio de los trabajadores mexicanos. La realidad, sin embargo, es muy distinta. Con el aumento de cuatro por ciento, el salario mínimo será en 2006 de mil 460 pesos al mes en el Distrito Federal y en otros lugares caros de la República. Pero es imposible encontrar, por lo menos en la Ciudad de México, a alguien que esté dispuesto a trabajar un tiempo completo por esta cantidad. Poco importa que no tenga ninguna preparación. Ni las personas que realizan el servicio doméstico ni los peones de una construcción ni los garroteros de un restaurante trabajan por ese monto. Sólo aceptan ese salario nominal quienes, como los meseros, pueden obtener propinas u otros ingresos adicionales.
En los años sesenta y setenta, el 70 por ciento de los trabajadores de nuestro país ganaba el mínimo; por eso la obsesión con ese salario. Pero hoy eso simplemente ya no ocurre. Las cifras oficiales señalan que alrededor de 600 mil personas están contratadas en la economía formal con un ingreso de un salario mínimo. Son ellas las que estarían recibiendo el aumento de cuatro por ciento establecido por la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos para el año que viene. Pero esta cifra representa menos de un cinco por ciento de los más de 13 millones de trabajadores inscritos en el Seguro Social o el 0.01 por ciento de los 43 millones de mexicanos que se encuentran dentro de la población económicamente activa. No es que nadie gane el sueldo mínimo, pero una vez más hay que colocar el asunto en su contexto real.
Uno de los grandes problemas económicos de México es, por supuesto, el bajo nivel de los salarios. Pero a pesar de la retórica que hemos escuchado de los políticos, el tema no tiene nada que ver con los mínimos. El mercado ha hecho que quienes ocupan los puestos laborales de más bajo nivel puedan obtener sueldos significativamente superiores al mínimo.
En contraste, los ingresos de los profesionales o personas con instrucción media superior han venido cayendo estrepitosamente en términos reales. Una persona con educación secundaria puede ganar con relativa facilidad -manejando un taxi o realizando ventas, por ejemplo- un ingreso de cuatro veces el mínimo, lo cual representaría cinco mil, 840 pesos al mes. Pero según el Observatorio Laboral de la Secretaría del Trabajo, el sueldo promedio de un recién graduado de una licenciatura era de cinco mil710 pesos al mes en el tercer trimestre de 2005. En otras palabras, los ocho años de estudios de preparatoria y universidad no sólo no se traducen en un ingreso mayor sino que llevan al graduado universitario a tener un ingreso menor que quienes sólo han terminado la secundaria.
El problema del empleo y los ingresos en nuestro país es mucho más complejo de lo que parece a primera vista. Si queremos superar la pobreza y generar mejores empleos y mejor pagados, tendremos que empezar por reconocer la naturaleza del problema. Y nunca lo lograremos si seguimos pensando en términos de la economía que había en el país en las décadas de 1960 y 1970.
De nada sirve pretender que los salarios mínimos son los ingresos promedio de los trabajadores. Peor aún resulta cerrar los ojos ante el hecho de que un aumento salarial no debe medirse en términos nominales sino como porcentaje comparado con la inflación. Muchos de nuestros políticos y líderes sindicales lo saben, pero prefieren caer en el juego perverso de la manipulación de la información para sacar un provecho indebido.
LA PISTOLA DE FELIPE
No me preocupa que Felipe González, el subsecretario de Gobierno de la Secretaría de Gobernación, tenga un arma, especialmente si cuenta con el permiso correspondiente de la Secretaría de la Defensa Nacional. La portación de la pistola es legal en ese caso. Lo inquietante es ver que la primera reacción de González cuando se divulgó la fotografía en que aparece con su arma al cinto haya sido acusar de mentirosos a los medios de comunicación y argumentar que la imagen era producto de un fotomontaje. Nuestros políticos están demasiado acostumbrados a culpar a los medios informativos y a los complots de todos sus problemas. Bueno sería que empezáramos a tener algunos que asumieran con valor las consecuencias de sus actos.
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