Una semana entera sin decir palabra sólo porque dije palabrotas. Fue por entonces que aprendí a decirlas sin abrir la boca. Por la pureza de los Lacandones que habitan en la selva chiapaneca sin refrigeradores ni televisiones ni peines siquiera; y por quienes no siento ninguna pena porque tampoco siento pena por las palomas.
No encuentro nada mejor en este día que hacer un brindis por mis raíces aferradas a esta tierra, y por mis ramas y los nidos que éstas acunan. Por la alegría que me inocularon mis rumberos y jarochos hermanos y por las olas de Mocambo que mecieron mi infancia.
Por el interminable júbilo de los Portales en donde descubrí el sabor de la amistad y de la cerveza. Por las Duquesas de coco y espuma que hace Don Pedro, el dulcero más antiguo de Córdoba.
Por ese prodigio que es el Pico de Orizaba donde anidaron mis sueños color de rosa como los jamoncillos de pepita que tanto me gustan.
Por la sensación de libertad y vértigo que me provocaban las antiguas Cumbres de Acultzingo que trazara Hernán Cortés, haciendo camino al andar hacia la gran Tenochtitlan.
Por unos ojos de cervatillo que me besaron por primera vez. Por la pequeña hada madrina que eventualmente comparte conmigo su muy particular Monterrey y por mi primer kinder allá, que era casi el paraíso. Por el abuelo que eligió a México para que fuera su Patria y por supuesto la mía.
Por Guadalajara Guadalajaaara que huele a fresca tierra mojada; y por el amor con que los antiguos alfareros moldeaban jarros y cazuelas allá en Tlaquepaque, donde hace algunos cientos de años papá me castigó a guardar silencio.
Una semana entera sin decir palabra sólo porque dije palabrotas. Fue por entonces que aprendí a decirlas sin abrir la boca. Por la pureza de los Lacandones que habitan en la selva chiapaneca sin refrigeradores ni televisiones ni peines siquiera; y por quienes no siento ninguna pena porque tampoco siento pena por las palomas.
Por la explosión de luz y color de cada puesta de sol en Cozumel. Por la blancura de Mérida y la inalterable quietud de Campeche. Por el panorama infinito de las Barrancas del Cobre allá en Chihuahua, y por el azulísimo Mar de Cortés donde las ballenas acunan a sus crías. Por el contraste maravilloso entre el desierto y el mar, que ofrece la Baja California allá por Loreto.
Por la monumental ?Piedra de Sol? de Octavio Paz y la poesía cotidiana y entrañable de Jaime Sabines. Por el exótico mole poblano y el tequila; aguardiente que me alivia y me alegra. Por los mariachis que me reencantan; y por esta alucinante, intensa y vibrante capital de todos mis pesares. Por los ciudadanos del diario que aquí pertenecemos y en este país creemos aunque no acabemos de encontrarle el modo.
Por el día en que nuestra Independencia sea por fin una realidad y por la Virgencita de Guadalupe, paciente y chambeadora madre y patria de todos los mexicanos. ¡Salud!
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