Primera de dos partes
en materia educativa se vive hoy una situación paradójica, pues para mejorar la calidad de la educación pensando en el futuro, curiosamente se está volteando al pasado para recuperar experiencias exitosas en distintos niveles educativos y en diferentes momentos. Tal vez se esté considerando la idea de que en este terreno ni todo lo moderno o novedoso es bueno ni todo lo tradicional es malo. Los avances tecnológicos no son garantía de que con su uso en las escuelas se formen mejores personas, pues a veces se puede tener acceso más rápido a la información sin que se tenga la habilidad para construir conocimientos propios con ella, sin que se desarrolle la suficiente capacidad para la reflexión, para relacionarnos adecuadamente, para conformar ambientes positivos, para practicar los valores, para desarrollar identidades, para ser más humanos.
Lo anterior viene a colación porque en reciente plática con un grupo de ex alumnos de la Escuela de Santa Teresa, que vivieron alguna etapa de su rica historia, me compartieron la iniciativa que vienen impulsando para rescatar esa importante institución que fue cerrada por las autoridades educativas en el año 2003. El propósito que persiguen es que se siga sirviendo, bajo un esquema de Centro Educativo de Excelencia, a estudiantes de escasos recursos económicos pero con capacidades sobresalientes. Sin conocer en detalle el proyecto, me parece de entrada interesante y valdrá la pena estudiarlo con detenimiento. No obstante, independientemente de que sea ése u otro, lo que realmente está en juego es la intencionalidad respecto a continuar aprovechando la valiosa infraestructura educativa que por muchos años se fue consolidando en esa institución de larga trayectoria. Vale la pena por ello escribir sobre este asunto, algunas líneas, en esa idea que comentaba al principio de combinar experiencias pasadas con una visión de futuro.
Santa Teresa nace en la segunda mitad de los años treinta, en los tiempos del general Lázaro Cárdenas del Río, poco después del Reparto Agrario y a raíz de la expropiación de la Hacienda del mismo nombre en el municipio de San Pedro de las Colonias, en cuya Casa Grande se estableció para operar como Escuela Vocacional Agrícola, con la modalidad de internado a partir de 1938. De ella egresaban jóvenes campesinos como Prácticos Agrícolas, después de haber estudiado quinto y sexto de primaria, así como primero y segundo de vocacional. Si deseaban continuar sus estudios acudían a Roque, Guanajuato o a Las Huertas, Michoacán, de donde salían preparados como Peritos Agrícolas y después podían aspirar a cursar la carrera de Ingeniería en otras prestigiadas instituciones públicas ubicadas en distintas partes del país.
Santa Teresa funcionó como Vocacional Agrícola hasta 1941, año en que se transformó en Escuela Práctica de Agricultura, conservando ese carácter hasta 1958 y fue en ese tiempo que se consolidó como una institución caracterizada por un ambiente de trabajo y de respeto entre los miembros de la comunidad escolar; quienes lo vivieron recuerdan gratamente que se sembraba y cosechaba algodón bajo el esquema del cooperativismo, trabajándose también en el establo y las zahúrdas, lo cual propiciaba que tuviera una vinculación estrecha con el sector campesino organizado. Es pertinente señalar aquí que las decisiones de las autoridades no siempre son las más adecuadas, pues en 1959 el Gobierno Federal intentó cerrar por primera vez desde que se fundó la escuela a que nos venimos refiriendo, pero la firme defensa de la comunidad y de las organizaciones campesinas evitó que se consumara el hecho, quedando en funciones como Escuela de Segunda Enseñanza por un corto periodo de tres meses aproximadamente, al término de los cuales se convirtió en Escuela Normal Rural.
Fueron diez años los que vivió Santa Teresa la experiencia de formar docentes y egresaron de ella ocho generaciones entre 1959 y 1969. Etapa de mayor auge y proyección, con fuertes inquietudes estudiantiles que no fueron reprimidas en el plantel, antes bien se acompañaron y orientaron por parte de profesores y directivos comprometidos con la educación y con los sectores sociales menos favorecidos económicamente. La Normal llevó el nombre de uno de los grandes maestros de la educación rural, don Rafael Ramírez Castañeda, y tuvo entre otros un director muy querido por los alumnos, el maestro Teodoro Aguilar Bermea. Se siguió fomentando un ambiente verdaderamente formativo según cuenta orgullosamente un buen número de profesores que ahí obtuvieron su título, pero lamentablemente este periodo concluyó con el cierre de la Normal aunque no de la institución en definitiva en 1969, casi al finalizar el régimen represor del presidente Gustavo Díaz Ordaz, que el dos de octubre de un año antes había ordenado la masacre de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en la Ciudad de México. Lo ocurrido a la Normal de Santa Teresa se inscribe dentro del golpe al Normalismo que orquestó en ese tiempo un funcionario de triste memoria conocido con el nombre de Ramón G. Bonfil.
Continuará mañana...