El Siglo de Torreón
México, DF.- Una extraña sensación se presenta en todos los rincones de las colonias aledañas al Coloso de Santa Úrsula.
Arribar al Estadio Azteca a un encuentro del América se asemeja llegar a una tierra extranjera, el amarillo se respira por todas partes. En el ambiente la confianza de que las Águilas sólo necesitan aparecer en la cancha y anotar toda una cantidad de goles imaginados será la recompensa para esta afición que guarda en su mente las hazañas de sus héroes azulcremas.
Ya en las tribunas se distribuye una gran masa de camisas de las Águilas, que al ritmo de su himno ?Aaaaamérica, Águilas, Aaaaamérica, Águilas, estoy contigo, oye mi...?, llega al delirio, casi por un momento a sentirse invencible, sin pudor y cautela.
Pero quién dijo que no se puede; en un reducto casi como un ghetto en las tribunas se ve un pequeño lunar albiverde. El grito de ?Santos..., Santos...? lo ahogan miles de chiflidos que ensordecen al orgullo más experimentado.
Y es por eso que es difícil de creer, con todo el apoyo que recibe este equipo, que los resultados en los últimos sean magros y que gracias al aparato de publicidad sea la base para sentirse satisfecho, aunque no logren absolutamente nada.
Pero vamos al encuentro, está la mesa para que sea una fiesta americanista, Santos no existe, es más, es un equipo casi holográmico que se mueve en la cancha que sólo estorba para el lucimiento de las figuras. Al saltar el América a la cancha, sale una enorme bandera con un mensaje entre religioso y esperanzador: ?Tan grande es mi pasión, como tu eterna existencia?. Si Cuauhtémoc pone un templo, ya tendría varios adeptos con todo y limosnas.
Es cuestión de tiempo. El gol va a caer y todo será bello. Hasta la gran mayoría de los fotógrafos se ponen en la puerta de Adrián Martínez, como cuervos en espera de carne.
Pero nada, no cae el gol. El sonido local no deja de cantar el himno, como para que se anime la gente o para que reaccionen los jugadores, hay millones de personas y de pesos detrás de ellos.
Al no conseguir la anotación se respira una incertidumbre, que acaba con el delirio de grandeza y lo convierte en una amenazante fragilidad, como si ya esto lo hubiera vivido.
Y cómo no, si los fantasmas de Paredes y Serrato aún moran en el Azteca. Pero cae el gol, Kléber es el héroe, ya casi son campeones, ?ahora sí los que siguen, al cabo esos güeyes son malos? comenta un aficionado enfundado en una camisa semejante a un globo terráqueo.
Se acaba el primer tiempo. En las caras de los Guerreros casi se vislumbra el pensar en el regreso: ?pos nos regresamos en alguno de los camiones que vienen a Chiconcuac?.
Sin embargo, Santos revive con el gol del Pony. Enmudece el Coloso; faltaría un milagro para que todo esto se caiga y el maleficio continúe.
Pero faltó tiempo, Santos Laguna queda fuera y el América se salva de otra humillación, sólo que en esta ocasión la celebración se queda a medias. América debe pensar si su juego mezquino los hará campeones; en tanto que Santos Laguna demostró que no ha muerto su espíritu de lucha y se mantiene más lagunero que nunca.