“Big stick diplomacy”, La diplomacia del Garrote, fue el nombre con el que Teodoro Roosevelt definió en 1901, poco antes de convertirse en presidente, lo que debían ser las relaciones de USA con América Latina. Es el corolario de la doctrina Monroe, ese señor que decidió que América es para los americanos, pero sólo los del norte, entre otras barbaridades que, para desgracia mundial, se hicieron realidad; también dijo que a su paìs le tocaba el papel de policía internacional en el hemisferio occidental. Roosevelt tomó lo del garrote de un proverbio africano que dice: “Habla con suavidad, pero carga siempre un garrote”.
Todo esto viene a colación porque el reportero Ciro Gómez Leyva revivió en Radiofórmula otro proverbio, mexicano éste, para describir la forma en que los gringos de entrada trataron a los marinos mexicanos del barco “Papaloapan” que fueron a llevar ayuda a Nueva Orleáns: “Limosneros y con garrote”. Y es que después de hacerlos esperar 36 horas para desembarcar y desempeñar su labor humanitaria, nuestros marinos recibieron el “visto malo” de las autoridades que subieron a bordo. Opinaron que estaban muy mechudos y que debían ponerse algo así como una gorra de baño y guantes. Luego, le hicieron fuchis a la carne que habían traído desde Tampico. El barco, que ya regresó, iba equipado con transportes anfibios y helicópteros, plus un cuerpo de médicos. Estaba dispuesto a ayudar cuanto fuera necesario, pero finalmente sólo logró hacer algunas cosas: dio 160 toneladas de víveres, 15 mil litros de agua embotellada, que envió el estado de Tamaulipas, quitó árboles caídos, un obstáculo para navegación y removió ocho toneladas de escombros. Sus médicos ofrecieron 156 consultas en Biloxi, que necesita aún mucha ayuda.
Pero el Big Stick se aplicó, al grado de conculcar los más elementales Derechos Humanos, a un grupo de 40 indocumentados mexicanos que se encontraba en Carolina del Norte y que respondieron a una convocatoria lanzada por el Gobierno de Bush, invitando precisamente a indocumentados a ayudar en las labores de rescate de Nueva Orleans, con la promesa de tregua y un pago de 14 dólares por hora.
Los 40 mexicanos viajaron siete horas en autobús que pagaron, y se presentaron al trabajo, un horrible trabajo de desasolve de un hospital en aguas negras, además contaminadas de todos los tóxicos que describen los cronistas. Los vacunaron, eso, sí, pero a varios con la misma jeringa y la misma aguja, sólo limpiadita con un poco de alcohol. Desempeñaron el trabajo que, diría Fox “ni los negros quieren hacer”, en el caso porque se murieron y estaban por morirse ya que no tuvieron la suerte de los blancos de ser rápidamente evacuados.
Una vez terminada la tremenda labor, elementos del glorioso Ejército gringo, quizá recién desembarcados de Irak o Afganistán, encerraron a los mexicanos en celdas durante toda una noche, no les pagaron nada y al día siguiente los condujeron fuera de la devastada ciudad y los abandonaron en despoblado sin dinero ni víveres en un autobús, no sin antes despojarlos de sus identificaciones mexicanas.
El reportaje de este episodio inaudito apareció el miércoles 14 de septiembre en el noticiero Primero Noticias, conducido por Carlos Loret de Mola. Fue una de sus dos grandes reporteras, Karla Iberia Sánchez, la que entrevistó a los mexicanos. Es justo anotar que tanto ella como la otra enviada de Televisa, Marisa Céspedes, se han destacado dentro del inmenso flujo de información por sus bien escritas, acuciosas y conmovedoras notas. Desde hoy propongo a mis colegas de la Mesa Directiva del Club de Periodistas, un premio muy especial para estas dos valientes y talentosas reporteras.
Por otra parte, habría que pedirle al señor José Luis Soberanes, presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que tome cartas en el asunto de esos 40 indocumentados que con buena fe y creyendo en la palabra (inicua) del Gobierno de Bush, sufrieron los abusos y agresiones descritas. Que esté o no dentro de sus estatutos una intervención internacional, Soberanes, debería exigir que se abra una seria investigación de ese caso aberrante de explotación de seres humanos y de violación de sus derechos.
Éste podría ser el primero de muchos casos en que la CNDH defendiera a mexicanos de abusos de autoridades extranjeras, básicamente gringas.
No se le puede pedir al presidente Fox, pues apenas cosechó en Nueva York, en la reunión de la ONU, los frutos de su inteligente -como bien dice Carlos Loret- y rápida operación de ayuda al vecino en desgracia. Personalmente (faltaba más) y en público, Bush se la agradeció y la intimidad entre los dos amigos renació a juzgar por los cariñosos ademanes y “tocamientos” de uno hacia otro. How nice.
Claro que de lo que se trató en realidad para ambos es de un primer paso para la operación de militarización de la frontera norte. Cuestión de ir familiarizando a los ciudadanos fronterizos de uno y otro país con la presencia de los dos ejércitos en ambos lados del Río Bravo, para nosotros, Río Grande para ellos.
La Armada y el Ejército de México tuvieron la gran satisfacción de entrar a USA con una noble causa en fecha tan señalada como el 150 aniversario de la invasión en el siglo XIX a nuestro país. El embajador Tony Garza asegura que “Estados Unidos nunca olvidará la generosidad de México”. Muy bien, pero ¿qué tal si para agradecer la dicha generosidad hace algo en el citado caso de los indocumentados que fueron engañados con una falsa tregua, burlados y explotados one more time?
Sería hora que los gringos no esperaran a que los mexicanos indocumentados mueran en las guerras del señor Bush, con el gran honor de saber sus cadáveres envueltos en la bandera de barras y estrellas, para reconocerles una gran utilidad para el Imperio. Los soldados gringos no pueden ser juzgados en cortes internacionales por sus acciones sádicas, igual que los soldados nazis. En suma, no sólo tienen permiso sino orden de matar y destruir en todo el planeta.
Pero dentro de su país, no están autorizados por “God”, que por cierto le está volteando la espalda a USA últimamente, a una acción tan vil como la denunciada. ¿O sí, señor Bush?
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