Las sucesiones presidenciales son nefastas por la corrupción, impunidad y complicidad siempre presentes en los Gobiernos de México. Esto se hizo más evidente desde que las sucesiones se dieron con crisis económicas: Echeverría 1976, López Portillo 1982, De la Madrid 1988, Salinas 1994, Zedillo, 2000.
De ésta se dice que no existió crisis, que fue una sucesión “suavecita”, porque no se devaluó la moneda ni huyeron los capitales, pero ¿qué más querían si Zedillo tras su primer traspié de 1995 que nos costó, según él mismo aceptó, 70 mil millones de dólares, al final nos dejó sin bancos mexicanos y de acuerdo con el PRIAN, nos cargó cien mil millones de dólares en calidad de deuda pública del Robaproa, para beneficio del actual sistema bancario extranjero?
Luego escogió a Fox para que todo pareciera terso, pero de hecho para que le cuidara las espaldas, como puntualmente ha hecho. Para Pemex, sin embargo, la peor de todas fue la sucesión de López Portillo en 1982. Le pasó el cetro a su alumno Miguel de la Madrid, después de haberle pegado tamaño susto en los tres primeros años de su sexento, aparentando favorecer a su amigo, el ingeniero Jorge Díaz Serrano, director de Pemex que elevó a la paraestatal del 18º lugar de los productores mundiales de petróleo al 4º en esos mismos tres años. De la Madrid emprendió el deterioro de Pemex por el dicho susto y el odio que le tuvo siempre a Díaz Serrano, tanto que lo desaforó como senador de la República y lo refundió cinco años en prisión por una presunta e indebida comisión en la compra de unos barcos, en realidad una nepotista orden del propio presidente para favorecer a su hermana Alicia López Portillo.
Desde luego MMH actuó así por acuerdos con los siniestros gemelos de Bretton Woods, FMI y Banco Mundial, ya que, recordemos, fue el primer presidente neoliberal de México y ceder el petróleo era el compromiso a cumplir aunque ahora lo niegue. Lo más dañino fue la reducción de presupuesto para el mantenimiento, que hasta entonces estaba en manos de un poderosísimo sindicato, casi independiente, manejado por Joaquín Hernández Galicia, corrupto pero eficiente. Había que cancelar el mantenimiento sin importar el peligro -hoy estamos viendo las consecuencias del abandono- para poder decir: “como empresa, Pemex no funciona, hay que venderla”.
Pero mientras el deterioro se concretaba, buen cuidado tuvo el Gobierno de seguir vendiendo el crudo y de cobrarle a Pemex el 60 por ciento de lo que obtenía en calidad de impuestos para la manutención del Gobierno, de la burocracia, que no del país, como quería Díaz Serrano unos años antes al decir que “habría que aprender a administrar la abundancia”.
Vender Petróleos Mexicanos fue la meta de De la Madrid y de Salinas que logró por fin destruir a “La Quina” y someter al sindicato petrolero a sus antipatrióticos designios, así como de Zedillo y de Fox. Le fueron disminuyendo igualmente otros presupuestos como el de la exploración, la petroquímica, el gas natural y además el de la refinación, al grado de que hoy la Shell refina en Houston, Texas, parte del crudo mexicano pues no hay bastantes refinerías en México.
Vendemos crudo y compramos gasolina. Y no importa que el precio de la mezcla mexicana haya llegado hace unos días al récord de 40.20 dólares el barril, aquí nos suben la gasolina cada mes. Lo mismo sucede con el gas natural. Hay que comprarlo también a los gringos. La consigna es vender Pemex por incompetente e ineficiente, por su descapitalización y su corrupción. Los Gobiernos de México hicieron una empresa a su imagen y semejanza. Hoy el de Fox tiene contratos bajo el agua y la siniestra Halliburton de Bush y Cheney está bien amafiada aquí dentro. Lo malo es que con todo y todo, sabiendo perfectamente lo que han hecho con esa gallinota de los huevos de oro o esa supervaca lechera, el pueblo de México se niega a soltarla, así le digan los gringos que “hasta Cuba tiene una política petrolera más liberal”, como si fueran comparables los países respecto al petróleo.
Los actuales administradores de Pemex chillan ante los numerosos accidentes en Veracruz y otras zonas petroleras que “hace 15 años que no hay dinero para el mantenimiento”. No es cierto: hace 23 años que empezó el crimen. ¿Cómo no dijeron nada antes? Hoy afirman también que Pemex requiere un mínimo de 150 mil millones de dólares para seguir adelante. Pero se guardan muy bien de decir que el Gobierno la sigue ordeñando con ese criminal 60 por ciento de impuestos y quien sabe cuánto más para sostenerse. En suma denuncian las carencias de la empresa, pero no la defienden de su megapadrote, el Gobierno, el que hay que repetir hasta el cansancio, es el único usufructuario. Ya sería hora que el Congreso se pusiera las pilas y estudiara una nueva legislación para el petróleo, que con todo y todo es todavía la máxima, casi la única, riqueza que tenemos.
Habría que exigirle a diputados y senadores que tra-ba-jen para establecer las condiciones de un nuevo e inteligente boom de nuestra producción petrolera, con la eficiencia que tuvo Pemex antes que sus verdugos neoliberales, encabezados por MMH y Salinas, cumplieran con la encomienda de destruir a la empresa para poder entregarla.
Que le quiten la carga del 60 por ciento y si son necesarias las marchas como las que hacen los bolivianos para defender su patrimonio de su propio Gobierno, el pueblo mexicano sin duda estará dispuesto a esa manera de realizar el prometido y no cumplido referéndum legal.
Latosas, las marchas, pero es el único medio que tiene la democracia para hacerse escuchar de verdad, ya que sus representantes se olvidaron de que lo son y se la pasan estérilmente en chismarajos con Fox, cuando no se ponen “a sus órdenes, jefe”. como en el caso del tan deseado desafuero de AMLO que sólo pudo detener precisamente el mismísimo pueblo de México y en especial, con sentido de su honor y de su fuerza, el de la Capital.
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