De que lo es, lo es. Un viaje de tres o cuatro horas en coche por la carretera del Sol, que Capufe tiene en constante reparación y más de una hora dentro de la ciudad para llegar a tu destino. El autobús es para el que tiene tiempo y el avión para el que no le importa gastar para Acapulco más de lo que gastaría para ir a San Antonio, Texas, USA.
Qué bueno que el nuevo concepto de líneas aéreas internas baratas, que están por lanzar los compadecidos ricotes Slim y Pedro Aspe, va a alivianar nuestros cielos. Bueno pues “ai voy”, después de varios retrasos, a mi querida ciudad natal, el miércoles para estar de regreso el martes y presenciar en mi cineclub esa delicia de película de 1958 que envió la Alianza Francesa, “Los Amantes” con Jeanne Moreau, un sueño de libertad y de amor.
Por cierto, gracias a Conaculta, pero la que dirigía De Teresa, por crear una colección de grandes films subtitulados, como el citado de Louis Malle. Con todo y que Acapulco está “hot”, volviéndose un “narcocorredor” y que en venganza por Aguas Blancas ya se echaron a Robles Catalán y a otro elemento del cacique, el subprocurador López Soto, empleado por el nuevo gober como bien anunció el comando “La Patria es primero”, con todo y que el propio Rubén Figueroa “peló gallina” a su florida y muy ad hoc guarida de Boca Ratón, me daba una flojera tropical alejarme, porque “ai” en la ciudad de la esperanza siempre andas en chi... y en el coche.
Pero fui. Objetivos en el extremo sur: mi fabulosa tía Raquel, inteligente “pejista” de 92 años y mi nueva-antigua Editorial Diana, que por fin va dar a luz nuestro libro “Ensalada Rusa”, el mismo que el flamante Zeferino Torreblanca, ya regañado por el vocero presidencial por eso de que no le toca y “ni quiero ni puedo luchar contra el narco”, creyó dedicado a atacar su candidatura dentro de la “guerra sucia” contra él.
Utilizar semejante término en Guerrero es grave y debí demandarlo por daño moral, pero no tuve tiempo. El miércoles pasado, sólo logré mi primer meta, mi tía, y ni siquiera vi los distribuidores y pasos elevados que me encantan y enorgullecen (para que se les quite, panistas y priistas envidiosos), porque me fui por Tlalpan y División del Norte y de repente caí en un operativo policiaco.
Resulta que estaba terminando el disco número cinco del libro de Deepak Chopra “El Hombre Superior”, que vine escuchando en la carretera y sólo me sobraba atención para no equivocarme de calle, cuando a unos cuatro metros de mi portezuela derecha vi unos policías con fusiles ¿cuernos de chivo o de chiva? que tenían encañonado a un hombre corpulento en el suelo de una tiendita. Llevaba un traje gris muy claro y pensé que se le iba a ensuciar al pobre. Me percaté entonces que había muchos más policías en la región y chorros de patrullas. Una enfrente gritaba por altoparlante, pero no entendí por los vidrios cerrados y por seguir prestando atención a mi gurú. Qué bueno que es tan comercial para que más gente expanda y eleve su conciencia. Los gritos policiacos que escuchaba en lontananza se referían, a mi vehículo.
En el atolladero de cientos de coches inmóviles, vi un carril libre y me colé. Pero, supe al fin, la patrulla quería ese espacio para meter reversa y llevarse al hombre del traje claro, ¡estaban todos tan nerviosos!
Por fin, como nunca me eché p’atrás, arrastraron al pobre cuate y lo botaron en el asiento trasero de la patrulla que me odió, pero dejó de nuevo paso libre. Se produjo uno de esos momentos en que pasa un ángel y el tiempo se detiene. Ningún otro coche se movió, quién sabe si del susto o si yo estaba en un universo paralelo. Así es que me dije: bueno pues hay que irse y crucé solita la dicha glorieta sin demasiada prisa para no hacerme sospechosa.
Por el retrovisor comprobé que la escena seguía congelada y muchas personas en las aceras miraban el espectáculo. Enfilé a casa de la tía pensando, Joel Ortega, que la Policía no está para tanto show de TV gringa que aterra a la población, a grados de parálisis.
Tuve que regresar al día siguiente a la editorial, pero en hora “pico”. Me encantaría platicar otras cosas, como del chile en nogada que me invitó mi amiga Titita en “El Bajío”, en compañía de Yuri Servolov, el de Carpeta Púrpura, y luego de Roberto Trawitz; la conversación con una amiga periodista que comparte apellido con Fox; la otra con un ex editor que me platicó sobre la cloaca Wornat-Marta; los datos sobre la salud de Elba Esther, que me dio una fuente priista, horrorizada tanto por Madrazo y su regreso al peor pasado del brazo del sinvergüenza de Gamboa Pascoe como del hijo de Montiel que arruina lo que queda de Chalco hasta La Mesa, con vestigios prehispánicos, etc.
Pero mejor saltemos al martes del regreso, cuando otro operativo, en Palmas y Periférico, me tuvo respirando gasolina 20 minutos bajo la Torre de Petróleos. Llegué asqueada a casa, cumplí con los pendientes a cien por hora y me trepé al coche para recoger a una persona urgentemente.
Mi viejo domicilio citadino en lo que fue F.C. de Cuernavaca (hay que cambiarle el nombre) es hoy calle bordeada de jacarandas que le debemos a Alejandro Encinas cuando estaba en Ecología con CCS, pero las Marías y sus hijos creen que es su letrina de Polanco. En la otra cuadra, el Liceo Franco Mexicano mantiene impecable el camellón aún con rieles por los arreglos de Cárdenas con la ferroviaria privada.
Pues en la desesperada prisa, que arranco y me doy vuelta en “U” como he hecho en los últimos 30 años, sin flecha fregativa e inútil. Unos peatones comprenden y me dan el paso, pero no vi al poli hasta que se plantó frente a mi motor. Un movimiento mío, de sorpresa y rabia y el policía me saca la pistola. Tanto él como yo estuvimos en el instante en peligro de muerte. Me dieron ganas de llevármelo de corbata y a él, seguro, de darme un tiro en defensa propia.
Joel Ortega y anexas: los ciudadanos no somos criminales y todas las infracciones que cometí debieron causar una buena multa, que por cierto no me pidió el chavo, y no la insensata psicosis del “operativo”. ¿De qué sirve tanto escándalo? ¡Ya bájenle!
www.manu-dornbierer.com.mx