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Se solicitan: ¡buenos jefes!

MANUEL SAÑUDO

Cuando el personal hace bien o hace mal sus tareas... o deja de hacerlas por completo, se debe a la casi irrestricta responsabilidad directa de su jefe. Ya sea que se trate del último de éstos en la cadena de mando o hasta del Director General. No busquemos respuestas en otros orígenes.

Y si el empleado es contratado, es porque su jefe así lo decidió. Independientemente de la problemática específica y de los procesos de reclutamiento y selección de su empresa. Pues, en principio, es el jefe quien debe de tener la última palabra en cuanto a la aceptación definitiva de cualquier nuevo elemento a su cargo. Y con ésta, asume la responsabilidad plena de capacitarlo, supervisarlo, corregirlo o separarlo.

Mi opinión muy concreta - en cuanto a los resultados se refiere - es que éstos son atribuibles, en primerísima instancia, al jefe directo de los empleados que tienen que ver con que las cosas sucedan... ¡y que sucedan bien! Somos muy dados a poner, entre otros, los trillados pretextos “de que el personal me falló, es que están desmotivados, o no hacen lo que les digo, es que del departamento de personal no me envían gente capaz, etcétera.”

La apremiante invitación es que averigüemos y aceptemos en qué estamos fallando nosotros, como cabezas, cuando la gente no hace lo que se le pide en tiempo, forma y calidad.

En cada ocasión en que me tocó la responsiva de abrir nuevas tiendas, para una empresa en la que trabajé, solíamos enviar de apoyo a jefes de probada experiencia de otras ciudades cercanas. Y era común que los problemas con el personal se presentaran casi de inmediato. Los jefes me decían: “es que la gente de aquí no es como la que tenemos allá, es más difícil”. Llegó un momento en que me lo llegué a creer. Sin embargo, con el tiempo – y a partir de pruebas y de costosos errores – lográbamos consolidar grupos de trabajo muy similares a los que teníamos como referencia en nuestras operaciones exitosas. No había pues, tales enormes diferencias entre el personal de unas y otras ciudades, como los jefes me lo querían hacer ver en un principio ¿Qué sucedía que siempre me salían con la misma excusa? Opino que sencillamente no hacían lo que les tocaba en sus funciones de jefatura... específicamente por lo que toca a la selección de sus empleados, contratación, desarrollo o separación oportuna de los mismos.

En los parámetros fundamentales, de talentos y resultados, podemos encontrar en los colaboradores - y en los jefes mismos también - cuatro extremos de combinaciones de ambos. A continuación enlisto dichos extremos, así como las propuestas de solución en cada uno de ellos; en el entendido de que cada empresa tiene su muy particular modo de definir cuáles talentos y resultados son los adecuados para sus fines:

El que no tiene nada de talento, ni da resultados... ¡ni los dará nunca! No hay nada que hacer, lo mejor es prescindir de él, e invitarlo a que busque otro trabajo en el cual pueda prosperar. Aquél que tiene mucho talento, pero que aún no genera resultados. Hay que tener la paciencia para impulsarlo y esperar a que madure en sus resultas.

Quien no tiene el talento, pero sí da unos “resultados” aparentemente exitosos. Lo mejor es retirarlo, pues seguramente dará frutos que figuren ser buenos, que serán de corta duración, con beneficios aislados y egoístas – por los métodos que utiliza – y sin la visión de conjunto de la empresa. En otras palabras: buscará “resultados” para lucimiento personal, sin importarle quiénes sufran las consecuencias de sus manipulaciones.

El ideal: alguien con mucho talento y que produce excelentes resultados. Evidentemente habrá que hacer todo lo posible por conservar a la persona – dentro de las políticas y la flexibilidad de la empresa – e impulsarlo a que se aboque a buscar y a desarrollar más talentos similares a los de él. Debemos buscar las capacidades en cada empleado. Y que su jefe, a la vez, tenga el don para identificarlos y cultivarlos. Talentos que interactúen con otros talentos, eso es la sinergia. Parodiando aquella regla de álgebra, en éste caso sería como decir que: “más por más, es igual a ¡mucho más!”

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