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Seguimos Presentes / ¡EN VERDAD!

Jorge Romero Montañés

Un padre puede mantener a todos sus hijos, pero ninguno de ellos puede mantenerlo a él. Un anciano que había trabajado durante toda su vida para sacar adelante a su familia, uno de los deseos que se había forjado era ver a sus hijos convertidos en hombres hechos y derechos, respetados por los demás, y para lograrlo dedicó toda su vida; hacía tiempo que su esposa había fallecido y se encontraba solo, ya sin fuerzas, ni esperanzas y lleno de recuerdos. Esperaba que uno de sus hijos, todos unos brillantes profesionistas, alguno de ellos le ofreciera compresión, pero pasaban los días sin que éstos aparecieran y decidió por primera vez en su vida ir a pedirle un favor a uno de sus hijos. El pobre hombre fue hasta la casa donde uno de sus hijos vivía con su familia. Tocó la puerta y quien lo recibió fue precisamente uno de sus hijos ¿Hola papá? ¿Qué milagro que vienes por aquí? Caray hijo, ya sabes que no me gusta molestarlos pero me siento muy solo; además estoy cansado y viejo. Pues a nosotros nos da mucho gusto que vengas a visitarnos. Gracias hijo sabía que podía contar contigo. Pero no me atrevía y venía pensando que podría ser un estorbo; entonces ¿No te molestará que me quede a vivir con ustedes? ¡Me siento tan solo! ¿Quedarte a vivir aquí? Sí, claro... pero no sé si estarás a gusto, tú sabes, que la casa es chica, mi esposa es muy especial... y luego los niños... Mira hijo perdón, pero si te causo mucha molestia olvídalo, no te preocupes por mí, tal vez algún otro de tus hermanos me tenderá la mano. No padre, no es eso... no se me ocurre pensar dónde podrías dormir, tú sabes que no puedo incomodar a nadie de su cuarto. Mis hijos no me lo perdonarían... o sólo que no te incomodara dormir en el patio me parece bien, sirve que le hago compañía a tu perro. Uno de los nietos que había estado escuchando y observando la escena, recibió instrucciones de su padre para que fuera al cuarto de servicio y trajera una cobija vieja, para que el pobre hombre se tapara durante la noche y no pasara frío. El niño preguntó a su padre. ¡Deveras el abuelo va a dormir en el patio! Sí hijo, él no quiere que nos incomodemos por su culpa.

Resignado el niño fue por una cobija. De regreso el padre observó que el niño no traía la cobija que él había encargado, sino que traía su propia cobija, por lo que el padre comentó. Pero hijo ¡Qué haces con tu cobija!, no vez que va a ser para el abuelo... Lo sé padre, por eso traje la mía, la otra que está en desuso, la voy a guardar para cuando tú llegues a viejo, y vayas a vivir a mi casa.

Continuando con la misma historia... Después de haber pasado y dormido varios días en el patio de la casa del hijo, el abuelo decidió ir a la casa de otro de sus hijos. Las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. A la hora de la comida todos comían juntos en la mesa pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso derramaba la leche sobre el mantel. El hijo y la esposa se cansaron de la situación. ?Tenemos qué hacer algo con el abuelo?, dijo el hijo. ?Ya ha tenido suficiente, derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo?. Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba de la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera, de vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y lo veían ahí sentado solo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía eran frías, llamadas de atención cada vez que dejaba caer la cuchara o la comida. Uno de los nietos de seis años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que uno de sus hijos estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Y le preguntó dulcemente: ?¿Qué estás haciendo hijo??. Con la misma dulzura el niño le contestó: ?Ah estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá. Para qué preguntó el padre, para cuando yo crezca ustedes coman en ellas?. Sonrió y siguió con su tarea, las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Y aunque ninguna palabra se dijo al respecto ambos habían captado el mensaje. Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de los días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por ninguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían molestarse más cada vez que la cuchara se caía o la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel. Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan sus oídos siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben.

Si ven que con paciencia proveemos un hogar feliz para todos los miembros de la familia, ellos imitarán esa actitud por el resto de sus vidas. Los padres y madres inteligentes, se percatan que cada día colocan los adobasen con los que construyen el futuro de sus hijos. Seamos constructores sabios y modelos a seguir. ?Reflexión?. Qué maravilla ser padre o abuelo ya que ahí continúa nuestra descendencia. ?Seguimos presentes?.

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