Qué maravilla es integrarse al fomento de la cultura del ahorro. Donde todo trabajador destina diariamente una mínima parte de su salario, mismo que con el paso de los días esto le trae un beneficio. Ahorrar $ 5.00, 10.00, 15,00 ó 20.00 pesos diarios, tal vez pueda significar de momento un sacrificio, pero precisamente ésa es la clave. Imagínese usted ahorrando $ 10.00 pesos diarios, al mes tiene sin querer $300.00 que multiplicándolo por doce meses suman el total $3,600.00, y que en realidad no significaron nada en ese momento. Ya que poquito a poquito no se siente y menos si sabemos que éstos se gastan en cualquier cosa, pero que en realidad los está ahorrando. Si usted es trabajador de planta es bueno que se integre a un plan de ahorro, ya que esto le permitirá adquirir con más facilidad las cosas necesarias que le hacen falta. Si es eventual con más razón, ya que esto le ayudará hacerle frente a esos días difíciles que se presentan.
¡POR FAVOR NO PIERDAS LA PACIENCIA...!
Uno de estos días les gritarás a tus hijos lo siguiente: ¡Ya estoy harto de oírlos y verlos pelear, no sé cuándo van a crecer para que dejen de actuar como criaturas! Y la verdad es que lo harán: Tal vez molesta, mejor salgan a jugar afuera. ?Y procuren no cerrar la puerta tan fuerte? y ya no lo harán. Ordenarás y limpiarás sus habitaciones y colocarás cada una de sus cosas en su lugar, juguetes, muñecas, monos de peluche, su ropa y mil cosas más. Los llamarás y les dirás ahora quiero que esto se quede así. Y así se quedará. Te pedirán que les ayudes con sus tareas, porque no entendieron bien las cosas y te molestarás porque no te dejan ver tu novela favorita, por lo que tratarán de valerse por ellos mismos. Harás la cena perfecta, la ensalada llegará a la mesa recién preparada, sin que le falten las aceitunas y el aderezo, el pastel estará también perfecto sin marcas de deditos en el betún, porque alguno de tus hijos se le antojó y lo quiso probar en la cocina y dirás: ¡Por fin! Ésta es una buena comida que se podrá servir a los invitados. ¿Y tus hijos qué...? En ese momento, ni siquiera te acordarás de ellos, porque comerás con tus invitados. Cuando suene el teléfono, gritarás; ¡no levanten la otra línea! Quiero privacidad y dejen de gritar...
Y nadie te va a contestar. Llegará el día en que ya no habrá manchas en el mantel de la mesa, ni tampoco habrá peleas entre ellos. Ya no tendrás qué coser los agujeros de los pantalones y nunca más te romperás las uñas tratando de desatar los nudos de sus zapatos, tampoco nadie entrará a tu casa con lodo ni te mancharán el piso, y van a desaparecer todas esas ligas para atar cabellos que siempre existían en el baño. ¡Imagínate! Nadie más usará tu lápiz de cejas ni labial para escribir en las paredes. Ya no tendrás qué buscar quién te cuide a tus hijos, mientras sales a una fiesta. Ni tampoco ir a las reuniones de padres de familia, ni asistir a las obras de teatro donde tu hijo fue escogido para hacer algún personaje. Sólo quedará una voz diciendo: ¿Cuándo será el día en que crecerán y dejarán de actuar como criaturas? Y el silencio te responderá: ¡Ya lo hicieron...!
¡REALIDAD!
Una enfermera que mantuvo contacto con muchos niños infectados por el virus del SIDA, comentaba sobre las experiencias que había adquirido al relacionarse con ellos. ?Me han enseñado muchas cosas, pero descubrí en especial el gran coraje que se puede encontrar hasta en el más pequeño?. Ella agregó, recuerdo a Juanito. Él nació infectado con ese virus, su madre también lo tenía. Desde el comienzo de su vida, el niño dependió de los medicamentos para sobrevivir. Cuando Juanito cumplió cinco años, hubo necesidad de insertarle quirúrgicamente un tubo en una vena del pecho que estaba conectado a una bomba que llevaba en la espalda, en una pequeña mochila. Por ahí se le suministraba una medicación constante que iba al torrente sanguíneo. A veces también necesitaba un suplemento de oxígeno para complementar la respiración.
Juanito no estaba dispuesto a renunciar un sólo momento de su infancia por esa mortífera enfermedad. No era raro encontrarlo jugando y corriendo tras la pelota por el patio de su casa, con su mochila cargada de medicamentos y arrastrando un carrito con el tubo de oxígeno. Quienes lo conocimos nos maravillamos de su puro gozo de estar vivo y la energía que eso le brindaba. Su madre solía bromear diciéndole que, por lo rápido que era, tendría que vestirlo de rojo para poder verlo desde la ventana cuando jugaba en el patio. Con el tiempo, esa terrible enfermedad acabó por desgastar a ese pequeño dinamo como Juanito. El niño enfermó de gravedad. Por desgracia, sucedió lo mismo con su madre, que también estaba infectada. Cuando se tornó evidente que Juanito no iba a sobrevivir, la mamá le habló de la muerte. Lo consoló diciéndole que ella también iba a morir y que pronto estarían juntos en el cielo.
Pocos días antes del deceso, Juanito le pidió a la enfermera que se acercará a su cama del hospital para susurrarle: Es posible que muera pronto, no tengo miedo. Por favor cuando muera dígale a mamá que me vista de rojo. Ella me prometió que iría al cielo conmigo. Cuando ella llegue yo estaré jugando y quiero asegurarme de que pueda encontrarme.