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Jorge Romero Montañés

Esta historia te conmoverá y quizás hasta te haga llorar.

Cosas de viejos... No sé a cómo estamos. En esta casa no hay calendarios y en mi memoria los hechos están como una maraña. Me acuerdo de aquellos almanaques grandes, unos primores, ilustrados con imágenes de los santos, que colgábamos al lado del tocador, pero ya no hay nada eso, todas las cosas antiguas han ido desapareciendo. Y yo, yo también, me fui borrando sin que nadie se diera cuenta. Primero me cambiaron de recámara, pues la familia creció. Después me pasaron a otra más pequeña aún, acompañada de mis biznietas. Ahora ocupo el desván, el que está en el patio de atrás. Prometieron cambiarle el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó y todas las noches por ahí se cuela un aire helado que aumenta mis dolores reumáticos. Desde hace tiempo tenía intenciones de escribir, peor me pasaba semanas buscando un lápiz y cuando al fin lo encontraba, yo misma volvía a olvidar dónde lo había puesto. A mis años las cosas se pierden fácilmente; claro que es una enfermedad de ellas, de las cosas porque estoy segura de tenerlas, pero siempre se desaparecen. La otra tarde caí en cuenta de que mi voz también ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o a mis hijos no me contestan. Todos hablan sin mirarme como si yo no estuviera con ellos escuchando atenta lo que dicen. A veces intervengo en la conversación, segura de que lo que voy a decirles no se le ha ocurrido a ninguno y les va a servir de mucho mis consejos. Pero no me oyen, no me miran, no me responden. Entonces llena de tristeza, me retiró a mi cuarto antes de terminar la taza de café. Lo hago así de pronto, para que comprendan que estoy enojada para que se den cuenta que me han ofendido y venga a buscarme y me pidan perdón. Pero nadie viene. El otro día les dije que cuando me muriera entonces sí me iban a extrañar. El nieto más pequeño dijo: ?¿Y es que estás viva, abuela?...?. Les cayó en gracia, que no paraban de reír. Tres días estuve llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró uno de los muchachos a sacar unas llantas viejas y ni los buenos días me dio.

Fue entonces cuando me convencí de que no existo, me paro en medio de la sala para ver aunque sea estorbo, me miran, pero mi hija sigue barriendo sin tocarme, los niños corren a mí alrededor, de uno a otro lado, sin tropezar conmigo. Cuando mi yerno se enfermó tuve la oportunidad de serle útil; le llevé un té especial que yo misma preparé. Se lo puse en la mesa y me senté a esperar que se lo tomara. Sólo que estaba viendo televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té poco a poco se fue enfriando. Mi corazón también. Un viernes se alborotaron los niños y me vinieron a decir que al día siguiente nos iríamos todos de día de campo. ¡Me puse muy contenta! Hacía tanto tiempo que no salía y menos al campo. El sábado fui la primera en levantarme. Quise arreglar las cosas con calma. Los viejos nos tardamos mucho en hacer cualquier cosa, así que me tomé mi tiempo para no retrasarlos. Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban las bolsas y juguetes al carro. Yo ya estaba lista. Muy alegre me paré en el zaguán a esperarlos... Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en bullicio, comprendí que yo no estaba invitada, tal vez porque ya no había espacio para mí en el auto, o porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan y jugaran a su gusto por el bosque, sentí claro, cómo mi corazón temblaba como cuando se aguanta las ganas de llorar. Vivo con mi familia y cada día me hago más vieja, pero cosa curiosa, ya no cumplo años. Nadie lo recuerda. Todos están tan ocupados. Yo los entiendo, ellos sí hacen cosas importantes. Ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan, se besan. Y yo no sé a qué saben los besos. Antes besaba cariñosamente a los chiquitos; era un gusto enorme el que daba tenerlos en mis brazos, los trataba como si fueran míos. Sentía su suave piel y su respiración dulzona muy cerca de mí. La vida nueva se metía como una nueva esperanza y hasta me daba por cantar canciones de cuna que nunca creí recordar. Un día una de mis nietas, que acababa de tener un bebé, dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños por cuestiones de salud. Por lo que ya no me acerqué más, no fuera a ser que les pasara algo malo por mis imprudencias. ¡Tengo tanto miedo a contagiarles! A pesar de esto yo los bendigo a todos; porque ellos no tienen la culpa de que yo sienta que ya no existo.

Apasionadamente. Es el último libro que escribe y presenta la poetisa y buena amiga Rosina Guerrero de De Alvarado. El viernes pasado en las instalaciones de la Casa de la Cultura de la vecina ciudad, fue el marco esplendoroso que reunió a grandes personalidades de la cultura como fueron el representante del Gobernador de Durango, la primera autoridad de Gómez Palacio, miembros de la iniciativa privada y amigos todos. Libro que se edita después de siete años, mismo que tiene la señora Rosina Guerrero de estar al frente de dicho centro cultural. Y la cual ha dirigido acertadamente en compañía de todo su equipo de colaboradores los cuales sería muy amplio nombrar a todos. Rosina Guerrero, además pertenece a la Asociación de Mujeres Profesionistas y Unidos por Gómez Palacio, así mismo es integrante del grupo amigos de la música romántica desde el año de 1975 y de la poesía desde l979. La cual ha obtenido un sinnúmero de trofeos y reconocimientos a través de todos estos años, mismos que han sido la motivación para escribir varios libros, como este último titulado Apasionadamente en cuyo contenido están manifestadas bellas poesías. Enhorabuena y que el éxito continúe. ?Reflexión?. Aprende a aprovechar los meses, las semanas y los días, pues éstos nunca más regresarán. ?Seguimos presentes?.

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