La educación de los niños exige que se marquen ciertos límites a sus deseos y en ocasiones, debemos utilizar los regaños como herramientas para tratar de establecer normas de conducta.
Los regaños no le gustan a nadie, pero en ocasiones son necesarios, pues educar sin tener jamás un conflicto con los niños es altamente perjudicial, lo que significa que estamos de alguna manera consintiéndolo e impidiendo su desarrollo normal como individuo. Los padres que no castigan a su hijo cuando la situación lo exige, no le hacen ningún favor, pues necesitan que le marquen los límites y tener la seguridad que cuando rompen una norma habrá alguien que pueda detenerlos, que casi siempre se trata de papá o mamá.
No pretendemos orientar a los padres hacia una conducta altamente represiva y de castigo para los hijos, pero ya que el regaño es una de las armas tradicionales para educarlos, debemos tener en cuenta los aspectos que nos permitirán convertir el regaño en una herramienta efectiva con la que los niños aprenderán a comportarse.
Es importante regañar al niño después de haber hecho una travesura si se deja pasar mucho tiempo para luego expresarle claramente que no se le aprueba una actitud determinada, el niño no encontrará relación entre la actitud de la persona que lo regaña y el acto negativo del momento y, con toda seguridad, volverá a repetirlo en cuanto le sea posible.
Amenazar al niño con que va a ser reprendido y no hacerlo, es una de las costumbres de los padres que más malcrían a los niños. Si hoy mete sus dedos en el enchufe y sólo recibe una amenaza de que va a ser castigado, con toda seguridad volverá a hacerlo. Por otra parte, si hoy es regañado por esta circunstancia y mañana repite esta misma conducta, también se le debe reprender, pues de otra manera, la situación le parecerá muy confusa.
Al enseñarle conductas tienen que estar de acuerdo los padres en el mismo punto, de manera que el niño entienda cuáles son las cosas que no debe hacer sin contradicciones. Por ejemplo, si el niño no hace caso cuando es mandado a su cuarto por un determinado castigo, uno de los padres debe llevarlo a su dormitorio.
Es importante también evitar hablarle y darle al niño avisos de forma rutinaria, repitiéndole a cada instante cosas como ?no te muevas tanto?, ?deja de correr por la casa?, etc., pues se acostumbrará a esto de tal manera que las palabras perderán su efecto y las oirá pero sin escucharlas.
Cuando el niño haya cumplido un castigo es contraproducente compensarlo por el mal rato que ha pasado. Si ve que sus padres se arrepintieron por haberlo castigado, pensará que tenía razón y que fueron injustos con él. Hablar con el niño es importante para que entienda que estaba equivocado y luego hay que pasar a otra cosa.
Después del castigo, la actitud de los padres debe ser de absoluta normalidad, sin consentimiento, pero también ?muy importante- sin reproches. Se debe volver a la conducta cotidiana.
En ningún momento los niños deben percibir que el castigo está asociado al desamor. Es un gravísimo error decirle a los hijos que hagan algo o dejen de hacerlo porque si no ?no te voy a querer?. Esta conducta es muy frecuente en algunos padres, sin embargo, es muy contraproducente. Al niño hay que decirle todo lo contrario de esta frase. Hay que explicarles que se les castiga porque se les quiere, aunque parezca contradictorio. Hay que ser firmes en el castigo pero sin dejar de decirles que se les quiere y que a pesar de que su conducta no es la más adecuada, no deja de ser querido y amado.
Siempre hay que hablar con él después de haberlo reprendido y explicarle con honestidad la razón de la molestia. Si se le habla con autoridad, el niño captará al instante lo que le dicen y no será necesario utilizar los castigos, nada más que en situaciones excepcionales.
Los castigos más efectivos son los que tienen que ver con impedirle al niño realizar algo que le guste, por ejemplo, ver televisión, divertirse con videojuegos, sentarlos en una silla por un tiempo determinado, etcétera. No obstante nosotros insistimos en que la mejor táctica siempre es la conversación.
Por último, es necesario recordar que a la hora de regañar a los pequeños, los padres no se contradigan quitándose autoridad entre ambos. Deben llegar a acuerdos en la forma de regañarlos, estableciendo pautas para no cometer el error de la desautorización frente al niño o el cuestionamiento de su autoridad cuando esté presente.
Es entonces cuando el diálogo de la pareja se hace necesario, de manera que surjan de éste soluciones concretas en las que la conducta del niño merezca una llamada de atención o en algunos casos, un castigo.
Educar a nuestros hijos, en función de educarlos y no de descargar nuestras frustraciones, es formar al Ser Humano.
Mi correo electrónico:
rmercado@avantel.net